¿Educación edadista?

María Antonia Casanova | Universidad Camilo José Cela (Madrid)

Parece difícil, pero hay que reconocer que, a pesar de que la sociedad se está esforzando por alcanzar una realidad inclusiva para toda la ciudadanía, día a día aparecen nuevas formas de discriminación o permanecen otras de carácter excluyente mantenidas a lo largo de los años, sin que quizá en estos momentos tengan sentido alguno y que pasan desapercibidas.

Me refiero, concretamente, a la discriminación que se produce por razón de la edad, que, en definitiva, consiste en considerar adecuadas determinadas actividades para ciertas edades y no para otras, quedando así separadas de muchos trabajos o actuaciones numerosas personas que podrían desempeñarlos con total efectividad. Es lo que viene denominándose como “edadismo” y que ya se está denunciando a nivel internacional desde múltiples colectivos.

Por una parte, parece desfasado el planteamiento obligatorio de la jubilación a una edad concreta, que debería regularse de forma mucho más flexible en función de los trabajos que deban desarrollarse o de las circunstancias personales de cada individuo. Por otra, resultan absurdas las dificultades que se ponen para la realización de actividades a las personas jubiladas, que están perfectamente capacitadas para llevarlas a cabo sin que eso suponga la disminución de puestos de trabajo para los jóvenes, ya que estos no acumulan la experiencia y el saber que las mayores pueden aportar en su quehacer.

Da la impresión de que parte de la sociedad continúa pensando que a ciertos años ya no hay derecho a un proyecto de vida propio. Que es mejor “archivar” a los mayores, que se supone ya no sirven para nada. Pero el problema actual se plantea cuando la pregunta es: ¿A qué edad una persona es “mayor” o está imposibilitada para ciertas tareas? Y eso es lo que ha cambiado sustancialmente en las últimas décadas. La medicina ha avanzado significativamente y alguien que a mediados del pasado siglo era “viejo” a los 60 años, ahora se encuentra en plenitud de facultades, de saber y de vida, y no entiende en modo alguno que se le separe de las actividades sociales que todos comparten. Sobre todo, especialmente en relación con las mujeres, cuando en situaciones de dificultad económica, por ejemplo, sí se cuenta con ellas para resolver problemas que no solucionan ni los jóvenes ni las administraciones.

Es un modo de discriminación, de exclusión, de numerosos ciudadanos con derechos iguales a los del resto y que, por lo tanto, exigirá comenzar a actuar decididamente para eliminar situaciones semejantes a las descritas y que son mucho más amplias que las comentadas en párrafos anteriores. Por lo tanto, supone un problema y un grave inconveniente para lograr esa sociedad inclusiva que todos queremos.

Como ocurre siempre, tendremos que recurrir a la educación para superar esta realidad de nuestro contexto, de modo que no se siga reproduciendo el edadismo a lo largo de los tiempos. Irónicamente seguiremos afirmando que “todo se arregla con educación”, ya lo sabemos, por lo que habrá que comenzar a eliminar los prejuicios hacia los mayores en los más pequeños. En principio, niñas y niños no tienen esos prejuicios, salvo que se los inculquen sus familias, los docentes o la cultura que se respira en su contexto.

Afortunadamente, nuestro alumnado actual, especialmente en las edades de Primaria, ya están comprobando en su propia vida como son sus abuelos y abuelas quienes los llevan al cine, a comer fuera, a los centros comerciales, de compras… e, incluso, de vacaciones. Y que esos abuelos se encuentran tan sanos o mejor incluso que sus padres. Con lo cual, hay que esperar razonablemente que los prejuicios hacia “la edad de las personas mayores” vayan desapareciendo por la tozudez de la misma realidad. También se están poniendo en práctica experiencias de éxito en las que escuelas y residencias de mayores intercambian y realizan actividades conjuntas: informática, juegos, encuadernación, etc. Por otra parte, son muchas esas personas de cierta edad, con vida independiente, que continúan realizando múltiples actividades, no solo de carácter recreativo, sino también laboral (obligatorio o no) con la máxima eficacia, experiencia y saber.

No obstante, creo que es importante insistir en que, desde los sistemas educativos, se vayan eliminando las posturas de prejuicio y de limitación hacia las personas, sean cuales fueren sus condiciones: de capacidad, de etnia, de cultura, de edad, de contexto, etc. En relación con la propuesta que abordamos, habrá que enfocar las actuaciones dentro de las aulas para eliminar de las mentes infantiles los posibles prejuicios que ya hayan adquirido en su entorno familiar o social más cercano. Los ejemplos que pueden utilizarse son múltiples, en hombres y en mujeres: deportistas, científicas, ingenieras, intérpretes, pintoras, escultoras, escritoras, compositoras…, y todo tipo de profesiones liberales que son desempeñadas con total competencia por “mayores”.

Que no se nos olvide para este curso que comienza: una clave para poner en práctica desde ahora será la de eliminar errores y juicios sin fundamento acerca de las posibilidades “de vida” de las personas mayores.

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