Actualmente coordino la unidad de “Educación, Empleo e Investigación” de la Internacional de la Educación (EI), la federación sindical mundial que representa a más de 32 millones de trabajadores de la educación en todo el mundo. Me encargo de desarrollar proyectos que refuerzan la capacidad de nuestras organizaciones afiliadas, con el fin de elaborar políticas educativas que respondan a los retos que enfrentamos en el aula.
Desde hace tres años, llevo a cabo un proceso que involucra a docentes y personal de apoyo a nivel mundial, en una reflexión sobre las condiciones de empleo en nuestro sector, debatiendo temas como el acceso a la profesión, la progresión en la carrera y el apoyo pedagógico, con miras a desarrollar una estrategia de orientación política, que articule nuestra visión sobre condiciones de trabajo de calidad en el ámbito de la educación.
Inmersos en este proceso, hace dos años un joven profesor me contaba las dificultades a las que hacía frente en el día a día en su escuela. Tony, un joven de Soroti (Uganda) recién diplomado, dinámico y motivado, trabajaba en dos escuelas, pero había sido despedido de una de ellas. ¿Por qué razón? Porque se atrevió a innovar en sus clases.
Tony empezó a utilizar técnicas innovadoras, hacía presentaciones con su ordenador, enviaba ejercicios por correo electrónico a sus estudiantes y les motivaba a utilizar las nuevas tecnologías para reforzar su aprendizaje. Sin embargo, pese al éxito de sus iniciativas, el director de la escuela le llamó y le dijo que debía irse, pues el alumnado, con su forma de trabajar en el aula, esperaban que el resto del profesorado hiciera lo mismo. Tony se hizo un docente muy popular por innovar, y esto le costó su empleo.
Escuchar la experiencia de Tony, y muchas otras historias similares, me hizo pensar que la innovación en la escuela debe ser un esfuerzo común. Innovar solo, no es suficiente si no hay una cultura de la innovación pedagógica, que sea el resultado de un esfuerzo colectivo. Para institucionalizar la innovación en la escuela, necesitamos políticas educativas que promuevan la cooperación entre docentes, garantizando que haya tiempo y recursos para la reflexión pedagógica, y la innovación didáctica que invite y motive al alumnado en su propio proceso de aprendizaje y la interacción del profesorado para compartir lo aprendido.
Lograr una educación de calidad pasa por la protección de la innovación en el aula, que no es solo tecnológica, sino de procesos pedagógicos. Este será uno de nuestros elementos indispensables en nuestra política sobre condiciones de empleo de calidad en educación.
Despido por “innovación”
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El profesorado a veces busca nuevos caminos para hacer las mismas cosas: evaluar, enseñar, transmitir responsabilidad, conocimientos, valores… Quizás en algunos casos las metodologías no fueron las más adecuadas o directamente contravinieron políticas del centro. No obstante, ejercer la docencia no debería ser considerado un ejercicio de riesgo profesional. Aquí citamos algunos casos de maestros y maestras que, al igual que Tony, el caso comentado en el artículo principal, tuvieron que dejar la escuela por sus acciones.
En septiembre de 2018, Diane Tirado fue despedida de su centro en Florida (EEUU) por calificar con ceros a sus estudiantes que no entregaron los trabajos. A principios de año, en Utah, el profesor de Arte, Mateo Rueda, fue acusado de “compartir pornografía” con su alumnado al utilizar un libro de obras artísticas comprado por el centro en las que aparecían algunos desnudos.
En Argentina, Matías Pérez Taján, profesor de Música, fue despedido en octubre por utilizar el lenguaje inclusivo y hablar de perspectiva de género en sus clases. Pero la historia no es reciente. Ya en 2009, Jon Bustillo, un docente del País Vasco, fue cesado de su puesto de trabajo por basar gran parte de su metodología en un blog, lo que fue considerado poco “aconsejable” por el centro.
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