“Una hace cosas raras. Ya sabe, cuando se es joven, una todavía no se siente parte de la condición humana; hace las cosas de cierto modo porque no son para siempre: todo es un ensayo. Un ensayo que hay que repetir improvisando, que hay que corregir cuando el telón se levanta de veras. Un día una se da cuenta de que el telón estuvo levantado todo el tiempo. Y eso era la función” (Sybille Bedford)
Según Bisquerra, la conciencia emocional es la capacidad para tomar conciencia de las propias emociones y de las emociones de los demás, incluyendo la habilidad para captar el clima emocional de un contexto determinado. Todo esto implica, dar nombre a las emociones, entendido como la eficacia en el uso del vocabulario emocional adecuado para utilizar las expresiones disponibles en un contexto cultural determinado para designar los fenómenos emocionales.
Dentro de un programa de competencia emocional es indispensable que el alumnado vaya enriqueciendo su vocabulario emocional para poder asociar cada palabra a su propio estado y contribuir así a que tengan una mayor autoconciencia y autorregulación. Además, no solo es necesario conocer las palabras, sino también el significado de cada una de ellas; de esta manera, el alumnado es capaz de identificar en qué emoción se encuentra y las consecuencias que tienen para él mismo y para los demás. Si un estudiante es capaz de identificar que un estado de miedo se ha convertido en enfado y esto le ha llevado a la frustración y de esta a la rabia, podrá prevenir situaciones o conductas de riesgo. Por otro lado, cuando el alumnado tiene la capacidad de saber qué conductas le llevan a estados emocionales positivos y saludables, le será más fácil repetir esta conducta que le ha causado satisfacción, aunque el refuerzo no sea inmediato.
En el Centro de Formación Rodrigo Giorgeta estas premisas las ponemos en práctica a través de las dinámicas específicas del programa de competencia emocional, como son «ahora me siento», en la que el alumnado tiene que identificar en qué estado de ánimo se encuentra y buscar la palabra emocional adecuada. Otra posibilidad es «sabes cómo llamarle», en la que ante un mismo hecho pueden darse diferentes emociones según la experiencia de cada uno; o también «expresión plástica», donde relacionan la influencia de sus emociones con el tipo de actuaciones que tienen. Pero otra vía, quizás más importante si cabe, pues parte de las propias experiencias del alumnado, es trabajar desde lo cotidiano, en el día a día. Ejemplos de ello son cuando alguien se siente frustrado ante el suspenso de un examen, enfadada con una compañera, eufórico antes de unas vacaciones, satisfecha tras una buena exposición, etc. En todas estas situaciones la figura del tutor (y, en general, de todo el equipo docente), guía al alumnado hacia el autodescubrimiento de cómo se llama aquello que está sintiendo, haciéndole consciente de qué conductas y pensamientos han influido para que se encuentre en este estado emocional, y como este estado les afecta e influye conductualmente a sí mismos y a los demás, así como las consecuencias que implican.
También, a nivel de centro, se generan espacios y actividades que propician que el alumnado de todos los ciclos, de manera conjunta, vaya enriqueciendo y ampliando su vocabulario emocional, así como su autoconciencia. Durante el periodo que llevamos implementando el programa, se han trabajado diferentes experiencias emocionales. La última que se realizó ha sido «El árbol de las emociones», un espacio creado para que cada una de las hojas del árbol se rellenara a nivel individual con una palabra del Universo de Emociones de Bisquerra, expresando así cada uno cómo se sentía, utilizando el vocabulario aprendido, hasta crear un árbol frondoso.
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