Hace unas semanas, en una mesa redonda sobre género y ciencia organizada por la iniciativa Pint of Science, en el turno de preguntas, una de las personas asistentes comentó que tenía dos hijas y que las enviaría a estudiar a una escuela solo para niñas, porque ese tipo de enseñanza las beneficiaba académicamente.
Habíamos estado hablando previamente sobre el sexismo en ciencia, fundamentalmente de cómo afecta a las mujeres ya en la época de la investigación. Desde revisiones más duras en los artículos científicos hasta la dificultad en la promoción profesional, la mayoría de esos problemas tienen mucho que ver con nuestra educación, la de los hombres y la de las mujeres. Los estereotipos conscientes e inconscientes, que adquirimos ya desde la infancia, calan y nos afectan a lo largo de nuestra vida.
Uno de los casos de discriminación de los que se habló en la mesa redonda fue el de Ben Barres, un neurobiólogo de la Universidad de Stanford (Estados Unidos). Tras haber impartido una conferencia sobre su tema de investigación –las células gliales– escuchó el siguiente comentario procedente un investigador que le acababa de escuchar:
“Ben Barres ha dado hoy un gran seminario, su trabajo es mucho mejor que el de su hermana”.
Este científico había escuchado años antes a Barbara –que pensaba que era la hermana de Ben– y no le había parecido tan brillante como “su hermano”. Lo que no sabía este investigador es que Barbara y Ben eran la misma persona: Barbara se había convertido en Ben tras someterse a un tratamiento de cambio de sexo.
En el artículo Does gender matter? (Nature, 2006) Ben Barres habla del sexismo en el ámbito de la ciencia, desde su posición excepcional de haber sido mujer durante una época de su vida y hombre posteriormente. Entre otras anécdotas, Barres comenta sobre su situación actual:
“La principal diferencia que he notado es que la gente que no sabe que soy transgénero me trata con mucho más respeto: puedo incluso completar una frase sin ser interrumpido por un hombre”.
Cuando Ben era aún Barbara, en su época de estudiante, fue la única persona de su curso capaz de resolver un difícil problema matemático. Su profesor fue incapaz de felicitarla y, más aun, optó por humillarla:
“Fui la única persona en una clase grande, con casi todos hombres, en solucionar un problema de matemáticas complicado, y el profesor solo me preguntó si mi novio me lo había resuelto…”.
Puedo imaginar la frustración y la rabia sentidas por Barbara en aquel momento, en el que probablemente necesitaba unas palabras de agasajo por parte de su profesor. Un compañero varón las habría recibido en su lugar…
Quizás este ejemplo fue el detonante de hablar de la separación de niñas y niños en las aulas tras esa mesa redonda de la que hablaba al principio.
Existen numerosos estudios y opiniones a favor y en contra de este tipo de enseñanza segregada. Los argumentos a favor sostienen que las niñas sienten menos inseguridad en ambientes formados únicamente por mujeres, frente a entornos mixtos más competitivos que terminarían por hacerles creer que son menos válidas que sus compañeros varones. Así, los resultados académicos de las niñas mejorarían en aulas compartidas solo con otras mujeres: aprenderían más y más deprisa.
Sin embargo, otros estudios, como The Pseudoscience of Single-Sex Schooling (Science, 2011) afirman que la diferencia de resultados académicos no es, en realidad, tan grande en colegios con estudiantes separados por sexos frente a los mixtos. Sin embargo, esta segregación fomentaría los estereotipos de género, los prejuicios y las desigualdades. Estas conclusiones, por supuesto, son extrapolables a cualquier tipo de segregación.
Reconozco que me inclino por la opción de la diversidad en el aula, por la pluralidad en todos los aspectos. Entiendo que un aula no solo es un lugar en el que se estudian matemáticas, literatura, química o filosofía. El aula, como el hogar o los espacios públicos, es un lugar en el que se educa. Separar implica, en mi opinión, reforzar roles establecidos socialmente. El respeto por la diferencia solo puede llegar conviviendo con ella y aceptándola como algo natural.
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