Recientemente se ha otorgado al CEIP Joaquim Ruyra el considerado como el premio a la mejor escuela de Cataluña. La mayor parte de la prensa española ha destacado su labor con titulares como los siguientes: “la escuela pública Joaquim Ruyra, donde el 95% de los alumnos tienen beca de comedor, logra resultados de privada de élite”, “el nivel del centro cuestiona las teorías de PISA sobre el determinismo educativo”. Para lograr esa extraordinaria respuesta al derecho a la educación de todas las niñas y niños ha habido que realizar una profunda innovación que ha alejado la escuela del funcionamiento tradicional de los centros educativos. El equipo directivo, el profesorado, las familias y la comunidad han logrado transformar el conjunto de sus actividades. Al recoger el premio, la directora declaró que quieren el éxito académico para que las niñas y niños puedan escoger el futuro que quieran.
El funcionamiento tradicional de las escuelas ha llevado a la reproducción de las desigualdades sociales y las teorías tradicionales han fomentado esa injusticia. En el sistema educativo tradicional, el nivel educativo del alumnado depende del nivel socioeconómico de sus familias. Las teorías tradicionales han consolidado ese resultado al decir que esa es la función de las escuelas y que la educación no sirve para superar las desigualdades. El Informe Coleman de 1966 se presentó y se presenta como la prueba estadística de esas afirmaciones, reforzada por el posterior Informe de Jencks. En 1973, Harvard Educational Review publicó un conjunto de artículos que demostraban los errores de esos trabajos.
La herencia más clara de esos informes es la tan repetida afirmación de que los resultados educativos dependen del nivel socioeconómico, de la proporción de inmigrantes y del nivel cultural del padre y especialmente de la madre.
Resulta realmente muy perjudicial para nuestro alumnado que todavía hoy nuestra formación del profesorado sea todavía tan tradicional como para seguir el determinismo de esos trabajos en lugar de tener en cuenta las evidencias científicas publicadas en revistas como Harvard Educational Review. Este tradicionalismo genera expectativas negativas hacia el alumnado de menores niveles socioeconómicos no solo provocando sus malos resultados, sino considerándolos inevitables.
La escuela Joaquín Ruyra no aceptó esa enseñanza tradicional y decidió innovar para lograr que su alumnado, condenado al fracaso por el determinismo de esos informes y los discursos de los “expertos”, pudiera lograr el mismo éxito que el profesorado queremos para nuestras hijas e hijos. Para conseguirlo, tenían que transformar todas las dinámicas tradicionales que llevaban al fracaso y lo están haciendo. Han cambiado las aulas que ahora funcionan en grupos interactivos, han desarrollado las tertulias dialógicas, realizan comisiones mixtas para tomar decisiones, la comunidad gestiona la biblioteca tutorizada y potencian la formación de familiares. No se conforman con lo que ya han conseguido; van a seguir innovando, realizando todos los cambios que mejoren todavía más el derecho a la educación de todas las niñas y niños, sin dejar a nadie atrás.
En esta escuela se viven los valores, sentimientos, ideales y sueños que desde siempre ha buscado la educación. Si queremos el derecho a la educación de todas y todos, aprendamos de quienes más lo han logrado.
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