El robot estudiante

María Victoria Reyzábal | Especialista en Lengua y Literatura

Todo sistema educativo serio, que realmente defienda una escuela inclusiva en la que a todos los estudiantes se les trate y se les atienda en función de sus necesidades de manera integradora y respondiendo, como tantas veces hemos repetido, a su diversidad, tiene que desarrollar metodologías que no solo lo permitan, sino que lo faciliten y, para ello, contar con las herramientas que lo hagan posible. Cierto que el profesorado de la escuela o la propia institución que se ocupa de la educación pública puede no contar siempre, o en cualquier momento, para llevar al aula toda la tecnología, por lo general cara, que va apareciendo, pero sí, en la medida de lo posible, debe avanzar en este camino de dotar a los centros de aquellos medios que resulten válidos.

Las máquinas inteligentes realizan actividades que hace poco suponíamos exclusivamente humanas, tales como las llevadas a cabo por el robot aspirador, el robot cirujano o, últimamente, el androide astronauta; pero, en un plano más simple, por ejemplo, el “avatar estudiante” permite la integración de alumnado que por razones varias no puede asistir a clase. Incluso, en estos momentos, en la Universidad Carlos III, de Madrid, se trabaja en el robot TEO, que es capaz de utilizar la lengua de señas para niños y niñas con dificultades de audición. Este es un buen ejemplo de cómo usar estos “cacharros” para facilitar la vida escolar a ciertos niños o adolescentes, especialmente teniendo en cuenta que a esas edades son seres profundamente emocionales y que el equilibrio y el bienestar en su ámbito les ayuda a sentirnos plenos.

En este sentido, debemos reconocer que hay muchos aparatos diseñados para nuestro beneficio y que tenemos que aprovecharlos, aunque nos lleve un tiempo la adaptación. En algunos genera miedo, como cuando las primeras máquinas empezaron a entrar en las fábricas durante la Revolución Industrial; entonces incluso se dijo que la velocidad del ferrocarril mataría a las personas. Mas la ayuda de quien aquí denomino “robot estudiante” no debe generar temor, ya que es un tipo de aparato que funciona como tal, sin ser un ciborg ni un androide; aunque, como esto llegará pronto, más vale que nos vayamos acostumbrando.

En los países o comunidades desarrollados donde realmente importa la educación inclusiva, se van incorporando nuevas herramientas de apoyo para aquellos chicos o chicas que, por diversas razones, durante un tiempo, no pueden ir al colegio o instituto. En tales situaciones, en su lugar asiste una especie de robot, que es quien está en clase y ve y escucha todo lo que sucede para transmitírselo en el acto a niños, niñas y adolescentes con alguna enfermedad que les impide asistir. Él representa al ausente, quien desde la distancia trabaja con su grupo en tareas diversas como resolver problemas, debatir un proyecto, analizar textos o proponer alternativas de avance a una investigación.

Estos robots actuales son pequeños, no pesan más de un kilo y no miden más de 30 centímetros de alto, se pueden colocar encima de la mesa o de un pupitre porque solo tienen tronco y cabeza, ven y reenvían las imágenes gracias a una cámara ubicada en su “frente” y tiene un micrófono con altavoces por donde el “ausente” habla con los otros compañeros y escucha todo lo que dicen. También transmite las exposiciones del docente. El alumno o alumna desde la distancia puede seguir la clase o el trabajo en grupo a través de su iPad, vía Internet, y luego sus respuestas o interlocuciones van por Livestream. Así lo están haciendo ya adolescentes con tratamiento de cáncer, por ejemplo, y psicólogos y oncólogos aseguran que esto les ayuda a salir adelante no solo en la escuela, donde el seguir trabajando con sus compañeros les permite gozar de cierta normalidad, sino también en sus relaciones familiares y personales.

El aparato se completa con el profesor de apoyo educativo domiciliario, implantado en España desde hace más de veinte años, el cual aporta conocimientos presenciales, despeja dudas, encamina dificultades de aprendizaje y mantiene los contactos directos entre escuela y familia, pues obviamente un apoyo no anula la importancia del otro, sino todo lo contrario, ya que se complementan y enriquecen. El estudiante está en clase, aunque sin presencia física, y la escuela lo atiende también en persona, en su casa, para profundizar y valorar la eficacia de los aprendizajes. Este “avatar” ya está funcionando en lugares como los Países Bajos y el Reino Unido; en España también hay alguno y esperemos que este apoyo vaya en alza.

Desde el hospital, la casa, la espera en la consulta del médico o cualquier otro lugar, el estudiante enfermo lee cuando sus compañeros leen, hace fotos de los esquemas de la pizarra, resuelve los ejercicios y observa los resultados por chat, es decir, que si hay algo que escribir, escribe y si hay que opinar, opina y cuando le apetece bromear también puede hacerlo y reír con los de su edad.

Este apoyo cuesta unos 3.500 euros, por lo que habría que pensar en distintas maneras de costearlo; unas veces podría hacerlo la Asociación de Padres, ciertas organizaciones sin ánimo de lucro o, lo mejor, la propia Administración para garantizar su presencia siempre que fuera necesario. Lo cierto es que la maquinita se incorpora de tal manera al día a día del estudiante que este suele hablar de ella como si se tratara de sí mismo; por ejemplo: “giradme a la derecha que no os veo bien a todos”, o “subidme el volumen que no escucho al profesor”, etc.

El robot está durante las clases en el colegio y luego alguien (un compañero o los mismos padres) se ocupan de llevarlo a la casa del estudiante. Y hay que aclarar, para evitar posibles dudas, que el robot no graba nada, solo transmite en directo, de manera que la privacidad de cada uno queda preservada, pues su misión es incorporar al enfermo en el grupo. Donde la experiencia se ha llevado a cabo, ha funcionado satisfactoriamente y cuando un paciente deja de necesitarlo, este pasa a otro niño que lo necesite, garantizando siempre la privacidad, por eso se puede llevar de un sitio para otro, con la confianza de que no difundirá nada por las redes, pues está concebido con seguridad en cuanto a la protección de datos y, si sucediera algo no esperado en este campo, el mecanismo se desconectaría automáticamente.

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