La revolución pedagógica de Jesuïtes Educació (JE) ha impactado a la comunidad educativa en buena parte de la península, las islas y mucho más allá de nuestras fronteras. Y no es de extrañar que así sea, porque no solo rompe con los espacios físicos, sino que también cambia determinados paradigmas muy aprehendidos en un sistema que lleva tiempo dando señales de agotamiento.
El Informe final de la evaluación de impacto de la experiencia piloto de la Nueva Etapa Intermedia (NEI), publicado en febrero, da cuenta de los resultados obtenidos durante los dos primeros años del plan piloto, aglutinando a alumnado desde 5º de Primaria hasta 2º de ESO bajo un mismo paraguas, en línea con la “evolución natural de unidad y coherencia psicopedagógica de estas edades” y que “quiere hacer prevalecer el estímulo de las inteligencias múltiples para cada estudiante”, según el documento.
Así, en el apartado físico-espacial, se ha optado por aulas amplias y multifuncionales, que aprovechan la luz natural, aptas para el trabajo en equipo y para distintas situaciones de aprendizaje. Se gestionan grupos más grandes y diversos de alumnado, pero se cuenta con dos o tres docentes quienes acompañan a sus estudiantes durante el proceso educativo.
En lo curricular, se ha descargado de contenido excesivo y se prioriza la respuesta a las demandas actuales en el ámbito social y competencial. La metodología se basa principalmente en el aprendizaje colaborativo a través del trabajo en grupo. Por último, la evaluación se convierte en una herramienta que fomenta la autorregulación del alumnado, ya que les empuja a hacerse responsables de sus avances.
Enmarcada en el proyecto Horitzó 2020, que nace de una larga planificación y que tiene como objetivo desarrollar e implementar un nuevo modelo pedagógico, esta revolución se plantea esencialmente la formación y preparación del alumnado del siglo XXI: personas competentes, conscientes, compasivas, comprometidas y creativas, dotadas de una serie de habilidades y competencias fundamentales para “construir una sociedad justa, solidaria, sostenible, humana e inclusiva”.
“Se deben formar personas para que sean flexibles y abiertas al cambio, autónomas y capaces de trabajar colaborativamente y en red; globales y con conocimientos de muchos idiomas, multiculturales, sistémicas y digitales, capaces de integrar la realidad compleja y evolucionar con ella, y con espiritualidad y capacidad de conducir su propia vida”, explican sus autores, Miquel Amor, Xavier Aragay y Marc Navarro.
Conocer a este alumnado nuevo, 2.0 si queremos llamarle de alguna forma, nos servirá de excusa perfecta para conocer más de cerca un proyecto que, según estas primeras conclusiones, promete en lo personal, en lo académico y en algunas dinámicas del centro que se han visto favorecidas por la renovación.
La persona competente
Es la “persona capaz de crear, entender y utilizar el conocimiento y las habilidades para vivir en su propio contexto, y transformarlo a partir de la integración de competencias instrumentales, interpersonales y sistemáticas”, menciona el informe. La evaluación recogida deja constancia del empoderamiento del alumnado participante en la experiencia de la NEI en cuanto a su proceso de aprendizaje, porque cuentan ahora con un amplio repertorio de herramientas para alcanzar el conocimiento.
Además, el trabajo colaborativo por proyectos favorece la posibilidad de extrapolar los contenidos y competencias trabajadas en el centro a otras experiencias y situaciones. Todo esto, según la evaluación después de dos años, ha permitido mejorar el clima en el aula, además de estrechar la relación entre docentes y alumnado, lo que se explicaría por esa corresponsabilidad en el proceso de aprendizaje.
La persona consciente
Se refiere a la capacidad de autoconocimiento, de identificar y manejar emociones y sentimientos, de valorar el proceso de aprendizaje y de mejorar la autonomía personal, la organización y la versatilidad del alumnado para enfrentar situaciones diversas. La propia conciencia del yo y de los demás, y la relación entre todos los miembros del grupo, favorece la aparición de una confianza mutua y despierta el interés por lo que sucede en su entorno más inmediato. Además, en esta área de trabajo se fomenta y se despierta el interés por la lectura, con buenos resultados en las primeras valoraciones de la experiencia piloto.
La persona comprometida
Dice el documento que “la persona comprometida se define por haber adquirido las habilidades, competencias y valores siguientes: habilidades sociales, integridad, habilidades relacionales, comunicación, trabajo en equipo y respeto”. Con ello, se favorece la aceptación de la diversidad y el fortalecimiento de ese espíritu de corresponsabilidad entre alumnado y docentes, donde cada parte entiende que alcanzar los objetivos y mantener un entorno agradable y adecuado para la realización de las distintas actividades previstas, es una tarea que compete a todos y todas.
A la vez, se reduce la conflictividad y se mejora el clima en el aula; se consolida el modelo y la competencia de trabajo en equipo, se fortalece la empatía y se mejoran las relaciones de confianza.
“Según los diversos resultados obtenidos y descritos anteriormente, parece ser que este aprendizaje basado en la interacción continua con los compañeros ha generado un compromiso más elevado, una mejora en las habilidades sociales del alumnado y una mayor motivación en el aula”, concluyen los autores del informe.
La persona compasiva
Es el tipo de persona que se interesa por los demás, por su entorno inmediato y por lo que ocurre en otros espacios, sensible a lo que le rodea y que detecta las necesidades a su alrededor. Es una dimensión más bien espiritual, pero puede ser entendida también como una social.
Su propia esencia la hace más difícil de cuantificar, aunque se haya podido constatar, sobre todo según las percepciones de madres y padres, que después de la experiencia piloto sus hijos e hijas estaban más sensibilizados con las injusticias sociales, más involucrados con los distintos acontecimientos que ven en las noticias y mostraban mayor interés en estos temas. Lo más probable es que el trabajo emocional y los espacios de reflexión, planificación y evaluación, tengan mucho que ver en el proceso desarrollado en este ámbito.
La persona creativa
“La persona creativa se define por haber adquirido las habilidades, competencias y valores siguientes: innovación, flexibilidad, curiosidad, asertividad, seguridad”. Es una característica esencial para el futuro, pues permite la aceptación de que el conocimiento y el trabajo se pueden hacer de formas distintas, con métodos nuevos, respondiendo de forma diferente y novedosa dependiendo de la situación y las necesidades.
Todo lo anterior permite al alumnado ser más autónomo, resolutivo y abierto a cooperar con otras personas para alcanzar sus objetivos. Eso les otorga más libertad para crear y trabajar, a la vez que les sitúa en el centro de su propio aprendizaje.
La valoración general, si bien positiva, todavía tiene un interesante camino por delante, plagado de áreas de mejora: cómo implicar más directamente al profesorado y al alumnado en el proceso de evaluación, optimizar la enseñanza-aprendizaje con los modelos de acompañamiento docente, formación inicial y gestión del tiempo, por mencionar solo algunas. Los desafíos son importantes, pero lo que han conseguido en estos primeros años de experiencia es fundamental para cambiar los paradigmas vigentes.
El proceso está en marcha y, al parecer, será imparable. El alumnado ya está dando señales de que esta nueva estructura menos rígida y que le otorga protagonismo es bien recibida, posible y probable. Sobre todo, da muestra de que es un camino viable para convertirse en las personas del siglo XXI que están llamadas a ser. Cargando…
Deja un comentario