Fernando Álvarez-Uría: “No es posible una sociedad mínimamente integrada sin una moral laica compartida en torno a la idea de justicia”

Fernando Álvarez-Uría, sociólogo, y hasta 2017 catedrático en activo de la Complutense, acaba de publicar Sociología y Literatura, dos observatorios de la vida social. Antes, dio clase en dos institutos madrileños en los años setenta. Su rica vida intelectual se ha nutrido de un relevante trabajo investigador volcado en lo que ayudaría más a los estudiantes, muchas veces junto a Julia Varela. De esa colaboración es, entre otras iniciativas, la colección “Genealogía del poder”, de Ediciones La Piqueta, y diversos artículos en revistas como Archipiélago; ambos estudiaron en París-Vincennes VIII con sociólogos como Robert Castel, en un entorno don-de andaban Foucault, Bourdieu o Roland Barthes. Sus intereses más específicos han girado en torno a instituciones como la medicina mental, las cárceles, la psiquiatría infantil o la propia Sociología como instrumento de conocimiento social. En Ediciones Morata han aparecido, antes de este libro, otros suyos como El reconocimiento de la Humanidad, de gran interés para entender qué es la “modernidad”, como proceso de desencantamiento de nuestras imágenes del mundo.

¿Cuándo empezaste a escribir este libro?

Pertenezco a una generación nacida en la inmediata postguerra que vivió su infancia y su juventud duran-te la dictadura franquista. Para nuestra generación, el cine, especialmente el cine norteamericano, y la lectura, sobre todo Novelas como Rebelión en la granja, de George Orwell, no solo son críticas con el sistema de explotación capitalista, sino también con el poder burocrático dictatorial ejercido por los altos cuadros del Comité central del Partido Comunista en los países del llamado socialismo real. A mí fue un libro que me impresionó cuando era muy joven. A través de él tuve conocimiento de la existencia de un tal Carlos Marx, pero también de revolucionarios como Trotsky y de dictadores comunistas como Stalin. Durante todos mis años de docencia, me he servido tanto del cine como de las lecturas para estimular a mis estudiantes proponiéndoles trabajar sobre determinadas novelas para abordar distintos ámbitos de la vida social. Cuando me jubilé en 2017, pasé unos meses disfrutando de la lectura y relectura de algunas novelas clásicas, y fue entonces cuando pensé en la posibilidad de hacer un libro en el que se abordasen de forma libre cuestiones sociales que preocupan a la gente. El resultado es Sociología y Literatura, que Ediciones Morata acaba de publicar con prólogo de Luis Mancha y una preciosa portada de Mitsuo Miura.

¿Cuáles son a tu juicio los problemas que preocupan a la gente y de los que te has ocupado en el libro?

Bueno, creo que la declaración unilateral de independencia, el llamado procés catalán, ha suscitado una vez más la necesidad de repensar históricamente la formación de la unidad nacional. Pero está también el problema de la corrupción, de las mafias policiales, de los millones en Suiza del Rey emérito, es decir, el problema de hacer de la codicia, del dinero, el eje central de la existencia. Están, además, las cuestiones del individualismo, del psicologismo, de la dominación masculina, y, por supuesto, siguen vivas las denominadas por Erving Goffman instituciones totales, como las cárceles, los hospitales psiquiátricos, pero también las residencias de ancianos convertidas en objeto de especulación por las grandes multinacionales de los geriátricos. Los sociólogos nos hemos ocupado de estas y otras cuestiones, pero también los novelistas y escritores. He retomado estos problemas a partir de corpus literarios, sin renunciar a la inscripción histórica de los textos.

¿Qué tratas de decir al lector?

Este libro es la reflexión en voz alta de un profesor jubilado que, a través de lecturas y relecturas de obras literarias, intenta superar una especie de radicalismo adolescente para tratar de pensar de otro modo y, con mayor conocimiento de causa, algunos problemas sociales de nuestro tiempo, como los que acabo de mencionar. En el subtítulo se indica que son las lecturas de un sociólogo sobre problemas que nos interpelan, contemplados a la luz de determinados registros literarios. Propongo la alianza de sociólogos y escritores para desarrollar un poco más la observación social, pues el conocimiento no sólo ayuda a comprender mejor el presente, sino que también contribuye a crear mejores condiciones para el cambio social. La propuesta no es muy original, pero, a la vez, va a contracorriente de una sociología cada más inútil y tecnocrática, y de una literatura cada vez más ñoña y banal, enfangada en sentimentalismos e irracionalismos mágicos.

¿Para quienes escribiste Sociología y Literatura?

Este libro va dirigido a todos los afiliados al club de la lectura, a todos los amantes de la literatura, pero a la vez se sitúa en las antípodas de quienes sistemáticamente confunden la sociología con porcentajes y regresiones múltiples. La apología de la literatura como vía de conocimiento de mundos sociales cuestiona a esos sociólogos que son fanáticos de las estadísticas y, también, a los metodólogos puros, aquellos que, como señalaba Freud, no cesan de limpiar permanentemente las gafas, pero no se las ponen nunca.

¿Se lo recomendarías a los docentes?

Si analizásemos en la actualidad el campus virtual en que cada profesor vuelca los materiales docentes para sus estudiantes universitarios, creo que se podría comprobar que cada vez son más frecuentes los textos -incluidas las novelas- segmentados en capítulos separados y leídos al margen del contexto en que fueron producidos y difundidos. El acceso gratuito a textos bajados de la red ha roto con una tradición que a nosotros nos sirvió, la del hábito de que cada estudiante fuese enriqueciendo con lecturas nuevas -nuevos libros- su biblioteca de referencia. En este último decenio, las librerías de las Facultades de las Universidades públicas se han visto sistemáticamente cerradas o han sido copadas por grupos confesionales mediante concursos muchas veces opacos. He podido comprobar cómo libreros reaccionarios de algunas librerías de Universidades públicas se han atrevido, incluso, a proponer a los estudiantes como libro del mes una biografía del papa Juan Pablo II. Muchos estudiantes y profesores tienden a sustituir el trabajo de biblioteca y la lectura de libros por el trabajo en la red y, sin embargo, las lecturas de libros y los análisis de discursos contextualizados son fundamentales para entender el mundo en que vivimos, incluidas las nuevas tecnologías de la información. En este sentido, Sociología y literatura puede ser útil para profesores y estudiantes, especialmente de ciencias sociales y filología, aunque vaya a contracorriente de una práctica cada vez más extendida y reductora, que ha crecido al amparo de las nuevas tecnologías.

¿Qué materiales nuevos proporciona la literatura a un sociólogo?

Yo creo que hay que distinguir entre la buena y la mala literatura. No valen lo mismo trabajos literarios demagógicos, fáciles, sensibleros, dirigidos a alimentar el narcisismo de los lectores, con el fin de ser vendidos como rosquillas, que producciones literarias pensadas, trabajadas, documentadas, realizadas con inteligencia, sensibilidad, y un especial sentido de la belleza, que tratan de proyectar una nueva luz sobre determinadas regiones opacas de la vida social. Las obras literarias de este tipo, al proporcionar una nueva mirada de las regiones observadas, ofrecen a los lectores nuevas vías para comprender la realidad y nos hacen más conscientes de nuestro destino. La buena literatura no tiene por qué ser elitista, ni plúmbea, ni sofisticada. Pienso por ejemplo en una novela como Crematorio, de Rafael Chirbes, que ha sido una novela de éxito, a partir de la cual se realizó también una buena serie de televisión. Crematorio explica bien el tránsito, en la costa del sol levantina, de una familia de huertanos a la especulación urbanística y al imperio del cemento. Muestra bien la connivencia entre constructores, bancos, autoridades corruptas de los ayuntamientos y Generalitat valenciana con las mafias rusas, los clubs de prostitución, el juego, las drogas y el dinero negro. El novelista Rafael Chirbes creó con esta novela una ficción pero, como había señalado Octavio Paz, la verdadera literatura es aquella que a través de ficciones y mentiras dice la verdad escondida. Para un sociólogo que trabaje sobre el peso de la corrupción urbanística en España en las últimas décadas, la novela es, sin duda, de gran utilidad, pues ofrece líneas importantes para la construcción del objeto de investigación. A la hora de escribir, los novelistas son más libres que los sociólogos, lo que les permite una mayor capacidad de inventiva con fundamento en la realidad. La fuerza de la sociología radica, a su vez, en que para argumentar y desvelar es preciso estar pegado a los hechos sociales. En todo caso, sociólogos y escritores, que desde sus observatorios específicos se mueven en esferas distintas, pueden y deben realizar trabajos en cooperación

¿A qué tipo de mirada específica tendría que recurrir un sociólogo para escrutar lo que dice un literato?

Creo que lo que se precisa es una lectura atenta de las obras literarias, acompañada en ocasiones de una relectura, en la que el sociólogo haga operativos los conceptos fundamentales propios de su profesión, conceptos tales como relaciones de poder, interacción, clases sociales, estratificación social, indicadores de posición social, instituciones educativas, pedagogías visibles e invisibles, configuración social, estructura económica, dinámica social,  hábitos de clase, etc. Un punto de partida útil podría ser seleccionar una serie de obras literarias directamente relacionadas con la educación; en esa lista podría figurar Pequeñeces, del jesuita Padre Coloma, pero también La araña negra de Vicente Blasco Ibáñez, junto con AMDG de Ramón Pérez de Ayala, El jardín de los frailes de Manuel Azaña, y quizás, como contrapunto, una novela como La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa que se desarrolla en el colegio militar Leoncio Prado del Perú. El archivo podría ampliarse con otras novelas publicadas en Francia, como El discípulo de Paul Bourget o, en Italia, con una novela muy influyente y muy pronto traducida al español: Corazón, del republicano Edmundo de Amicis. Cada una de estas novelas está situada en determinados espacios y tiempos sociales, pero leídas conjuntamente de forma contextualizada y crítica, permiten trazar algunas líneas maestras susceptibles de conformar nuestra mirada sociológica sobre el problema que tratamos de resolver.

¿Qué interés documental tiene para un historiador la mirada sociológica de la literatura?

La gran teoría funcionalista y el empirismo abstracto -las dos grandes sociologías hegemónicas en el siglo XX- no sólo se han desarrollado de espaldas a la historia; suponen a la vez una renuncia a la sociología de los sociólogos clásicos, que fue en su génesis una sociología histórica. En el siglo XX, grandes sociólogos críticos europeos, como Norbert Elias, Michel Foucault, Pierre Bourdieu, Robert Castel y  Wolf Lepenies, entre otros, reivindicaron la necesidad de que La sociología histórica aborda esos problemas en términos genéticos, procesuales, no estáticos; lo que se defiende en Sociología y literatura es que los escritores que abordaron cuestiones que nos preocupan a los sociólogos deben ser escuchados y sus análisis incorporados a la construcción de los objetos de las investigaciones sociológicas. La literatura de una determinada época histórica forma parte del imaginario social de la misma y es inseparable de ella, aunque trate de ciencia ficción.

Con frecuencia, escritores e historiadores de la literatura convierten los materiales literarios en productos individuales, personales e intransferibles, surgidos como por generación espontánea de la mente de los escritores, materiales de naturaleza exclusivamente estética ajenos a cualquier tiempo y espacio social, pero se trata de un grave error. Yo dedico el segundo capítulo del libro a una cuestión que me parece de gran actualidad y que surgió de forma radical como consecuencia de la revolución rusa: ¿Es posible el consenso en nuestras sociedades en torno a una idea laica de la justicia, en torno a unos valores éticos, morales, compartidos por todos basados en el altruismo y la solidaridad?

Esa cuestión tuvo como trasfondo el nihilismo ruso, un movimiento social a la vez potente y complejo, de modo que tanto novelistas rusos como activistas políticos, como el anarquista Piotr Kropotkin, se lo plantearon. Una de las cosas que me sorprendió cuando me aproximé a la literatura rusa del último tercio del siglo XIX y del primer tercio del siglo XX fue descubrir que la gran expansión de la literatura en Rusia,  con escritores de enorme relevancia mundial como Turguénev, Tolstoi, Dostoievski, Chejov y tantos otros, hunde sus raíces en dos hechos históricos fundamentales: el decreto del 19 de febrero de 1861 mediante el cual el zar Alejandro II abolió la servidumbre, y la censura imperante en la Rusia de los zares. La abolición de la servidumbre abría la vía a una nueva sociedad de ciudadanos libres e iguales, a la vez que el viejo sistema zarista cerraba la vía a esa emancipación. La gran eclosión de la literatura en Rusia es inexplicable sin esa contradicción sociopolítica. Como decía Jesús Ibáñez cuando algo es a la vez necesario e imposible hay que cambiar las reglas de juego.

La sociología histórica permite seguir la traza de los procesos hasta el presente, permite a la vez dar cuenta de la formación de un campo social, de la génesis de determinadas instituciones sociales y de los grandes vectores que lo conforman. En fin, la mirada histórica nos permite también sortear toda una serie de ideas recibidas, de racionalizaciones y ramificaciones ideológicas, de sedimentaciones históricas que se han convertido en obstáculos epistemológicos para proyectar luz sobre mundos opacos que nos impiden avanzar.

¿Sociología y Literatura es el libro menos académico que has escrito? ¿Es con el que mejor te lo has pasado escribiéndolo?

Hay una analogía entre el sociólogo jubilado, el poeta, el novelista, y en general el artista, y es que, al moverse en mundos individualizados en los que el peso de las instituciones sociales se ha relajado, tienden a sentirse libres de ataduras. Albert Camus decía en el Discurso de Suecia, cuando fue a recoger el Premio Nobel en diciembre de 1957, que cada generación se siente sin duda destinada a rehacer el mundo. La mía sabe sin embargo que no lo rehará. Pero posiblemente su tarea sea aún más importante, pues consiste en impedir que el mundo se deshaga. Camus consideraba Comparto con Albert Camus la necesidad de decir la verdad sobre el funcionamiento de nuestras sociedades, la necesidad de negarse a mentir, así como la de oponerse a las opresiones y violaciones de los derechos humanos. En demasiadas ocasiones, tanto escritores como sociólogos optamos por romper con la sociedad para situarnos por encima del resto de los mortales.

La jubilación me pareció un buen momento para tratar de pensar las relaciones complejas que existen entre sociología y literatura, e intentar abordar juntos algunos de los graves problemas que amenazan nuestro presente. Para mí, tanto la literatura como la sociología deben responder a demandas sociales.

Es verdad que es un libro un poco distinto en el que disfruté mucho con la lectura de algunas novelas y con la fuerza estética de la literatura. Creo que la experiencia de ese encuentro, la belleza y la fuerza de las obras literarias elegidas, se transmite de algún modo a los lectores.

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