Rodríguez Fernández, Juan Ramón (2023) La educación ya no es lo que era. Encrucijadas educativas en un mundo posmoderno. Madrid: Bomarzo.

Manuel Menor Currás

La primera razón del interés de este libro radica en que trata de desmontar las sinrazones de una educación esencialista que ha tenido vigencia, de diverso modo, en la vida educativa de los centros y en la mentalidad de cuantos de uno u otro modo —incluso con argumentos opuestos— han hablado de la educación y su “calidad” como algo con carácter tan sustantivizado que debiera tener una trayectoria única y, por tanto, una linealidad de desarrollo con final prefijado. Este análisis pasa revista al pensamiento ilustrado, a sus derivaciones de “progreso”, “humanismo” y certezas absolutas que, por razones del tiempo, han mostrado una ampulosidad retórica contradictoria con la realidad. En ese contexto, sitúa su desconfianza de las tecnologías, como ensoñación repetitiva de la nada y por su capacidad de dejarlo todo hecho una “calamidad”, sin humanización.

El razonamiento de Juan Ramón Rodríguez pone en valor el panorama intelectual posmoderno, generalmente denostado como si fuese un sistema vitando por relativista, incómodamente fluctuante en su perspectiva de una rea­lidad variable; es un contexto, además, en que el poder y la ideología condicionan los análisis y las identidades personales. Entiende el autor que en esa encrucijada debe situarse actualmente la educación para avanzar y tener sus mejores logros cuando el discurso ilustrado está amortizado y sus derivaciones crítico-emancipatorias tendrían también sus límites y urge tener presente el “tsunami neoliberal”, que ha trastocado muchos discursos. En este momento, según el autor, es preciso partir de las limitaciones que hasta aquí ha tenido esta amplia gama de desarrollos educativos, en lo que tienen de horizontes cerrados, y situarse en una posición más abierta, en una posición post-crítica capaz de iluminar la acción educativa. Su intención es situarla, conscientemente, en los parámetros en que han incidido los pensadores posmodernos, tratando de mostrar las posibilidades una concepción estratégica de la institución escolar dentro de los movimientos sociales.

Esta perspectiva le permite adentrarse en aspectos principales que han de traducirse en dimensiones prácticas. Por un lado, en el concepto del trabajo en las aulas, tanto en su proyección en los procesos de enseñanza-aprendizaje, como en la relación colaborativa de los docentes en los proyectos con los demás miembros de la comunidad escolar.

Por otra parte, es aconsejable, igualmente, que sea asimilada en las dinámicas de formación, previa y permanente, del profesorado; desde antes de entrar en un aula, el candidato a docente se humaniza desde el conocimiento explícito de las limitaciones del sistema educativo, incompleto sin el de las posibilidades que la utopía de educar conlleva.

Leído el libro con esta orientación, es especialmente valioso en cuanto que permite al lector situarse con cierta prontitud en lo que merece la pena, de qué fijarse, ante todo, para concretar su actividad en lo posible y necesario, evitar pérdida de tiempo en banalidades nominalistas y atender, ante todo, a lo que pueda funcionar. Prevenir decepciones frustrantes y relativismos escépticos e inoperantes, en que todo vale, debiera ser parte del bagaje que todo docente llevara consigo desde antes de empezar a trabajar en educación. Debiera estar proscrito todo tipo de esencialismo del ser humano, de la historia y de lo que hay que hacer para que así sea y cumplir una definición preestablecida. En el libro —como en la vida real— hay una interrelación permanente entre Educación, Sociedad y Política. Si no se pierde de vista, se coincide pronto en que, frente a los esencialismos, la naturaleza humana la vamos construyendo en la interacción biográfica y personal constante con “discursos, ideologías y patrones culturales que pueblan el entorno en el que vivimos, en un proceso de extraordinaria complejidad” (pág. 109). No hay “una esencialidad humana que emancipar”, como prendían movimientos cercanos en el tiempo y, a menudo, con solapado confesionalismo, inspirador de grandes pugnas por el poder en Educación. En una democratizadora concepción del sistema educativo, siempre habrá campo, de todos modos, para luchar por la autonomía de las personas y que los grupos en desventaja social tengan igual dignidad de trato, eso que niegan tantas políticas de “calidad educativa” en la universalización escolar, pero será más fructífero no hacerlo en nombre de una única esencialidad humana, o a cuenta del clásico dualismo de oprimidos y opresores (pág. 110).

La conclusión a que llega el autor es que el logro de algo que sea progresivo y justo solo es posible en este momento desde un posicionamiento más complejo. La historia no tiene guión previo, sino una discontinuidad azarosa, contingente y sin explicación global totalizadora. Está sujeta a múltiples interacciones de pequeñas historias, sin lógica trascendente: solo existe con los pequeños actos cotidianos que vamos construyendo.

Y ahí se ha de inscribir el papel de la educación, desde una ideología  capaz de articular el diálogo y la racionalidad entre los múltiples realidades que interfieren. Es un papel político, por supuesto, pero sin pretensión de verdad última, sino de articular posibilidades, precarias e inciertas, para un determinado contexto coyuntural. En una época de desasosiegos como la actual, es fácil perderse: este libro de Juan Ramón Rodríguez es muy orientador.

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