Paradojas de la Administración: es una sorpresa y no lo es. La Comunidad de Madrid lleva mucho tiempo anunciando una inminente convocatoria de Cátedras de Música y Artes Escénicas. No es nada nuevo. Antes o después tenían que salir. La incógnita ha sido el momento escogido, que lleva varios años siendo “inminente”. La ampliación de la Oferta Pública de Empleo el 26 de abril incluye una previsión de 95 cátedras. No es nada extraño, pero en este caso concurren circunstancias anormales. La primera es que desde la anterior convocatoria han pasado lustros, generaciones, leyes y planes de estudios, se han culminado las transferencias y nos hemos incorporado al Espacio Europeo de la Educación Superior. Incluso ha dado tiempo para que otras Autonomías tomaran la delantera convocando procedimientos en su ámbito, aunque para el mismo cuerpo, colocando en desventaja tácita que quienes han venido desarrollando su carrera en Madrid sin hablar valenciano. Todo ello genera innumerables dudas y una clara inseguridad jurídica sobre las situaciones que se puedan derivar. Nunca antes nos hemos visto en este enredo, agrandado por la fanática doctrina contra lo público. Los peores anti-sistema están dentro del sistema. Pero la Administración avanza inexorablemente, como una apisonadora, aunque sea despacio y sin conductor.
Otra rareza es que los concernidos desconozcan hasta hoy detalles cruciales del lance. El tiempo perdido no se destinó a reflexionar ni a planificar, sino a ver crecer las margaritas año tras año. A estas alturas del curso, ya cercano su final, no se sabe a ciencia cierta cuándo tendrán lugar los procesos. No será, como es costumbre y en los demás casos, durante el periodo estival no lectivo y acometerlos una vez empezado el próximo curso puede ser complicado. La oferta se puede ejecutar en el plazo de tres años. Tampoco conocemos qué especialidades se verán alcanzadas por el rayo, ni los requisitos últimos para poder participar, que pueden ser excluyentes para muchos aspirantes. El año pasado la Comunidad de Madrid adelantó que iba a requerir un máster universitario, lo cual provocó la matriculación masiva en algún afortunado programa. Pero la norma ordena “acreditar la formación y capacidad de tutela en investigaciones propias de las enseñanzas artísticas” y no se ha implantado ninguna formación específica a tal fin. Exigir lo que no existe es una incongruencia y contrario a derecho. Tampoco se ha regulado ni activado el máster de profesorado de conservatorio y, por eso, tal requisito no se pide en las correspondientes convocatorias del cuerpo de profesores. ¿No cabría hacer lo mismo con la referida “formación específica” en el caso de las cátedras?
La glaciación que padecemos en los servicios públicos conduce a otras asombrosas paradojas: ha consolidado plantillas inestables en los centros, donde los funcionarios con destino definitivo son la excepción. Todas y estas muchas zozobras, que bien enumeradas suman decenas, hacen que la esperada y necesaria convocatoria madrileña de Cátedras de Música y Artes Escénicas sea motivo de preocupación y de incertidumbre, y no de alborozo. Un trámite normal se ha visto transformado en una bomba de relojería, en una perversa tortura psicológica. Una pena. Otra más.
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