Es ya un clamor entre muchos docentes de Educación Infantil el poco respeto que se tiene, en la práctica legislativa, por el sentido de esta etapa inicial de la educación y la importancia de su adecuado desarrollo. En el momento en que se modificó su denominación (de Educación Preescolar a Educación Infantil) ya se debatió ampliamente la necesidad de este cambio. El llamarla “Pre-escolar” pareciera que solo tiene justificación como preparación para entrar en la escuela, en este caso en la Educación Primaria. Pero está demostrado con rotundidad que, aunque no existiera la “escuela”, la educación en los primeros años de la persona seguiría siendo fundamental, como base de su evolución futura en todos los órdenes de desarrollo, tanto físico como emocional e intelectual.
A partir de ese momento, con acierto según mi criterio, se ha puesto el énfasis en los aspectos realmente importantes para la educación en estas edades: trabajo sobre el esquema corporal, la psicomotricidad, la creatividad, la socialización, las relaciones espaciales y temporales, la aproximación al conocimiento del entorno, el disfrute de lo artístico, el desarrollo socioemocional o afectivo…, todo ello, sin entrar en más detalles, con metodologías adaptadas a la etapa evolutiva de los niños; es decir, mediante el juego y captando su interés en torno a temas con fuerza atractiva para ellos, sin escatimar el rigor.
La legislación, por su parte, se ha ido manteniendo ajustada a estos principios básicos, que respetan el desarrollo evolutivo del niño y que, por tanto, se intentan ajustar a su madurez en cada momento de estos primeros años. Pero últimamente, al menos en algunas de nuestras comunidades autónomas, la regulación legal parece contradecirse al exigir rendimientos puramente “escolares” al alumnado pre-escolar, para entendernos. No se desdice al marcar metas u objetivos de la etapa, pero sí al señalar los “saberes” que deben evaluarse en cuanto al aprendizaje adquirido a los 5 años, es decir, en el momento de su paso a la Primaria.
Se mantiene, por ejemplo, que: “La finalidad de la Educación Infantil es la de contribuir al desarrollo físico, sensorial, intelectual, afectivo y social de los niños”, a conseguir su acceso al “desarrollo del movimiento y de los hábitos de control corporal, a las diferentes formas de comunicación, al lenguaje, a las pautas elementales de convivencia y de relación social, así como al descubrimiento de las características físicas y sociales del medio. Además, se facilitará que los niños elaboren una imagen de sí mismos positiva y equilibrada y adquieran autonomía personal”. Perfecto. Pero, además, se incluyen sugerencias como que los niños desarrollarán “progresivamente las habilidades necesarias para el aprendizaje de la lectura, la escritura, la representación numérica y el cálculo con el fin de incrementar las capacidades intelectuales de los alumnos y de prepararlos para cursar con aprovechamiento la Educación Primaria”. Entre los objetivos, más concretos, que parten de estos principios, aparecen: “Iniciarse en las habilidades lógico-matemáticas, en la lectura, en la escritura y en el movimiento, el gesto y el ritmo” y “Se iniciará el aprendizaje de la lectura y de la escritura en el segundo ciclo, en función de las características y la experiencia de cada alumno”.
Los problemas surgen por varias vías:
- Que cuando los niños llegan, a los 6 años, a la Educación Primaria, se les ponen delante, desde el primer día, un montón de libros que deben leer si quieren seguir adecuadamente los trabajos en el aula.
- Que la Educación Infantil no es una etapa de educación obligatoria, por lo cual pueden llegar niños a Primaria sin haber estado escolarizados con anterioridad.
- Que, dadas las normas de escolarización, hay niños con diferencias de hasta casi un año en su madurez, pues unos pueden haber nacido el 1 de enero y otros el 31 de diciembre de ese mismo año, estando todos matriculados en el mismo curso.
- Y, casi la más importante: que, en el informe final de aprendizaje del alumnado de 5 años, aparecen explícitamente en los documentos de la Administración: “Lee, comprende y escribe oraciones sencillas”, “Realiza sencillas operaciones de cálculo, suma y resta”, “Realiza sencillos problemas de suma y resta”.
Todos sabemos que la evaluación, es decir, el modelo de evaluar dentro del sistema educativo es el que dirige las actuaciones dentro del aula, incluso en Educación Infantil. Cuando un objetivo, un aprendizaje, se recoge en un informe final, tanto las familias como los centros se imponen la obligación de conseguirlo, pues, de lo contrario, las primeras pensarán que su hijo va con retraso con respecto a otros y los segundos estiman que si este no se alcanza, la calidad de su enseñanza es inferior a la del resto de escuelas que lo consiguen. Además, como se dan las circunstancias descritas en el párrafo anterior, es cierto que si un niño tiene que entrar de lleno en la comprensión de lo escrito desde su primer momento como alumno de Primaria, “necesita” (al menos desde ese planteamiento escolar) saber leer para no sentirse marginado ni, en consecuencia, perder autoestima personal.
Creo que muchos niños pueden acceder a la lectura y a la escritura sin problema a los 5 años, pero también creo que no es imprescindible ni necesario, si no aparecieran las presiones del sistema, incluso planteando posibles “pruebas externas” (voluntarias, dicen) a esta edad. Si la niña o el niño alcanza correctamente las metas previstas en esta etapa (o sea, las habilidades indicadas en las finalidades, no), durante el primer trimestre de Primaria aprenderá sin dificultad a leer y a escribir. Lo sabemos bien los docentes. No se puede exigir un nivel de madurez que muchos no tienen, pues lo van adquiriendo paulatinamente, día a día, cada uno a su ritmo… Y todos llegarán a tiempo, sin prisas, con un desarrollo excelente en todo lo demás que no es leer, escribir y contar. Y, por supuesto, mucho mejor preparados para las adquisiciones puramente escolares que vienen a continuación.
Hay edades “críticas” para alcanzar determinados aprendizajes. Es en ellas cuando se adquieren con sentido, comprendiendo plenamente los contenidos que se trabajan partiendo de la madurez cerebral necesaria. El hacerlo antes solo conduce a fracasos, desencantos, trastornos que no debieran presentarse… No hay que correr sin saber hacia dónde se va ni qué metas se pretenden. Suele ser para peor. El conocido “elogio de la lentitud” habría que aplicarlo en la educación. Respetar los ritmos evolutivos de cada alumno (más aún en edades tempranas) es la clave del éxito en la vida y de que el niño no rechace la escuela porque se le exijan rendimientos imposibles.
Dejemos que los niños jueguen, canten, dibujen, bailen, aprendan a convivir, a relacionarse, a cooperar, a conocerse a sí mismos, a dominar su cuerpo y a comprender su entorno. También, claro está, a avanzar en actividades y habilidades que les van a resultar útiles en su educación institucional…, pero tranquilamente, sin carreras inútiles, improductivas y, desgraciadamente, negativas en demasiados casos.
En definitiva, yo abogaría porque no se reflejase en la regulación legal de Educación Infantil nada relacionado con aprendizajes considerados como estrictamente escolares (lectura, escritura, cálculo), de manera que, evidentemente, no se prohíba trabajarlos, pero tampoco se obligue a hacerlo.
Me viene a la memoria el poema de León Felipe, que resume claramente la finalidad de la educación para todos:
“Voy con las riendas tensas
y refrenando el vuelo
porque no es lo que importa llegar solo ni pronto,
sino llegar con todos y a tiempo”.
Deja un comentario