Leer y leer, pero leer bien

María Victoria Reyzábal | Especialista en Lengua y Literatura

Desde la antigüedad, las gentes se reunían para contar y escuchar historias (narraciones), recordar sucesos pasados (crónicas), entonar canciones (poesía), reflexionar sobre sucesos acaecidos, decisiones por tomar o enmienda de conductas… (preensayos filosóficos, sociológicos, éticos…). Quien hablaba usaba la voz como hoy la tinta para “escribir” su discurso; el que escuchaba “leía” la oralidad con atención, pues no podía regresar a la página anterior si algo se le había pasado. Esta simulación inversa a lo que después sería la lectura y la escritura, me sirve para recordar que la comunicación siempre ha sido y sigue siendo un componente esencial de las sociedades humanas. Más tarde, con la aparición de la escritura, la voz se haría grafía y se envalentonaría con el deseo de la supervivencia, más allá del instante en que ocurría el acto de habla.

Este afán de contar y escuchar historias, motivaciones, pasiones…, se mantiene en el teatro, la ópera y géneros intermedios que también se atemporizan con el invento del vídeo, la televisión, el cine y las grabaciones musicales de diverso tipo y soporte. De la primitiva tecnología de esculpir textos sobre madera, piedra o cera, de dibujar las letras sobre papiros, pergaminos, papel…, hemos pasado al e-book, las redes, etc., mas tanto avance no puede ni debe empobrecer nuestras relaciones personales cara a cara, ni la lectura sosegada y apetecible de aquellas obras que nos interesan, o la escucha y recepción personal y gozosa de cantantes e intérpretes de nuestro gusto. Tenemos que negarnos a que los incuestionables adelantos tecnológicos nos impidan disfrutar de las charlas familiares o entre amigos, de excelentes conferencias o interpretaciones únicas, sin aceptar que fallezca la lectura tranquila, sosegada, profunda de una lograda obra literaria, de un ensayo que nos ayude a reflexionar sobre cuestiones recientes o pasadas, o a desaprovechar un libro de estudio porque nos resulte imposible de asimilar rápidamente el contenido por su complejidad.

Si de la escuela y la universidad se sale sin el gusto, la destreza y la pasión por leer, peligran los necesarios aprendizajes, imprescindibles a lo largo de nuestra vida. Sin embargo, pareciera que los jóvenes actuales, según se predica, los mejores formados de todos los tiempos, no leen ni los prospectos de los medicamentos que consumen, ni las instrucciones de uso de aquellos utensilios que compran y utilizan, ni los periódicos, ni siquiera los mensajes que comparten compulsivamente por la Red y, por supuesto, mucho menos los libros o revistas especializadas. En este sentido, algunos estudiantes universitarios aseguran que a lo largo de su carrera no han leído ningún libro. Quizá esta sea una de las razones por las que está descendiendo el cociente intelectual de las nuevas generaciones. Ya no necesitan pensar, sino solo tomar apuntes, consultar la Wikipedia o, llegado el caso, pagar a un “doble a sueldo”. El fenómeno me parece alarmante.

Impaciencia cognitiva

Por otra parte, contradictoriamente todo el tiempo se lo pasan leyendo, por ejemplo, sobre las pantallas de sus teléfonos. Sin embargo, los expertos afirman que estas lecturas superficiales y atropelladas, además de acríticas, debilitan las capacidades de comprensión, ya que esta nueva realidad está modificando el cerebro. Leer no debe dejar de ser un placer y para ello hay que hacerlo sin prisas. La neurocientífica Maryanne Wolf nos lo recuerda después de haberse dado cuenta de, que incluso a ella, ya le costaba concentrase en las páginas de un libro y es que se había acostumbrado a leer principalmente para informarse y hasta eso lo hacía superficialmente, rápido y sin profundizar en niveles más hondos que los elementales, por eso en muchos casos se veía obligada a volver atrás ante contenidos complejos. ¿Qué decir entonces de nuestros estudiantes e incluso de nuestros maestros? Obviamente, esta forma superficial y entrecortada no implica leer para disfrutar ni para aprender.

El diagnóstico de Wolf es que se padece “impaciencia cognitiva”, trastorno que aumenta como una epidemia que afecta fundamentalmente a los jóvenes, pero también a profesionales de todas las especialidades. Además de la forma compulsiva en que vivimos, parece que soportes como el libro electrónico, el ordenador, el móvil y la tableta fomentan una lectura de urgencia, fragmentada y de consulta veloz entre enlaces, todo lo cual impide la lectura profunda y reflexiva. Ahora bien, el lenguaje es una competencia humana de gran complejidad y leer o escribir, una de las tareas más difíciles que realiza el cerebro. Hablamos desde hace 400.000 años, por lo que esta capacidad ya está recogida en nuestros genes, pero para aprender a leer hubieron de reconfigurarse los circuitos neuronales de varias regiones cerebrales, y eso sucedió recién hace 6.000 años, a partir del avance que implicó la escritura cuneiforme de los sumerios (desde el IV milenio a. de C.) y la jeroglífica de los egipcios (desde el 3.300 a. de C.).

Mas este órgano humano, plástico por excelencia, se modifica y adapta a los nuevos aprendizajes. Si habitualmente leemos con superficialidad, también se acostumbra a eso y descarta otros esfuerzos. En pruebas con alumnado, se ha comprobado que quienes leían en papel retenían más que quienes lo hacían en pantalla; esto es grave, porque la lectura concienzuda favorece la imaginación, la deducción y el pensamiento crítico y creativo; la otra, apenas sirve para adquirir algunos datos o mantener contactos intrascendentes, algo que explicaría el tipo de estudiante que tenemos en nuestras aulas, ya que no se ha abstraído nunca en una lectura ponderada ni placentera, ajena al tiempo. Para algunos lingüistas, esta sería otra forma de analfabetismo que incapacita, por ejemplo, para comprender oraciones subordinadas o incluso dobles negaciones, empobreciendo además gravemente el vocabulario de uso.

Hoy se requiere la llamada doble alfabetización o bialfabetización, es decir, tanto impresa en papel como en formato digital, para no perder ninguna de las dos habilidades. De otra manera, corremos el riesgo de ser engañados con facilidad y dirigidos ideológicamente, expuestos a perder la empatía que implica ponerse en el lugar del otro y, no menos importante, de ser incapaces de disfrutar la belleza de las grandes obras literarias, sin olvidar que con ciudadanos semejantes peligraría la misma democracia, ya que solo seríamos capaces de interpretar los lugares comunes, lo que facilitaría la tarea de demagogos (propagandistas) y manipuladores (publicistas), dejándonos sin posibilidad de discernir entre la verdad y el engaño.

3 Comments

  1. Excelente reflexión, un discurso que no minimiza a la tecnología, pero sí destaca la importancia del disfrute de la interacción con la escritura hecha en papel. Felicitaciones. Quedo a la espera de su siguiente artículo.

  2. Extraordinarias reflexiones de lo que la era digital e informática está produciendo en la juventud en particular, con argumentos muy sólidos y científicos. Felicitaciones.

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