Ramón Flecha: “Ninguna ley de las que hasta ahora se han hecho en España se ha enfocado hacia una democratización completa que incluya la participación de toda la comunidad educativa”

La trayectoria de Ramón Flecha en asuntos educativos viene de antes de ser catedrático en la UAB; en 1977 ya colaboró en un libro en que se planteaban alternativas a una escuela estancada en un pasado trasnochado: Transformemos la escuela (Vicente Álvarez, Editor). Los muchos títulos de libros y artículos en que desde entonces se ha ocupado de sociología de la educación y de los cambios que debería tener la relación escolar con las familias y alumnos, muestran que sus preocupaciones primordiales giran en torno a las “Comunidades de aprendizaje”. Este núcleo teórico-práctico le permite conjugar, a partir de las maneras dialógicas que propugnaba Freire para la función liberadora que debe desempeñar todo acto educativo, aspectos sociales, afectivos e intelectuales que la escuela debe no perder de vista para mejorar la calidad de su función individual y social.

Al implicar a padres y madres en el aprendizaje de los más pequeños, reafirma la larga tradición del aprendizaje a lo largo de la historia humana y, donde cunde, tiene grandes posibilidades de transformar los claustros y las aulas de los centros; al interrelacionar necesidades sociales y educativas, elimina muchas de las formas de segregación y desigualdad, y hace crecer el aprecio por la cultura que la escuela debe transmitir a todos. En Transformando la escuela: las comunidades de aprendizaje (Grao, 2006), junto a otros autores muestra, además de experiencias en este terreno de la democratización educadora, maneras de colaboración mutua en que se puede adentrar la organización interna. El libro que puede servir de clave de su pensamiento y acción es Compartiendo palabras (Paidós, 1997).

En 1977 escribiste en colaboración Transformemos la escuela. Respecto a lo que decíais en aquel libro, ¿qué destacarías más entre lo que haya cambiado el sistema escolar? ¿Las formalidades burocráticas, los currícula, las culturas internas de los centros, el afán legislativo, la autonomía administrativa, el sentido de lo que se enseña y el para qué…?

El cambio más relevante y de mayor proyección de futuro producido en nuestro sistema escolar desde 1977 es su avance hacia lo que es el derecho a la educación tal como se plantea en la Declaración Universal de Derechos Humanos. En su artículo 27 establece el derecho al progreso científico y a los beneficios que se deriven. La escuela tiene que ser de toda la comunidad (profesionales, familiares, alumnado, vecindario) y todo el mundo tiene derecho a conocer cuáles son las actuaciones educativas de éxito como resultado de ese progreso científico. Eso es lo que escribía y decía en 1977 y sigo diciendo lo mismo.

Todavía viviste una parte de la educación franquista. ¿Cuáles son los aspectos en que, a tu modo de ver, haya cambiado a mejor desde entonces?

Sí que viví la educación franquista, y de hecho fui primero líder estudiantil represaliado y luego líder del propio movimiento educativo en la lucha por su transformación. Sí que ha cambiado, indudablemente; hay libertad de expresión, etc., pero el movimiento democrático antifranquista en educación, con una orientación predominante del enfoque dialógico de Paulo Freire, se abandonó y arrinconó mucho en la transición. Ahora sí que llevamos años recuperando esa perspectiva dialógica.

 ¿Qué tiene todavía la educación escolar que no responda adecuadamente a lo que deba ser una educación de todos y para todas hoy?

La mayor parte de la educación escolar todavía hoy en España está basada en la idea de que el derecho a la educación es el derecho de asistencia a los centros educativos, pero que allí la niña o niño se puede encontrar cualquier cosa. Se puede encontrar las actuaciones educativas de éxito, las que aseguran su éxito educativo en aprendizajes instrumentales, valores, emociones y sentimientos; o se puede encontrar bulos, ocurrencias, que es lo que más predomina todavía en la educación escolar española, bulos que llevan al fracaso en la convivencia y en los propios aprendizajes instrumentales, creando grandes desigualdades y segregación.

 ¿Qué papel estimas que han jugado las Administraciones públicas en estos cambios y estancamientos? ¿Ha habido variaciones sustantivas desde la CE78?

Las administraciones jugaron un papel muy negativo en los años 80 y 90 con todas las ocurrencias y bulos en los que se basó la denominada LOGSE y la concepción constructivista de aprendizaje significativo de Ausubel, que nunca se ha considerado válida en ninguna universidad de prestigio mundial como Harvard, Wisconsin, Cambridge, etc. Nos decían frecuentemente: “menos Freire y más Ausubel”, la verdad es que fue nefasto. Por suerte, luego se ha ido evolucionando y se ha ido mejorando en la contemplación dentro de los planes educativos y las legislaciones de las evidencias científicas y de la participación de toda la comunidad en la educación. Pero todavía tienen que mejorar muchísimo las administraciones y tienen que tener muy en cuenta las recomendaciones que, por ejemplo, se hacen desde la Comisión Europea para la educación.

¿Qué mérito cabe atribuir al profesorado y a las familias en los procesos desarrollados desde entonces? ¿Se complementan bien ambos segmentos de las comunidades educativas?

El programa de investigación científico europeo, el más importante y con más financiación del mundo, en que he tenido la suerte de ser contratado para dirigir su parte de impacto social, tiene un principio que es el de cocreación. Es decir, en todas las investigaciones de todas las ciencias se plantea que las personas de ciencia han de construir sus conocimientos conjuntamente y en diálogo igualitario con los y las ciudadanas. Como vemos, es la perspectiva dialógica de Freire llevada al conjunto de todas las ciencias ¡Qué menos que hacer eso también en la escuela! Si los grandes investigadores e investigadoras de cáncer, de ingeniería están construyendo su conocimiento en diálogo con la ciudadanía, lo menos que podemos hacer el profesorado es construir la educación de cada día de forma colaborativa con las familias; eso se está haciendo, por ejemplo, en Portugal. Eso es lo que tiene que saber el profesorado, que la forma de mejorar la educación solo puede hacerse con esas evidencias científicas y con la participación de las familias.

 ¿Va a ser la LOMLOE una ley que haga transformar la escuela hacia una democratización completa?

Ninguna ley de las que hasta ahora se han hecho en España se ha enfocado hacia una democratización completa que incluya la participación de toda la comunidad educativa y, dentro de esa participación, el disfrute del progreso científico y de los beneficios que de él se derivan (art. 27). La Ley que dio un paso más positivo fue la LOE. La LOMLOE es una pena cómo se ha elaborado y lo muy deficiente que es para el año en que ahora estamos.

Desde tu experiencia con las “comunidades de aprendizaje”, ¿en qué aspectos cabe esperar desde este curso 2021-22 que pueda haber más a compartir y complementar entre las distintas redes escolares?

Ya hay más de 10.000 Comunidades de Aprendizaje en diferentes países del mundo y en España también está creciendo su número. Cada vez más, esas comunidades lo hacen mejor distinguiendo mucho las evidencias científicas, lo que está validado, de lo que son bulos. Lo que podemos compartir las Comunidades de Aprendizaje con otras redes es todo lo que hagan que mejore el derecho a la educación; lo que no podemos compartir son los bulos en que se basan la mayoría de redes escolares que hay en estos momentos. Ya he dicho que hay más proyectos de innovación que crecepelos en el siglo XIX y producen el mismo efecto: la mayoría de proyectos de innovación no tienen ninguna validez científica y en ningún sitio han demostrado que mejoren los resultados de las escuelas.

 ¿Qué son y qué aportan estas comunidades de aprendizaje? 

Las Comunidades de aprendizaje aportan el derecho a la educación, por eso gustaban tanto a Paulo Freire. Es el avanzar en lo que será la transformación de todo el sistema educativo, porque todo el sistema escolar, dentro de unos años, tendrá como condición lo que ya tienen algunos países que a veces citamos: que todo lo que se haga en la escuela sea lo que está validado científicamente; y que no se haga lo que está demostrado científicamente que genera un gran fracaso. Lo que aportan es eso, escuelas que no quieren esperar a que esa transformación llegue desde arriba, porque si no, sus niños y niñas no disfrutarán de ella. Hacen lo que harán todos los centros educativos dentro de unos años y, entonces, el proyecto de Comunidades de Aprendizaje desaparecerá porque ya no será necesario.

¿Deberán ser iguales las diferencias entre las distintas comunidades de aprendizaje que pueda haber en una misma población? Participación, comunidad educativa e innovación, ¿qué deben tener en común como irrenunciable?

Lo único que tienen y deben tener en común las Comunidades de Aprendizaje son las actuaciones educativas que científicamente se ha demostrado y publicado en las revistas científicas de Harvard, de Cambridge, etc., que son las que generan mejores resultados. No hay absolutamente nada más que eso, que es lo que puedan tener y deban tener en común. Todo lo demás de orientaciones ideológicas, de creencias, de opciones de innovación, etc., en todo eso son distintas y deben serlo. La democracia y pluralismo son inseparables.

 ¿Las supuestas crisis y cansancios que existen en el sistema educativo tienen solución desde el desarrollo de comunidades vivas de aprendizaje? ¿Con qué problemas suelen tropezar? 

A veces, se dice: “¿y se puede implementar la propuesta de Freire dado el dominio del neoliberalismo?”, todo eso son disculpas. La propuesta de Paulo y la implementación que hemos hecho en prácticamente todos los países del mundo se ha realizado en condiciones muy distintas. En la España dominada por el franquismo, hacíamos e implementábamos Paulo Freire en barrios de chabolas, etc. Por lo tanto, haya las crisis que haya, haya los cansancios que haya, siempre lo hemos dicho y se comprueba que será así: las Comunidades de Aprendizaje no pararán de avanzar sea cual sea la situación económica, social, política de cada país, porque es el derecho a la educación. Cuando las familias y el profesorado lo descubren, ya no hay nada que las pueda frenar.

¿Desde tu conocimiento de esta fórmula comunitaria, los desajustes existentes entre Privada, Concertada y Pública pueden conciliarse bien? ¿Las distancias y distinciones existentes se reducirían sensiblemente? ¿Qué expectativas aportarían al sistema?

El proyecto de Comunidades de Aprendizaje es un proyecto democrático y, por lo tanto, plural. Caben todas las ideologías, caben todas las creencias y todas las no creencias; lo que aporta son actuaciones de éxito. Los tratamientos para determinadas enfermedades se pueden llevar en hospitales públicos, privados, eso ya depende de la opción ideológica de cada uno, y las actuaciones educativas de éxito se pue-den llevar y se llevan en escuelas públicas, privadas, escuelas de clase alta, de clase baja, de todo… Y eso es una propuesta democrática y científica. Hay gente que tiene proyectos educativos que está muy pendiente de quién ganará las elecciones, porque según quien gane los financian y según quien no gane se quedan sin desarrollar. Los proyectos democráticos y científicos no dependen de ese clientelismo; están pendientes del derecho a la educación y eso es algo que no puede ir para atrás, va para adelante y seguirá yendo hacia adelante.

 ¿Qué papel cabe en la formación del profesorado para cuidar esta preocupación por la participación comunitaria, más allá de la atención que unos u otros padres tengan a título individual por la educación de sus vástagos?

Las familias siempre quieren lo mejor para sus hijas e hijos y siempre que se las deja participar, hacen lo que creen más conveniente para ello. El profesorado, de finales de los años 70 y 80, estaba entusiasmado con colaborar en esa transformación hacia una mejora democrática de las escuelas. Lo que pasa es que la formación que se hizo a profesionales de la educación en general, tanto la inicial en las universidades como la formación permanente desde las administraciones, fue nefasta, llena de bulos que hacían que todo ese esfuerzo no repercutiera en una mejora de los resultados educativos y se quemara ese profesorado. El profesorado eran remeros y remeras excelentes, con un timonel que les llevaba contra las rocas. Por suerte, ahora, con internet, el profesorado tiene acceso a las evidencias científicas internacionales y cada vez más las familias también; y por lo tanto todos los vivido-res de ocurrencias, que han ganado dinero y fama diciendo cosas que no tenían ninguna validación científica, están en retroceso.

 ¿Se puede, en fin, innovar realmente en las aulas sin contar con el plural fondo social en que esté inmerso cada centro educativo?

Muy de acuerdo con lo que se plantea en esta pregunta, es decir, una innovación que avance en el derecho a la educación en las aulas solo se puede hacer contando, con el plural fondo social en que está inmerso cada centro educativo. Y dentro de las comunidades, dentro de ese fondo social plural, dentro de las familias, hay de todo, hay personas de izquierdas, de derechas, que creen en una religión o en otra, o que no creen en ninguna. Esa es la pluralidad, esa es la base de la democracia. Por lo tanto, todo proyecto democrático tiene que contar con ese pluralismo y no sustituir lo que son las evidencias científicas y la participación de toda esa pluralidad de personas por una opción ideológica o metodológica concreta, que excluya a una parte de esa pluralidad y, por tanto, que excluya la democracia.

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