Jornada escolar e ideología

Fernando Villalba Cabrera
Responsable de
Política Educativa. STES

Cada cierto tiempo, la jornada es- colar entra en debate entre quienes defienden la continuada y quienes se muestran contrarios a ella y defienden la partida. En un intercambio de argumentos, quienes defienden la jornada partida, han llegado a exponer que esta combate las desigualdades sociales entre el alumnado y mejora los resultados académicos. Ni una cosa ni otra ha sido demostrada con ningún resultado educativo. Cualquiera de los estudios comparativos internacionales concluye, en cambio, que la brecha educativa en el rendimiento académico se produce principalmente por el nivel socio-económico de las familias. La distancia educativa entre “ricos y pobres” lleva aparejada más de dos cursos de diferencia entre unos y otros, independientemente del sistema y de la jornada escolar. Estas diferencias se observan dentro de un mismo país, territorio e incluso dentro de una misma aula. Las políticas educativas no son suficientes cuando nos situamos por debajo de cierto umbral de necesidad: sin medidas reales para subsanar las diferencias de clase, sin inversión ni recursos, ha-blar de jornada escolar es un debate estéril que en ningún caso da respuesta a los problemas del alumnado más des- favorecido a nivel económico y cultural.

La idea de educación que viene de la mano de la OCDE u otros organismos —léase think tank o laboratorios de ideas, al servicio de grupos de presión—, en cambio, viene acompañada de una serie de recomendaciones que van en una lógica distinta a la descrita. Conviene recordar que estas instituciones tienen como objetivo la promoción de individuos competitivos como motor de la productividad, orientados a la empleabilidad, con el fin de aumentar el crecimiento de las empresas, sin una visión integral, transformadora y humanística de la educación que persiga el objetivo de mejorar la sociedad en la que vivimos. Proliferan estudios de dudosa procedencia, que se presentan de la mano de pseudopedagogos y señalan que más horas en el colegio están asociadas a mejoras en el aprendizaje y de comportamiento, así como a un mayor bienestar emocional y otros disparates tales como que se producen menos embarazos en adolescentes. En la misma línea, se redactan informes que aseguran que la jornada continuada perjudica al alumnado desfavorecido porque, en las horas escolares es donde se le compensan sus des- igualdades y, por lo tanto, cuanta más horas esté en el centro, va a estar mejor atendido. Este hecho es uno de los que más se utilizan para convencer a la sociedad de la necesidad de regresar a la jornada tradicional.

Por otra parte, en una realidad laboral como la que soportamos en nuestro país, donde las jornadas laborales son extensas y no existen casi políticas de verdadera conciliación laboral y familiar, a la escuela se le pone al servicio de dicha conciliación, como si de un “aparca-niños y niñas” se tratara y, por lo tanto, la jornada escolar partida se adecúa mejor o es más compatible a las jornadas laborales de las familias. Ni la educación es un mercado, ni las desigualdades sociales se erradican partiendo la jornada, ni tampoco es aceptable que la escuela sea la única herramienta o mecanismo de conciliación laboral y familiar: hay que subrayar que los centros escolares no son guarderías.

La realidad es que, tras la pandemia, la jornada continua se ha visto incrementada de forma sustancial: 7 de cada 10 colegios han elegido democráticamente la jornada continua y tanto el alumnado como las familias no quieren oír hablar de regresar a la jornada partida —de la que todas y todos venimos—. Se han hecho “pilotajes” en al- gunas CCAA, en los centros de primaria sin apreciar diferencias significativas en la relación causa-efecto entre los diferentes tipos de jornadas escolares y el nivel educativo adquirido.

Son innumerables los artículos, opiniones y comentarios que atribuyen al profesorado  el  fracaso  educativo —como primer objeto de crítica—, en este caso, la elección de jornada esco- lar, también lo es en el fondo. El profesorado aparece una vez más desprestigiado por los enemigos de lo público. Debemos evitar a toda costa que tanto la escuela como la universidad se trans- formen en centros de selección de personal hacia áreas económicas, organizado por organismos supranacionales, que realmente pretenden formar em- prendedores flexibles y adaptables, siempre prestos a la movilidad geográfica, con un salario precario acompañado de jornadas laborales interminables, y todo ello jaleado por una camarilla de pedagogos charlatanes que pretenden condenar al alumnado a una nueva forma de servidumbre.

Si lo que se pretende es mejorar el rendimiento académico y reducir las desigualdades, lo que funciona —además de políticas sociales que disminuyan la desigualdad— es un cambio sustancial en la financiación de nuestro sistema educativo.

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