¿Globalización de la indiferencia o globalización del compromiso?

Globalizacion/cooperacion

 

Maria Casanova
Mª Antonia Casanova I
Profesora de la Universidad Camilo José Cela, Directora del Instituto Superior de Promoción Educativa
http://educacioncalidadydiversidad.blogspot.com

Ante la serie de acontecimientos trágicos que se están viviendo en el mundo actual, se están poniendo de manifiesto, de forma más evidente de lo que ya lo eran, las profundas diferencias entre los distintos grupos sociales, mostrando la enorme brecha que aparece entre unos países y otros y entre poblaciones con una vulnerabilidad patente y otras viviendo en su zona de confort, quizá sin preocuparse mucho, ni enterarse siquiera, de la situación mundial en lo que se refiere a la realidad de las personas.

Evidentemente, la evolución del mundo en los últimos años nos habla de pandemia con confinamiento, de grandes nevadas que incomunicaron a la población durante demasiados días, de volcanes en erupción que cambiaron la trayectoria de la vida de poblaciones enteras todavía sin recuperar y, por fin, una guerra en Europa que incumple todas las normas internacionales adoptadas tras la segunda guerra mundial para mantener la paz. El cambio climático es otra realidad que influye en las migraciones obligadas de grupos sociales hacia tierras en las que se pueda seguir viviendo, y la gran emigración de refugiados procedentes, en estos momentos, de Ucrania, nos obligan a reflexionar sobre los decisivos cambios sociales que están apareciendo y que se agravan día a día. Como apuntábamos antes, si a estas situaciones catastróficas agregamos la pobreza que genera esa irreductible brecha social (es decir, económica, cultural, educativa, sanitaria) existente en tantos países y que afecta a millones de personas vulnerables, que no reciben los apoyos necesarios para salir de su situación y que por sí mismas no pueden hacerlo por no disponer de esa educación y cultura imprescindibles para tomar decisiones, cada ciudadano se debe considerar involucrado en la toma de decisiones imprescindible para intentar, al menos, cambiar el rumbo de la dura realidad de estos momentos.

Observando la vida diaria de tantas personas como nos permiten hacer los medios de comunicación a nuestro alcance y la mirada atenta hacia nuestro alrededor, percibimos dos movimientos —ambos muy amplios— que muestran opciones distintas y reacciones casi antagónicas, divergentes, que llevan a la persona a manifestarse, individual o grupalmente, con acciones tan diferenciadas que pareciera que responden a mundos distintos, a acontecimientos constatables que no fueran iguales para todos. ¿Respuestas individuales, insolidarias? ¿Respuestas sociales para problemas universales?

Por una parte, numerosas organizaciones agrupan a personas de distintas procedencias y de distintas profesiones, que se dedican a apoyar a la población en países en los que no se respetan los derechos humanos ni existen posibilidades de formación para la ella, de manera que esta pueda salir adelante con una mínima igualdad de oportunidades, cuidados sanitarios que favorezcan una vida de más años y con mejor calidad. Estas organizaciones aúnan los esfuerzos de gran número de profesionales que, de forma permanente o temporal, dedican su vida a dotar de oportunidades a otros seres humanos que no gozan de ninguna. Esta dedicación también aparece de forma individual, por parte de ciudadanos que también dedican parte de sus ingresos a dotar de medios para las actuaciones que llevan los grupos anteriores en los países receptores de ayuda.

En la dirección opuesta, podría afirmarse que “la vida sigue igual”. Se sale a la calle y vemos cómo transcurre esa vida en los centros comerciales, en los cines, en los teatros, en la participación deportiva… Atascos de tráfico, mucho trabajo, multitudes en grandes almacenes y por las calles… Todo como siempre. Es decir, observamos a otro gran bloque de personas (la mayoría, creo) que, quizá decepcionadas de las actuaciones de los políticos (tanto de los países subdesarrollados o en vías de desarrollo, como de los países desarrollados), que derivan en que las ayudas que se dan nunca llegan a las personas necesitadas, comprobando que después de diez años de un terremoto, por ejemplo, las casas siguen derruidas y sus habitantes malviviendo en las calles…, quizá pensando que a nivel individual no pueden resolver tan grandes problemas…, se inhiben de la búsqueda de soluciones y siguen su vida “como siempre”, aunque ese siempre ya no pueda volver a la realidad actual y que la normalidad que nos proponen no responde a la que se vivía hace tan solo tres años… Y la apariencia de que no pasa nada en el mundo confunde acerca de la realidad que se vive, que viven tantas personas sin derechos, sin bienestar, sin sanidad, sin educación, sin comida…, sufriendo violencia, guerras… Una no vida sin posibilidades de cambio. Pero en el nivel de bienestar alcanzado con mucho esfuerzo, por supuesto, se ignora demasiadas veces a los millones de seres que no disponen de derecho a nada.

En este segundo bloque, complejo y no homogéneo, por supuesto, caben otros dos comentarios y con muchos matices. El primero, más positivo, es que, ante la magnitud de la tragedia, los ciudadanos piensan que lo que pueden hacer es realizar su trabajo de la mejor manera posible, con responsabilidad social plena, lo que redundará en el bienestar de muchas personas, más o menos cercanas, pero, en cualquier caso, con repercusiones favorables para la evolución social hacia más altas cotas de derechos y bienestar. Posición aceptable, dado lo inabarcable de los problemas a nivel individual. El segundo, más negativo, correspondería a personas que no asumen compromiso alguno con la sociedad y que, en algunos casos, ni se enteran de la realidad que estamos comentando. Se mantienen a espaldas del mundo, solo preocupadas por su cotidianidad y desentendiéndose absolutamente del mundo en que viven.

Ante la realidad que nos rodea, nos encontramos en una compleja disyuntiva para decidir nuestra actuación en el día a día y en el medio y largo plazo. Con difíciles respuestas, pero necesarias para no inhibirnos del futuro de la humanidad. Hay que seguir viviendo. Hay que mantener la vida, pero quizá teniendo en cuenta las palabras de Georges Bernanos: “El verdadero odio es el desinterés y el asesinato perfecto es el olvido.”

¿Globalizamos la indiferencia o globalizamos el compromiso? Las respuestas mundiales, a todos los niveles, nos indicarán los caminos del futuro.

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