La importancia de los pequeños detalles

Marta Macho Stadler | Matemática y divulgadora científica

Recuerdo que cuando iba a la escuela, mis profesoras y profesores siempre me llamaban por el nombre, nunca por el apellido. Es cierto que mi apellido es un poco peculiar y probablemente evitaban algunos chistes fáciles en el aula… Aunque no creo que –como a mis hermanas… o a mi hermano– el que usaran nuestro apellido me hubiera causado ningún problema.

Lo que no recuerdo –han pasado muchos años– es si el profesorado nombraba a niños y niñas por su apellido, o más a los niños… no lo recuerdo.

Menciono esta anécdota porque hace unos días, Eduardo Angulo escribía un artículo en el que hablaba precisamente sobre la manera de nombrar a mujeres y hombres desde el espacio político hasta el de la ciencia: «Solo con el apellido y en nuestro entorno, no se reconoce a la mujer. Bastaría con decir nombre y apellido para todos pero, por lo que vemos, para la mujer es más adecuado decir solo su nombre«.

Este detalle, que muchas veces pasa desapercibido, es una muestra de los sutiles sesgos de género a los que nos enfrentamos a diario.

En ese artículo, Eduardo Angulo hablaba, entre otros, de un estudio realizado sobre profesionales relacionados con las disciplinas STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas). Este estudio proporciona datos que muestran que es común referirse a los hombres solo por su apellido –por ejemplo, Darwin concibió su teoría de la selección natural en 1838– mientras que es menos frecuente mencionar a las mujeres solo por el apellido, aunque si por el nombre.

Esto sucede tanto cuando se habla de personas dedicadas a la investigación –en redacciones realizadas por alumnado, en informes, en la prensa, etc.– como cuando a un grupo de estudiantes se le pregunta por la manera en la que se refiere a su profesorado. Es más habitual aludir a los profesores o investigadores por su apellido, mientras que a ellas se las reconoce con mayor frecuencia por su nombre. En este estudio, las autoras identifican este uso exclusivo del apellido con la percepción de la relevancia de la persona de la que se está hablando. Es decir, ellos son los importantes. Es curioso, y da mucho que pensar, porque seguramente estos sesgos no son conscientes.

Sin embargo, muchas mujeres reivindicamos el uso del nombre, por ejemplo a la hora de firmar un artículo científico. En este tipo de publicaciones es frecuente que las personas firmantes lo hagan solo con las iniciales de su nombre y un apellido. Por cierto, si queremos que se mantenga el segundo apellido –normalmente el de nuestra madre–, lo usual es poner un guion entre el primer y el segundo apellido para que no haya equivocaciones. Para que se vea que hay mujeres que publican, muchas abandonamos hace tiempo la inicial por el nombre completo… Esto lo hacemos para hacer visible el trabajo de las mujeres: citar el nombre de pila, que no es necesario destacar en el caso de los varones.

Quizás este no parezca un tema especialmente grave, pero es un sesgo de género que me ha hecho reflexionar sobre lo que yo misma hago y la razón por lo que lo hago.

De hecho, actualmente escribo muchas reseñas sobre científicas. Es cierto que cuando no deseo recargar un texto, utilizo el nombre de pila de la mujer a la que estoy reseñando y no suelo usar solo el apellido. ¿Por qué? En realidad lo desconozco, lo hago de manera natural. En muchas ocasiones, las científicas de las que suelo hablar tienen historias de superación impresionantes, y quizás usar el nombre me parece una manera más cercana de hablar de ellas. O quizás no, quizás es un estereotipo que tengo muy interiorizado y que no había percibido

Agradezco estos pequeños toques de atención que me ayudan a analizar esos sesgos ocultos con los que convivo en mi día a día. Es la única manera de ser consciente y, en su caso, intentar cambiar. Siendo docente se pueden transmitir muchos estereotipos de manera no deliberada… los pequeños detalles son realmente importantes.

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