María de la O Lejárraga, una mujer brillante

La primera noticia que tuve de la existencia de esta gran mujer fue en el Festival de Teatro Clásico de Almagro, hace ya bastantes años, cuando se le dedicó una exposición a la actriz Catalina Bárcena y al que fue su pareja, el director y autor teatral Gregorio Martínez Sierra, cuando muy de pasada se mencionó el nombre de María Martínez Sierra –nombre por el que se le conocía habitualmente– como verdadera autora de las numerosas obras firmadas por él. La imagen que se transmitía de ella era la de una mujer insignificante, a la sombra de su marido.

La curiosidad me empujó a buscar información sobre María y descubrí a una mujer fascinante, con una gran actividad cultural, social y política incomprendida por la mayoría, y a la que se le dedican títulos como “mujer en la sombra” o “la feminista sumisa”. María de la O Lejárraga nació en San Millán de la Cogolla en 1874, aunque muy pronto la familia se trasladó a Carabanchel, en Madrid.

Su padre fue médico y su madre, una mujer con intereses artísticos que educó a María en exclusividad, en un ambiente rico culturalmente, enseñándole geografía, literatura, latín, matemáticas y francés. María cuenta en sus memorias que a los 6 años la llevaron al Teatro Español de Madrid y que, a partir de entonces, se enamoró para siempre de un juguete, su preferido: un teatrillo de cartón en el que ella construía los personajes que movía a su antojo y a los que ponía voz.

Después de conseguir el título de Maestra de Primera Enseñanza Normal en 1895, al año siguiente obtuvo un destino en un barrio con muchos problemas sociales de Madrid, e inició su etapa docente, que ella considera como la más feliz de su vida y que le marcaría profundamente. La preocupación por la enseñanza, por la formación, especialmente por la educación de ellas, siempre estuvieron presentes en su vida. En una de sus últimas cartas escribió: “Las mujeres socialistas debemos enseñar, enseñar sobre todo una asignatura única: la solidaridad humana”.

El verano de 1897 comenzó su relación con Gregorio Martínez Sierra. Ella tenía 23 años, un sueldo de maestra y un amplio bagaje cultural, mientras que él era un joven de 17 años, amante de la literatura y con inquietudes culturales. Desde el inicio, su relación estuvo muy marcada por la actividad cultural y los proyectos comunes. Quizás esta diferencia de edad puede ayudar a comprender la actitud de protección de María hacia Gregorio que, de una forma u otra, se mantuvo a lo largo de su vida.

En 1900 contrajeron matrimonio, teniendo como única forma de sostén económico el sueldo de María, a la vez que iniciaron su actividad literaria en común. No obstante, ella había publicado un año antes Cuentos Breves, la única obra literaria que firmaría con su nombre.

En octubre de 1905, María obtuvo una beca de ampliación de estudios en el extranjero, que le permitió conocer las mejores experiencias educativas y las pedagogías más innovadoras visitando Francia, Holanda, Inglaterra y, sobre todo, Bélgica, país que ejerció una gran influencia en ella, iniciándose allí en el socialismo y conociendo las Casas del Pueblo y su proyecto cultural y educativo, que ella luego intentaría importar a Madrid, chocando con la realidad de la escuela española del momento.

En su casa madrileña, la pareja mantenía una gran actividad cultural y musical con muchos de los principales autores del momento, con quienes se establecieron relaciones de colaboración y amistad, especialmente con Juan Ramón Jiménez, Manuel de Falla, Joaquín Turina, Santiago Russiñol, entre otros. Además, crearon tres revistas literarias, fundaron dos editoriales y escribieron numerosas obras teatrales, novelas, cuentos ensayos y poesía.

En 1908, dejó su trabajo de maestra para dedicarse a la literatura, pero nunca dejó de tener una actitud de pedagogía social y política. Al mismo tiempo, Gregorio iniciaba su relación amorosa con Catalina Bárcena, primera actriz de la compañía que el dirigió, aunque el matrimonio no se separó hasta 1922, cuando nació la hija de Gregorio y Catalina.

María pasaba largas temporadas en Francia, intensificó su actividad feminista, escritos, conferencias y una participación muy activa en diversas sociedades: el Lyceum, la Cívica, que ella crea y dirige; la Sociedad Abolicionista, la Casa del Pueblo…

La voz inteligente y sensible de María se escuchaba en el Ateneo, donde dio unas conferencias de gran calado político en 1931, y en mítines socialistas y sindicales, y también en las Cortes Republicanas, ya que fue elegida diputada en 1933, aunque dimitió tras la Revolución de Asturias en octubre de 1934. Además, se sabe que nunca dejó de ayudar a presos y familiares.

En 1937, María se hizo cargo en Suiza de una colonia de niños evacuados por la Guerra Civil, no regresó nunca a España y empezó un durísimo exilio en Francia, donde permaneció ciega y aislada durante mucho tiempo.

En 1950, después de operarse y recuperar la vista, inició un viaje hacia Nueva York; más tarde vivió en México y, posteriormente, en Buenos Aires, donde permaneció hasta su muerte.

A los 78 años publicó en el exilio Gregorio y yo –ahora como María Martínez Sierra–, una parte de su autobiografía, en la que manifiesta ser la autora de las obras firmadas por él. Un año antes había escrito Una mujer por caminos de España, en la que contaba con emoción la campaña electoral por una España desgarrada.

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