¿Qué ha pasado con la tribu?

María Victoria Reyzábal | Especialista en Lengua y Literatura

La educación sufre las consecuencias de una formación periclitada de los profesores que cada vez les exige más años de dedicación y dinero sin que les asegure ser mejores docentes. La escuela está exhausta porque se le piden logros imposibles: ya no que el alumnado aprenda lo básico de cada materia, sino que debe conseguirlo a pesar de la falta de valores, orden, disciplina, respeto, equilibrio emocional y capacidad de esfuerzo, entre otras cuestiones. Cada vez es más difícil dar clase en un ambiente apático o, por el contrario, rebelde e irrespetuoso.

Antes esto sucedía ocasionalmente en ciertos centros de Secundaria, hoy está afectando a cursos de Primaria; este fenómeno podría calificarse como mala educación, dejadez y hasta violencia (pues ha aumentado el acoso y las críticas a los supuestamente diferentes o débiles). Tales aspectos, en algunos casos, son reforzados por los propios padres, que “visitan la escuela para regañar” a los docentes o decirles cómo deben realizar su trabajo. Sin embargo, sin la colaboración mutua, familias y profesorado, los ámbitos formativos citados quedan desatendidos. Algunos medios o instituciones piden a la escuela que no permita el aburrimiento, que “entretenga”, que “divierta”, cuando el verdadero interés de los jóvenes debe centrarse en aprender, tener curiosidad por entender el mundo en sus distintas facetas: históricas, geográficas, literarias, musicales, filosóficas, científicas, tecnológicas…

Los valores, la buena conducta, las necesarias actitudes de convivencia inclusiva tienen que aprenderse en casa, de otra manera la institución escolar no puede abarcarlo todo y ni siquiera debe entrar en ciertos ámbitos que pertenecen a opciones ideológicas, religiosas o éticas propias de la familia. En este sentido, madres y padres, dentro de sus posibilidades, a veces muy limitadas por sus tareas laborales, tienen que mantener un tiempo para hablar con sus hijos, compartir con ellos preocupaciones y alternativas, salidas conversaciones, consejos… Es preocupante que los adolescentes aprendan de sexo mirando películas porno y después charlando con sus compañeros; así comparten visionados sadomasoquistas u otros equivalentes. Tal vez, esta sea la razón de que el acoso se produzca en edades cada vez más tempranas, al igual que las violaciones. Obviamente esto desvirtúa las relaciones de pareja, incluso la valoración de la de sus padres, pues deja a estos jóvenes sin paradigma emocional de mutuo respeto.

De la misma manera, la “crianza” de los nietos por parte de los abuelos quizá también tiene consecuencias en relación con diferentes cuestiones. Los abuelos no están para educar, para exigir, para corregir; ellos ya hacen su labor con cuidar, querer y “mimar” a sus nietos, como repiten estos en todas las citas, reuniones o encuentros con amigos: “que los eduquen los padres”, insisten, y tienen razón, su papel es complementario y no el eje educativo de las y los jóvenes. Lo contrario les generaría un estrés agotador y además perderían su influencia afectiva con los pequeños. Sin embargo, también están los otros superabuelos, los que discuten con sus hijos por el modelo de conducta que unos y otros consideren mejor, intentando imponer el suyo.

En fin, que todo lo educativo es complejo y argumentable y por ello, lo mejor, dadas las circunstancias, es conseguir un acuerdo social y familiar para que niñas, niños y jóvenes no perciban constantes contradicciones que ellos enseguida aprenden a usar en su favor, quitando importancia a los criterios de cada cual, pues “no deben ser tan importantes” si los adultos no se ponen de acuerdo ni en eso: horas de televisión, horas de ordenador, selección de programas adecuados o inadecuados, conductas impropias o aconsejables, respeto o imposiciones, reglas sociales o vejaciones.

De esta forma, el rol que queda debilitado es el de los progenitores (e incluso el del profesorado), que en la mayoría de los casos carecen de tiempo, de reposo, de comprensión de lo que está pasando y cómo encauzarlo, si es necesario, porque en los últimos años la velocidad de los cambios ha sido enorme, especialmente debido a los iPad, los teléfonos inteligentes, los cascos que les ensordecen y las redes, más otros medios; es decir, las posibilidades de acceder a los vídeos, contactos no siempre aconsejables, informaciones sin precedentes anteriores, en cualquier momento y sin cortapisas. Por eso, profesorado, familias, orientadores y especialistas tienen que responsabilizarse de ciertas tareas que deberían ser conjuntas y de considerar riesgos nuevos, como la facilidad de conseguir ciertas drogas, alcohol, tabaco…

Nunca hemos visto a tantos jóvenes quemando contenedores, destrozando coches, cometiendo robos, violentando a compañeros… y ello no es el resultado de que la sociedad sea más injusta que antes, todo lo contrario, sino de que la juventud actual quiere todo con urgencia, pues ellos y ellas son incapaces de controlar la frustración y de esperar para conseguir algo, por eso revierten su responsabilidad en los demás y creen que todo se consigue sin esfuerzo ninguno, pues se han acostumbrado a pedir y tener las zapatillas de marca, los móviles elegidos, el dinero deseado, la bicicleta, el monopatín…, y cuando a algo les dicen que es imposible, no lo aceptan y buscan satisfacer su demanda de cualquier manera, aunque en ciertos casos sea delictiva.

En fin, parece que hemos olvidado el axioma de que se requiere toda la tribu para educar a la niñez, en aras de que en el futuro sean adultos o adultas con cultura y, sobre todo, personas de bien.

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