El Instituto Vasco de la Mujer, Emakunde, ha lanzado su campaña para Día Internacional de la Mujer en 2018 con el lema La igualdad se aprende. Enseña igualdad. Creo que este eslogan es muy acertado porque, como casi todo en esta vida, a comportarse y actuar en igualdad se aprende.
A pesar de que las grandes campañas que reivindican la igualdad son muy necesarias –como el Día Internacional de la Mujer o el recientemente celebrado Día Internacional de la mujer y la niña en la ciencia– siempre he creído que lo realmente efectivo es lo que sucede “en las distancias cortas”.
La educación –en particular la educación en igualdad– es, en mi opinión, responsabilidad de la familia. En casa se dictan las pautas que niñas y niños asumen como naturales. Es importante hablar de estos temas en familia, pero más importante aún es comportarse de la manera correcta, todos los días, siendo así referentes naturales para nuestras hijas e hijos. Debemos tener en cuenta que todo lo que hacemos deja su ‘poso’, como tan bien expresan los versos finales del bello poema Educar de Gabriel Celaya:
Soñar que, cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera enarbolada.
El aula –en sentido amplio, en el momento de la clase y en los lugares de socialización del alumnado– es también un lugar esencial para enseñar igualdad. Todo lo que hace el profesorado es un modelo de comportamiento que los estudiantes pueden imitar. Por ello es esencial ser conscientes de como tratamos a chicas y chicos, pensar si les incentivamos de la misma manera, recapacitar sobre los estereotipos que tenemos asumidos, reflexionar sobre que les estamos transmitiendo con nuestra conducta diaria…
Recuerdo que hace años alguien se refirió a mi como educadora, y recuerdo también que protesté y me definí como profesora de matemáticas. Mi reproche pretendía dejar claro que nunca he recibido ninguna preparación específica como docente –no es necesaria para impartir docencia en la universidad– y que mi labor consistía únicamente en transmitir conocimientos matemáticos. Al cabo del tiempo me he dado cuenta de que me equivocaba. Desde que entro en mi aula para rellenar la pizarra con definiciones, proposiciones y teoremas, estoy educando. Y lo hago porque en ese espacio, durante los cincuenta minutos que dura mi clase, suceden muchas cosas: preguntas, conflictos, risas, bostezos… que es necesario gestionar.
Así, en el aula y en los espacios que comparto con mi alumnado fuera de ella, además de ser profesora, también cumplo un papel de educadora. Durante los más de treinta años que llevo en la docencia he educado –creo– en igualdad: manteniendo numerosas conversaciones –sobre todo con alumnas– sobre el tema, y fundamentalmente intentando enseñar igualdad con mi manera de ser y actuar.
Supongo que, por todo lo anterior, el lema La igualdad se aprende. Enseña igualdad me ha parecido tan acertado. Y aunque la educación es la clave de todo, quiero recordar que el 8 de marzo es un día de denuncia y reivindicación. ¡Queda mucho para alcanzar la igualdad entre hombres y mujeres! ¡Eduquemos… y actuemos!
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