La dependencia, la pertenencia y los abusos

María Victoria Reyzábal | Especialista en Lengua y Literatura

Creíamos ingenuamente que, en nuestras democracias avanzadas del siglo XXI, los casos de acoso eran escasos, y ahora nos encontramos con que todo el entramado social está agujereado de prepotencia violenta y maltrato. Algunos hombres se defienden diciendo que pedir medidas contra esta realidad les pone en situación de confusión con respecto a sus roles o de impunidad ante las denuncias a veces falsas o exageradas¹. Pero lo cierto es que las acusaciones falsas son muy pocas y las conductas acosadoras, violaciones y muertes no cesan. Dado que son algunos varones los que asumen estos roles, las mujeres tenemos derecho a sentirnos preocupadas y a solicitar de todos aquellos que repudian estas prácticas un apoyo convencido. Claro que los matices de las exigencias son discutibles y deben negociarse, pero los hombres rectos no pueden quedarse al margen, pues, aunque ellos no son todos maltratadores, las mujeres sí nos sentimos todas en peligro e, incluso, lo están muchos niños varones, víctimas de familiares, profesores, entrenadores…

La fuerza de Hollywood ha hecho que se destape con estruendo la situación humillante de muchas actrices que debían soportar un poder machista que creíamos ya inexistente. Antes se habían destapado sucesos terribles en centros religiosos y ahora salta a la información pública la desvergüenza de algunas ONG internacionales, y es que pareciera que hay hombres a los que les enorgullece ser depredadores sexuales. ¿Es este un problema social, biológico, educativo, psiquiátrico o de profunda falta de valores y desequilibrio emocional? Es fantástico que a los hombres les gusten las mujeres, pero sería terrible que a estas les dieran miedo los hombres, algo que ya empieza a suceder con algunas adolescentes y jóvenes que buscan alternativas a sus caminos de regreso a casa, a sus citas personales a solas, etc., pues ya hasta se viola en manada e incluso por menores.

La cosa se refuerza o quizá tenga su origen en la desigualdad de género tanto en tareas, sueldos, responsabilidades familiares, exigencias de imagen, de personalidad… Tal vez esta mantenida sumisión social favorece los abusos, los desprecios, las agresiones físicas y morales. Las mujeres, como ellos, debemos ser respetadas en nuestros derechos y decisiones. Esta es la base para garantizar una sociedad igualitaria de ciudadanos y ciudadanas libres.

Pero ¿por qué la mujer ocupa un papel subordinado en todas las culturas, incluso en algunas todavía sobrevive como una simple esclava con menos valor que una vaca o consideración que una mascota? Evidentemente, sobre la hembra recae un esfuerzo biológico que no se le exige al macho y que los grupos sociales no han equilibrado ni siquiera en la actualidad. Ella es la que queda embarazada en aras de asegurar la especie, para lo que la prepara la regla que concluirá en menopausia², cuando su cría nace es responsable de amamantarla y cuidar de ella, ya que el pequeño humano es el más frágil y lento en madurar de todas las especies de mamíferos; por otra parte, los embarazos y partos eran seguidos, al igual que los fallecimientos infantiles y, por lo tanto, en realidad siempre estaba preñada y criando. Es decir, que posiblemente desde la adolescencia no le quedaba tiempo para ocuparse de otra cosa. Mientras los hombres salían de caza, guerreaban, se acostaban con las mujeres de las tribus vencidas –parte del botín de guerra consistía en eso, donde lo importante era dominar humillando³– y volvían o no volvían con su gente. Ellos subsistían mejor alimentados gracias a las proteínas animales, pues no solo dependían de hierbas o frutos productos de la recolección. Eran autónomos, cada vez más fornidos y mejor nutridos, ellas más dependientes, más frágiles y ocupadas en proteger a los descendientes de ambos.

Encima, a lo largo de la historia, las mujeres hemos sido tachadas de putas o frígidas, de brujas o santurronas, de astutas seductoras o hipócritas puritanas, por eso nos ha resultado tan difícil reivindicar nuestro derecho a la dignidad personal, en cuanto frías o fáciles consentidoras e histéricas, por todos estos condicionantes que nos coloca la tradición, muchas denuncias quedan sin atender, ya que no son tenidas en cuenta en toda su gravedad, algo que especialmente resulta lamentable en policías, jueces y demás autoridades, circunstancia que genera un clima indiferente u hostil que provoca, en muchos casos, que las mujeres prefieran callar; en definitiva, incluso ahora el poder es del varón y la mujer debe sentirse halagada de que los hombres se dignen piropearla y hacerle insinuaciones escabrosas. Además, tradicionalmente, esta ha incorporado, a veces hasta aconsejada por sus mayores, la orden de “tolera y calla”, remedio que por mucho tiempo ofrecía también el confesor, o esa otra conclusión de “qué mujer no ha sufrido la infidelidad de su cónyuge”.

Y cómo subvertir todo este nefasto entramado patriarcal y crecientemente violento, obviamente con lo que plantea todo el mundo: la educación. Pero no solamente la que se imparte en la escuela, que no puede luchar sola contra los condicionantes históricosociales y las dejaciones políticas, jurídicas y familiares. La educación de las nuevas generaciones debe realizarse al menos por tres canales: los valores de igualdad que tiene que inculcar la sociedad y la familia, reforzados adecuadamente en el aula; el equilibrio personal que solo puede asentar la familia en base a una buena educación emocional para garantizar la autoestima y el respeto de la diversidad; por último, el conocimiento general requerido en el currículo incluyendo las aportaciones de mujeres y hombres a lo largo del desarrollo humano, las realizaciones artísticas y científicas, la complementariedad de las diferencias…, todo con la finalidad de lograr planteamientos más equitativos, empáticos, sin presiones ni equívocos, satisfactorios para todas las identidades y expresiones de género, cada vez más reconocibles y reconocidas.


[1] Eso ha afirmado un miembro de Oxfam, participante en las orgías ahora descubiertas.

[2] Teorías recientes sostienen que esta, al contrario que en otras especies de mamíferos, se produce para que la mujer mayor pueda dejar de concebir y ayudar a sus hijas en partos y crianzas.

[3] Tal como confirmó Nadia Murad ante las Naciones Unidas, cuando grupos del Estado Islámico atacaron Sinjar las niñas y mujeres fueron violadas a diario, subastadas o vendidas, pasándoselas unos a otros. Su discurso puede verse en YouTube.

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