El aprendiz hace al maestro

Víctor Pliego | Catedrático del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid

Para aprender a tocar un instrumento musical es imprescindible el contacto directo, personal e individual entre maestro/a y discípulo/a. Vídeos, grabaciones y telecomunicaciones pueden completar, pero no sustituyen las lecciones. Los estudiantes de conservatorio, mayoritariamente instrumentistas, se preocupan mucho de encontrar al profesor o profesora más notable de su especialidad. Necesitan dar con alguien que sepa sacar lo mejor de ellos, que les comprenda, les acompañe, les aconseje y les estimule. Puede ser un trámite tan complejo como encontrar una pareja, pues el éxito depende de los rasgos de cada cual y de la sintonía entre ambas partes.

Los grandes artistas que triunfan con sus actuaciones suelen ser un ejemplo a imitar cuya fama cautiva tanto al público como a los educandos. “Maestro” es un título que reciben igualmente artistas y docentes. La familiaridad con los escenarios es fundamental en quienes pretendan formar concertistas. Una adecuada regulación de las compatibilidades debería facilitar mejor la transición entre los escenarios y las aulas, aunque no es sencillo. Ambas carreras exigen una intensa dedicación y lo más lógico sería que se sucedan o alternen. Sin embargo, es obvio que no todos los grandes concertistas son necesariamente buenos pedagogos, y al revés. El éxito depende de distintos factores en cada profesión: en un concertista cuenta su calidad tanto como la moda, la suerte, los contactos, la ambición…; en un docente su técnica y musicalidad, pero también su empatía, fama, perspicacia y paciencia.

Muchos estudiantes se empeñan en recibir clases con un determinado maestro o maestra por la reputación que goza. Aunque sea muy merecida, las expectativas se pueden ver defraudadas. El tanteo dentro de la oferta y la demanda acaba por desembocar en frustraciones y gastos para el pretendiente, y es algo que corrompe los principios de la educación. La calidad del sistema tiene más que ver con la cooperación, la flexibilidad y la profesionalidad. Un conservatorio no es un edificio con aulas en cada una de las cuales se establece una academia particular. Es un proyecto colectivo encaminado a formar músicos completos en todas las facetas, tanto troncales como complementarias, a través de un equipo formado por distintos especialistas docentes.

La excelencia no es la suma de talentos individuales, sino el talento para interaccionar entre todos, con las alegrías e inquietudes propias de la convivencia. Y esa oferta no es contraria a las clases magistrales, cursillos y cursos de verano con grandes concertistas, de los que siempre hay algo que aprender. Lo absurdo es centrar toda la apuesta en un determinado as, olvidando que hay que jugar con una baraja completa. Depositar todas las esperanzas en un ídolo es algo muy cómodo pero irracional.

El arte, la educación y conocimiento se desenvuelven, hoy más que nunca, en redes humanas extensas que multiplican las oportunidades. Y, cuando menos se espera, en cualquier momento y lugar, cuando menos se busca, se producen encuentros mágicos entre docentes y discentes. Con frecuencia, ese milagro solo lo conocen los propios protagonistas, fuera de focos y escenarios. Porque, en definitiva, son las y los estudiantes quienes engrandecen a sus maestros cuando les superan.

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