Malos tiempos para las humanidades

Marta Macho Stadler | Matemática y divulgadora científica

“Malos tiempos para las humanidades. Arrinconadas por materias instrumentales, las letras encuentran difícil acomodo en un mundo de pragmatismo galopante. En la llamada ‘sociedad del conocimiento’ nada parece más ocioso que el saber”.

Esta cita está extraída de la contraportada del libro Las ciencias y las humanidades de Henri Poincaré (KRK Ediciones, 2017).

Henri Poincaré (1854-1912) fue un polímata francés, conocido como el último ‘matemático universalista’, es decir, capaz de comprender y generar conocimiento en todas las áreas de esta disciplina científica. En 1911, pocos meses antes de fallecer, este humanista convencido publicó Les sciences et les humanités (L’Opinion, París), un breve ensayo en el que el científico defendía lo que él denominaba la ‘educación clásica’.

Las ciencias y las humanidades es una edición de este ensayo de Henri Poincaré realizada por el profesor Francisco González Fernández –un gran estudioso de la obra de Poincaré–, que traduce el texto original y lo analiza en una excelente introducción, que en nada desluce el discurso posterior del científico. De hecho, Francisco González Fernández califica el texto del científico como una de las apologías más originales que se hayan hecho nunca de las lenguas clásicas.

En efecto, en este ensayo, Henri Poincaré defiende la traducción de las lenguas clásicas –en palabras del editor– como un modo de dominar los matices que puede expresar el lenguaje, un modo de aprehender sutilezas en los escritos, de estimular el espíritu creativo, ese tan necesario para cualquier persona, y más aún si se dedica a la ciencia.

Poincaré defiende que la enseñanza literaria, bien entendida, es decir, despojada de todo aparato gratuito de pedantería o erudición, es la más conveniente para desarrollar en nosotros el espíritu de sutileza. Distingue entre aquellos matemáticos que poseen este espíritu y los que carecen de él, es decir, entre los que solo actúan por deducción y los auténticos “creadores”.

Para el matemático francés –tal y como Francisco González Fernández recalca en su introducción–, la traducción es un ejercicio ingenioso, sujeto a unas reglas muy precisas, que permite “transportar” el discurso de una lengua a otra. Como los diferentes idiomas no comparten palabras “universales”, durante una traducción es preciso elegir matices, aspectos que requieren minuciosas reflexiones y perspicaces interpretaciones.

El adiestramiento en estas aptitudes, defiende Poincaré, es esencial para cualquier profesional de la ciencia: por ejemplo, la representación del mundo con diferentes “geometrías” es –según el científico– un ejercicio de traducción, en el que es preciso transportar las propiedades de un lenguaje “geométrico” a otro.

Poincaré defiende en su alegato que la traducción –directa e inversa– puede ayudar a “mirar”, a “observar”, a “descubrir” matices que podrían pasar desapercibidos en una lectura “en bloque”:

“Hay que subir más alto, siempre más alto para ver siempre más lejos, y sin demorarse demasiado en el camino. El verdadero alpinista considera siempre la cumbre que acaba de escalar como un peldaño que ha de conducirle a una cumbre más elevada. Es necesario que el científico tenga pie de escalador, y sobre todo que tenga corazón de escalador. Tal es el espíritu que ha de animarle. Este espíritu que soplaba antaño sobre Grecia y que hacía que en aquel lugar nacieran poetas y pensadores. En nuestra enseñanza clásica sigue latiendo algo de esa antigua alma griega, algo indefinible que nos hace mirar hacia las alturas. Y esto es más valioso para formar a un científico que la lectura de montones de volúmenes de geometría”.

En mi opinión, cualquier persona debería ser educada para conseguir disfrutar de ese “corazón de escalador” del que habla Henri Poincaré. De ese modo, seríamos personas menos manejables, más críticas, más sutiles, más completas. ¿Y para ello es necesario volver a la traducción de las lenguas clásicas, como proponía Poincaré? Lo desconozco.

Pero de lo que sí estoy segura es de que muchos de los problemas de nuestro alumnado –imparto docencia en la carrera de matemáticas en la UPV/EHU, aunque pienso que es extrapolable a cualquier disciplina y a cualquier nivel de enseñanza– provienen de su falta de capacidad lectora. Y me refiero a una lectura en profundidad, en la que todos los detalles, todas las palabras, todos los giros son importantes. Y a leer, tampoco me cabe ninguna duda, se aprende leyendo.

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