Mabel Lozano me amargó las Navidades

Gracias, Mabel Lozano, por haberme amargado las Navidades. Además de la gripe, has sido lo más difícil que he tenido que enfrentar estas últimas dos semanas. Tu libro El proxeneta me ha dejado tan mal cuerpo, que ni el mejor analgésico ni el paracetamol más poderoso ha sido capaz de quitarme la sensación de dolor y de asco ante la verdad de Miguel, El Músico.

Pasear con su voz, a través de la tuya, por tantas imágenes de maltrato, dominación, vejaciones y explotación de mujeres y niñas ha podido conmigo varias veces, y he tenido que interrumpir la lectura ante un odio visceral hacia nuestra sociedad, hacia mí mismo por no hacer más ante el delito de la trata de seres humanos. A ratos, tenía que parar porque me faltaba el aire, me latía el corazón y se me partía el alma de dolor.

La trata de personas con fines de explotación sexual es uno de los delitos más repugnantes que podemos perpetrar como seres humanos. Y lo es precisamente por la deshumanización que genera en los captores y explotadores, como también en las propias víctimas, a las que deja en un lamentable estado físico y psicológico, en una posición social de riesgo de exclusión –si es que no ha sido excluida ya por su pasado y las marcas–, y con un futuro incierto, casi siempre, dentro del mundo de la prostitución, el único capaz de ofrecerles alguna oportunidad después de haber sido víctimas de tantos.

Sí, de tantos y tantas. Mujeres y, sobre todo, hombres que las han sometido al infierno en la tierra después de prometerles un mundo mejor, desarraigándolas casi para siempre de sus familias, sus pueblos, sus hijos… Y es que el mundo de la trata ha enriquecido a miles de personas en España: explotadores y traficantes, proxenetas, abogados, médicos, taxistas, testaferros, notarios y una larga lista de oficios y profesiones que han cerrado los ojos ante la miseria de miles de chicas que, para ellos y ellas no tenían otra condición que la de mercancía inerte y lucrativa.

Muchas veces cerraba el libro y evocaba en mi cabeza las escenas más dulces de alguna película para niños… casi llegué a invocar a Walt Disney con tal de quitarme de la cabeza el dolor de Lucía, de Patricia, de Yamileth, de Aline y de tantas otras mujeres sin rostro, sin nombre, sin vida para nosotros, pero que lo han perdido todo a pocos metros de nuestras casas sin que nos diéramos cuenta o sin querer verlo.

Y es que como sociedad somos corresponsables de este delito. Sí, lo somos. Con ideas como que es el oficio más antiguo del mundo o de que es una posibilidad de ocio aceptable y necesaria, o con el simple hecho de hacer la vista gorda ante su magnitud, debería darnos vergüenza que hayamos permitido campar a sus anchas durante tanto tiempo a estos mafiosos –que siguen en activo– y dejar en sus manos el destino infame que tenían reservado para tantas mujeres.

La trata con fines de explotación sexual es una violación de los derechos humanos de todas ellas, pero también es violencia de género, por su sistemática repetición y la aplastante mayoría de mujeres y niñas entre las víctimas (el porcentaje de hombres es todavía ínfimo al lado de lo que se ha hecho con ellas durante décadas).

El proxeneta es una vía necesaria e indispensable para conocer el negocio desde dentro, desde la verdad más asquerosa de este delito. Un texto que debería ser material de estudio, que debería ser visibilizado y recomendado a pesar de la dureza de su contenido. Un libro que cualquier persona con un mínimo de conciencia social debería leer para hablar con conocimiento sobre la realidad del negocio de la prostitución. Un libro que representantes políticos deberían tener en cuenta a la hora de legislar sobre el tema, para dejar de lado las fantasías hollywoodienses sobre este mundo y entender la dimensión que alcanza.

Un libro que madres y padres deberían conocer para dejar de transmitir comportamientos sobre dominación y la cultura de la violación que seguimos perpetuando, más por ignorancia que por interés. Un libro que deberías tener a mano para entender lo que se esconde detrás de las luces de los puticlubes, verdaderas cárceles de neón para tantas y tantas mujeres.

La única forma de acabar con esto es con una ley integral contra la trata y con mucha educación desde Primaria y Secundaria. Hay que instalar en la conciencia colectiva la idea de que el cuerpo de una mujer jamás debería ser considerado una mercancía, ni por la publicidad ni por la televisión ni por nadie. Mientras se siga propagando la idea de que el sexo vende (y con eso, queremos decir casi siempre tetas y culos de mujeres), nada cambiará realmente.

Por eso el trabajo de Mabel es tan necesario. Por eso, la labor de tantas organizaciones es absolutamente imprescindible. Pero no podemos dejarles todo el peso y tenemos que empezar a aportar nuestro grano de arena. Más, cuando se ha puesto el tema del abuso sobre la mesa en distintas partes del mundo y las mujeres están levantando la voz. No podemos olvidarnos ahora, más que nunca, de las víctimas de trata con fines de explotación sexual, las más abusadas y violentadas. Ellas son las primeras que podrían decir #MeToo. El tiempo ha llegado.

Acerca de Tomás Loyola Barberis 40 Articles
Periodista y editor, con 20 años de experiencia en medios de comunicación online

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