El nivel técnico y artístico de los conservatorios superiores es, desde no hace mucho, homologable con los mejores ejemplos europeos. Una vez alcanzada esta meta, tanto tiempo acariciada, renace el debate sobre teoría e interpretación que abordaron en otras épocas Guido de Arezzo, Juan del Encina, Francisco Giner de los Ríos o Barbieri. El instrumentista de hoy se ve abocado a competir desde la acción para alcanzar los niveles más altos, dejando el pensamiento en segundo plano: res, non verba. Hace más de un siglo Felipe Pedrell luchó por introducir en los conservatorios algo de historia, estética, arte y cultura. Estas enseñanzas han ocupado en los planes de estudio un espacio precario que las sucesivas reformas han reducido. Otras materias han experimentado un crecimiento enorme con resultados bien visibles en audiciones, grupos de cámara y orquestas: nunca han sonado mejor.
Un sector del propio profesorado manifiesta abiertamente sus dudas sobre la utilidad de la formación teórica o humanística, mientras que la mayoría del alumnado parece convencido desde hace lustros de su futilidad. Las voces por la supresión de todo aquello que no sea ejecución se alzan con audacia, comprometiendo incluso la esencia de unos estudios con vocación superior. Pero ¿es sensato pensar que la calidad interpretativa depende exclusivamente del entrenamiento físico? Ejercitar los dedos requiere muchas horas y esfuerzo, pero aprender a pensar no se queda atrás y se enfrenta a retos fantásticos. Analizar, entender y crear música es un enorme desafío.
Llama la atención comprobar que el grado de información musical y auditiva es superior entre la mayoría de los melómanos que entre los profesionales que gozan de una perspectiva menos amplia de su propio quehacer. La paradoja es aún mayor si consideramos que los conservatorios se centran en la recuperación de un repertorio de otras épocas, de museo, que necesita serias pesquisas para adquirir renovado aliento.
Los valores que se asocian a la interpretación musical suelen ser esfuerzo, constancia, sacrificio, superación técnica… ¿Dónde quedaron la reflexión, el conocimiento, la crítica, el cuestionamiento sistemático o la sensibilidad? ¿De qué valen los músculos y reflejos si no trabajan con las neuronas? Separarlos es retroceder; armonizar su desarrollo es seguir avanzando en el apasionante camino del arte, de la evolución y de la libertad.
Ortega advirtió que la especialización conducía a una nueva barbarie y su oscuro pronóstico se materializó en una horrenda guerra mundial. La era tecnológica de hoy en día parece imponer de nuevo el utilitarismo, acompañado de la obediencia y la sumisión. Pero esas connivencias no pertenecen a las máquinas, sino a las modas difundidas por oligarcas que deliran por un control total desde sus pantallas y monitores omniscientes. Ante esa amenaza resulta clave recuperar las humanidades, la sensatez, el pensamiento crítico, la creatividad y las artes. Sin esos ingredientes lo que suene podrá parecerse a la música, pero solo será el hermoso y triste crujido de un gran naufragio. Sapere aude.
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