Me invitan a escribir algo sobre qué entiendo yo por educación y lo primero que me vino a la mente fue mi trabajo de tesina. Cuando acabé Pedagogía, y ya siendo maestro, me propuse hacer mi trabajo de licenciatura porque tenía muchas dudas acerca de mi profesión. Comenté con mi madre si ella me ayudaría a salir de esta incertidumbre. Mi madre no sabía leer ni escribir. Entonces le propuse que hablásemos sobre educación, haríamos un diálogo entre Agnoeo (la ignorancia, que representaba mi madre) y Sofos (yo, la sabiduría) a semejanza de los Diálogos de Platón-Sócrates. Le llamaríamos Agnoeo y Sofos, … pero ¿qué es la educación?
Mi madre me dijo: “Miguel yo no sé de eso y, además, la palabra educación es una palabra completa”. ¿Una palabra completa? Durante unos segundos resonaba en mi mente. Nunca había oído nada parecido en mis años de estudio. Y no terminó ahí la cosa, sino que añadió: “Sí, Miguel, es una palabra completa, porque si yo te digo que no hagas esto o aquello porque estás molestando a tu hermana, eso es educación. Si yo te miro porque veo que lo que estás pensando no me gusta, eso es educación. Si tú estás dando voces y tu padre está descansando porque tiene que ir a la mar, y te digo que te calles, eso es educación. Si te digo que te pongas a leer y a ver cuentos y no te vayas a la calle, eso es educación. Si te digo que no te pelees con ningún niño del barrio, eso es educación. Por eso la palabra educación es una palabra muy completa, sirve para todo”.
Yo no sé si es una palabra completa o no, pero lo que sí recuerdo es que mientras ella hablaba yo disfrutaba de lo que ella me decía y, a lo mejor, ese placer que yo sentía cuando ella hablaba tiene algo que ver con la palabra educación. Sea lo que fuere, yo gocé conversando con mi madre durante aquel verano. Pero, lamentablemente, al final de nuestro diálogo ni ella ni yo supimos, a ciencia cierta, qué es la educación. Sabemos que es una palabra completa, pero… ¿qué es, realmente, la educación?
Se le atribuye a Einstein eso de que educación es lo que queda después de olvidar todo lo que has aprendido en la escuela. Sin embargo, es probable, que en las facultades de Educación estudien que la educación es un término complejo y tiene diversas dimensiones: unas cognitivas, otras éticas; tal vez otras sociológicas, psicológicas, didácticas, afectivas, etc. Efectivamente, es una palabra completa, porque todas esas dimensiones mezcladas constituyen eso que conocemos como acto de educar. ¡Como decía mi madre! Tal vez, ella añadiría, que la palabra “no está completa del todo” si no añadimos mucho amor a la hora de educar.
Así que, además, educar es un acto amoroso, porque supone respetar al otro u otra como legítimo otro u otra en la convivencia. Amar es educar (Maturana, 1994). Sería muy bonito saber que los seres humanos estamos hechos para amar a los demás incondicionalmente. Las neuronas espejo conducen a empatizar con el otro u otra (Iacoboni, 2011. Rizzolatti, 2008). Por tanto, como docentes debemos orientar nuestras acciones hacia una educación centrada en el amor como la emoción que sustenta todo el proceso educativo. Amor por los demás y por el conocimiento. Más aún, como una emoción humanizante basada en la confianza y en el respeto como fundamentos de la convivencia, porque la ausencia de amor nos deshumaniza.
Los seres humanos nos enfermamos en un ambiente de desconfianza, manipulación e instrumentalización. Lo más humano es desvivirse por otro, y en este desvivir surge el valor ético de la educación. No existe educación sin ethos. Educar en la ética de la responsabilidad. Entonces, si esto es así, ¿cómo ha de ser la educación en una sociedad donde se está perdiendo lo más humano del ser humano, como es el amor?
La educación que ofrezca la escuela ha de ser aquella que, además de amor por el conocimiento y por los demás, ofrezca vivir los valores, porque los valores no se enseñan, se viven. No hay que enseñar la bondad, la belleza, la paz y la solidaridad, sino vivirlas. Nuestros hijos e hijas necesitan crecer en la confianza, en el respeto y en la convivencia, pero sin exigencias, solo por el placer de compartir un proyecto común. Solo así podremos construir el sueño de una sociedad más culta, respetuosa y tolerante, más democrática, más justa y más humana.
Siguiendo con la idea , si la educación, como bien público, es un derecho y un medio de transformación social, nos debe llevar a romper la brecha que divide a la sociedad entre los que tienen de todo y los que no tienen casi nada. Es decir, hablar de educación como acto amoroso es hablar de justicia social; por tanto, los modelos educativos deben ser lo más equitativos posibles para evitar las desigualdades y desequilibrios en la escuela. De ahí que debemos contraer el compromiso moral de orientar nuestras acciones hacia una educación de calidad y equitativa para construir una sociedad más democrática, solidaria, justa y pacífica. La justicia como equidad (Rawls, 2002).
Se necesitan, por tanto, políticas de carácter social y económico que protejan más a los que más lo necesitan y creen las condiciones imprescindibles para cubrir las necesidades básicas de las personas, como condición fundamental para que la educación sea considerada, además de un valor necesario, el medio más eficaz para romper el círculo de la pobreza y las desigualdades. Con las reformas en marcha no es suficiente. Son necesarias transformaciones profundas en los procesos de enseñanza y aprendizaje si queremos conseguir la equidad educativa. La escuela pública –o es una escuela sin exclusiones o no es pública– es la que emana de los Derechos Humanos (1948) y de los Derechos del Niño (1989).
Y, para lograr la equidad educativa, ¿qué capacidades docentes se necesitan? Son varios los factores que interactúan; pero, sin querer reducirlos, diremos que, según las investigaciones consultadas y nuestra propia experiencia como grupo de profesorado del Proyecto Roma, el factor más decisivo de un sistema educativo es la calidad de sus docentes (Informe McKinsey, 2007). Por ello, todos los esfuerzos que venimos realizando como grupo van destinados a mejorar la formación y el bienestar docente, y ello nos da ánimos y nos ayuda para lograr nuestros propósitos de mejorar la escuela pública.
La labor de este profesorado no es una labor individual, sino colectiva (Hargreaves y Fullan, 2014), lo que genera la formación de capacidades profesionales docentes de gran valor para la escuela como la manera más adecuada y eficiente para dar respuesta a todo el alumnado. El profesorado ofrece sus experiencias, valores, intereses, problemas y preocupaciones compartiendo un mismo lenguaje en plano de igualdad, independientemente de los niveles educativos. Podemos decir que se esfuerza en crear una comunidad autocrítica de personas que participan en las reflexiones y las acciones que llevan a cabo al compartir con compañeros y compañeras de los distintos centros y niveles la metodología y las razones para realizar prácticas educativas de acuerdo con los principios del Proyecto Roma.
En fin, estas palabras nuestras pueden llevar a pensar que la utopía existe. Pues sí, la utopía existe y para nosotros es una democracia sin fronteras. Somos utópicos porque la educación es utopía, y esta es la añoranza hacia un mundo mejor. En ese sentido deseamos ser utópicos. ¿Acaso es posible una educación en valores desvinculada de una dimensión utópica? La utopía no puede morir. Si se secan los manantiales utópicos, la vida de los seres humanos se transforma en un desierto donde solo florecerían el conformismo, la apatía, la trivialidad y el oportunismo; es decir, la deshumanización. Esta visión del concepto de utopía unido a los términos de respeto, justicia y dignidad humana, rompen con el concepto peyorativo de la utopía como algo irrealizable, y se inserta en el vivir y en el convivir humano como algo que no es, pero que podría ser (pragmautópico, dice Eisler, R. 1995).
Así es como las palabras de mi madre de que la educación es una palabra completa cobran todo su sentido, ya que revelan aspectos y dimensiones de lo humano que, habiendo sido fundamentos, han quedado escondidas bajo otras palabras en la transformación cultural de la humanidad, pero que no han desaparecido y con sus emociones y sentimientos nos hacen sentir que otro mundo es posible construir. Más aún, nos devuelve la ilusión y la responsabilidad de elegir qué mundo queremos vivir, como un mundo de respeto, tolerancia, cooperación, justicia…, bajo la emoción fundamental del amor.
Ya lo decía mi madre: la educación es una palabra completa, lo tiene todo. Sí, es completa y compleja, pero necesaria si queremos construir un mundo mejor o al menos imaginarlo.
Deja un comentario