Imagínense un colegio donde las y los alumnos pueden iniciar y terminar cada curso en cualquier época del año sin clases ni exámenes, donde no están agrupados por grados sino por niveles de desarrollo de su autonomía, y los de mayor autonomía pueden escoger a sus educadores. Un colegio donde cada estudiante tiene un plan personal dinámico que le permite aprender de acuerdo a su realidad, que tiene en cuenta su bienestar y el desarrollo de su autonomía cumpliendo con los requisitos del Ministerio de Educación. Donde tiene más de treinta opciones de recreación, y sus familias pueden escoger la época y la duración de sus vacaciones.
Este colegio es una realidad, su sistema pedagógico se ha escalado ya a seis países y está beneficiando a más de 40.000 estudiantes, con resultados sobresalientes en las pruebas de Estado y en la disminución significativa de los indicadores de deserción y repetición. Esta propuesta debe su solidez a más de 25 años de investigación y desarrollo en diferentes entornos y culturas. El 96% del alumnado está en la educación pública.
Esta innovación introduce el principio del respeto profundo como centro del sistema educativo. Respeto al estudiante y a las y los educadores como autores de su vida, como actores sociales, siendo únicos y diferentes a los demás. Para ser coherentes con este principio, todas las prácticas educativas se transforman y dan respuesta a las necesidades y particularidades de cada persona.
Respuesta
La educación debe dar respuesta a la altísima transformación de la sociedad. Sabemos que el 65% de los niños y las niñas que hoy están en primaria estudiarán carreras y tendrán profesiones que hoy no existen, y que el 90% de la información actual, con la que se construye el conocimiento, se ha producido en los últimos diez años. ¡Esto es un reto para la educación! Por la tanto, de nada sirve el concepto actual de currículo donde proyectamos a catorce años las habilidades y contenidos académicos que deben aprender las y los estudiantes, pues a los pocos años no serán pertinentes para la realidad. Por ejemplo, la habilidad de adaptarse a un mundo cambiante, cada vez a una velocidad mayor, no es tenida en cuenta en los currículos nacionales, pero de esta depende la calidad de vida de nuestros niños y de nuestras niñas.
El sistema educativo sigue con el ideal de producción por lotes, tratando a los estudiantes como si aún estuviésemos en la época de la revolución industrial, donde la meta era formar mano de obra barata y manipulable. Aún hoy, los estudiantes no pueden tomar decisiones importantes sobre su proceso educativo aprendiendo solo a obedecer durante catorce años de sus vidas. Estudiantes y educadores están al servicio del sistema educativo.
Nuevo rumbo
No tenemos más opción que cambiar la dirección. Es el sistema educativo el que debe estar al servicio de los estudiantes. Niñas y niños necesitan desarrollar su potencial y su autonomía, aprender a tomar decisiones basadas en una evaluación objetiva y honesta de sí mismos y de su entorno, deben tener la excelencia como medio de relación con su mundo, encontrarle sentido a su trabajo, a su escuela, a su familia y a su comunidad; desarrollar su capacidad de ponerse metas, hacer los planes que las hagan factibles y educar su voluntad para poderlas lograr. Esta es la única manera para que estén preparados para el mundo que les espera y de esto dependerá su calidad de vida.
Como consecuencia de lo anterior, debemos estar más preocupados por el orden y la armonía del proceso educativo de cada estudiante, que por el orden institucional donde lo importante es que inicien en la misma fecha, vayan al mismo ritmo, tengan los mismos temas y sean evaluados de la misma manera. La fidelidad de padres, madres y docentes debe ser con el estudiante, no con el sistema. Estamos demasiado preocupados porque todos aprendan lo mismo dependiendo de su edad, ignorando las diferencias naturales individuales y creando presiones perjudiciales para su desarrollo.
Los seres humanos somos una combinación muy compleja de cientos de habilidades, donde cada persona está en una etapa diferente de desarrollo, con entornos y formas de aprendizaje también diferentes. Esa combinación única de habilidades es el potencial de una persona y su calidad de vida depende de poder desarrollarlo. Esta es la meta real del sistema educativo.
La capacidad de evaluación
La evaluación es la base para la toma de decisiones y una mala evaluación lleva a una mala decisión. Entonces es claro que quien debe aprender a evaluar de forma objetiva, amplia y honesta es el propio alumnado. Todas las personas siempre estamos evaluando para tomar decisiones, en contextos simples –como cuando vamos a cruzar la calle– o en los complejos –como cuando debemos invertir el dinero–. Por lo tanto, cuando un estudiante presenta un trabajo, previamente lo ha evaluado, pero el sistema educativo no visibiliza esa evaluación ni la valora y, por consiguiente, este no tiene la posibilidad para mejorar en esta habilidad.
Adicionalmente, el sistema educativo evalúa los resultados al final de cada tema en vez de que el alumnado evalúe su proceso en compañía del educador, quien hace un proceso de guía y asesoramiento cada vez que sea necesario.
La calidad de vida de una persona depende de la calidad de relación con su mundo. Si tenemos a un estudiante durante más de 15.000 horas (tiempo escolar) aprendiendo que la calificación mínima es suficiente, la mediocridad se convertirá en su sistema de relación con su entorno y consigo mismo, y sus posibilidades de calidad de vida disminuirán sustancialmente. En el sistema educativo la excelencia debe ser el medio de relación.
Innovar es pensar diferente introduciendo nuevos principios que mejoren la calidad de vida, es tener la valentía para ponerlos en práctica, a través de un proceso riguroso de investigación y desarrollo, donde se tenga en cuenta su escalabilidad y sustentabilidad. Innovar no es introducir tecnología ni copiar un proyecto educativo diferente.
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