El necesario liderazgo pedagógico de la inspección educativa

María Antonia Casanova | Universidad Camilo José Cela (Madrid)

A pesar de los cambios habidos en el planteamiento de la inspección de educación con la llegada del modelo democrático de gobierno para nuestro país, con los cuales desaparecieron algunas de las funciones de hecho que esta llevaba a cabo en su práctica cotidiana y que, ciertamente, le conferían “poder” de decisión en muchas cuestiones importantes, pareciera que la visión que se sigue teniendo de ella por parte de docentes y directivos no ha variado de modo significativo. Se asocia, así, a la inspección con tareas puramente burocráticas, controladoras, con poca o nula influencia en la mejora de la calidad educativa, por ejemplo, que impulse nuevas formas de hacer en las aulas y en la organización de los centros.

No obstante, quiero destacar el contenido del artículo 55 de la Logse (1990), en el que se establece que: “Los poderes públicos prestarán una atención prioritaria al conjunto de factores que favorecen la calidad y mejora de la enseñanza”, citando, entre los seis que señala, a la inspección educativa y a la evaluación del sistema educativo. Cito los dos, por considerar que van estrechamente ligados en su desarrollo.

Este planteamiento implica que la inspección posee, desde la idea del legislador, un papel esencial para alcanzar y mejorar la calidad de la enseñanza, es decir, para intervenir de forma eficaz en la permanente innovación de las actuaciones que se llevan a cabo en los centros y en las aulas. Objetivo que debe conseguir con el ejercicio de las funciones, competencias y atribuciones que tiene encomendadas: supervisión y comprobación del cumplimiento de las normas educativas en todo el sistema, control, asesoramiento, evaluación y mediación. En concreto, se establece que debe colaborar en la mejora continua de la práctica docente y de la función directiva. Traducción: es un deber ineludible de la supervisión el estar al día en los avances que se produzcan en el campo de la educación y favorecer su implementación en los centros en los que ejerza su trabajo habitual, de manera que sea un factor de calidad imprescindible para ellos, como ya se consideró en 1990.

Por lo tanto, el liderazgo pedagógico debe estar por encima del resto de las funciones, ya que todas ellas tienen que contribuir a esa mejora permanente del sistema; en definitiva, si no colaboraran en esta finalidad, quedarían sin sentido. ¿Para qué supervisar, si no es para garantizar una destacable calidad educativa en todos los sectores que participan en el sistema? ¿Para sancionar, para clasificar, para comprobar sin otro objetivo…?

No merece la pena tanto trabajo y tantos profesionales especializados dedicados a mover papeles sin metas claras y definidas que justifiquen su existencia. Los “papeles” cobran importancia cuando suponen garantía de compromiso, de planificación, de trabajo en equipo, de legalidad cumplida, de innovación, de relaciones con la comunidad, de seriedad y rigor en el trabajo hecho… Si no es así, habrá que replantearse su reducción o desaparición, en algunos casos, si bien mucha de la documentación que se precisa puede ser cumplimentada por otros profesionales de la Administración, sin necesidad de que tengan la formación técnico-pedagógica que requiere el ejercicio de la inspección. De esta forma, inspectoras e inspectores quedarían liberados de algunas tareas, disponiendo de tiempo para llevar a cabo las realmente requeridas por el sistema y su optimización.

Pero, como antes mencionaba, la percepción que se tiene de la inspección continúa siendo poco pedagógica y mucho burocrática. Habrá que discernir la responsabilidad que tienen en ello las administraciones educativas y los propios inspectores, examinando qué tareas se les encomiendan en el día a día y, también, la forma de ejercerlas, el estilo de relación, de acercamiento, que cada supervisor posee a la hora de intervenir en cualquier institución docente.

Es importante el cambio de imagen que responda, evidentemente, a un cambio en la concepción supervisora y en las finalidades que debe alcanzar mediante el desempeño de sus funciones. Personalmente, estoy convencida del papel de liderazgo que la inspección y la dirección de los centros tienen (y deben mantener y reforzar) para permanecer en esa actitud de mejora continua imprescindible para estar, siempre, llegando a esa calidad que nunca nos satisface, pero que se incrementa sin descanso cuando se persigue como meta utópica en proceso, es decir, cuando sirve “para caminar” (Galeano).

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