Las dificultades para mantener la atención

Marta Macho Stadler | Matemática y divulgadora científica

Han transcurrido ya cinco semanas desde que empezaron las clases. El tiempo pasa deprisa y queda ya lejano en la memoria el día de la presentación en el aula.

El año pasado un alumno –con el que me llevo muy bien– me dijo que el primer día de clase le caí muy mal. Entre otras razones –había alguna más, pero no viene al caso– le caí mal porque el primer día de clase soy muy seria. Me presento, presento la asignatura y establezco las reglas del juego. Esas reglas, en mi opinión, son sencillas y obvias: no hablar mientras habla otra persona, atender las explicaciones e intentar participar. En la universidad no es obligatorio asistir a las clases, así que suelo insistir en que, si no les interesa lo que les estoy contando, pueden irse libremente para no molestar a sus compañeras y compañeros –ni a mí, por cierto–. E insisto con gran vehemencia en que los teléfonos móviles están prohibidos. Me paso un rato explicando cómo me enfada sobremanera encontrar a alguien manejando un móvil bajo el pupitre en vez de estar atento a lo que sucede en el aula.

Hace unos días estaba dando clase y vi a un alumno con las manos bajo su mesa, obviamente manipulando su teléfono móvil. Me bajé de la tarima, me acerqué a él y le pregunté: ‘Tú no viniste el primer día de clase, ¿verdad?’. El chaval me miró sorprendido sin entender a que venía eso. La compañera que estaba sentada a su lado sabía perfectamente porqué le había hecho esa pregunta, e intentando disculparle dijo inmediatamente: ‘No, no estaba el primer día’. En realidad, yo recordaba perfectamente que ese alumno faltó el primer día de clase –eso no es un problema–, pero le repetí más o menos mi sermón del día de presentación. Por cierto, agradecí a la alumna su gesto al salir inmediatamente en defensa de su compañero. Hasta hoy, no he tenido que volver a llamar la atención a nadie más.

Es sorprendente lo difícil que resulta a nuestro alumnado mantener la atención en el aula –supongo que sucede lo mismo en muchas otras actividades–. Prohibirles usar el móvil es evitar que tengan una tentación fácil para despistarse. Pero se distraen con casi cualquier cosa: si alguien estornuda, si se cae un bolígrafo al suelo… cualquiera de estos acontecimientos provoca que hablen con el compañero o compañera a su lado o que se pongan a soñar…

Estas situaciones me entristecen porque parte del problema de que nuestras alumnas y alumnos no entiendan los contenidos que les intentamos transmitir es que no prestan atención en el aula. Mejor dicho, no son capaces de mantener la atención durante mucho tiempo. Por eso leen poco, cambian continuamente de actividad, se despistan, hablan con la persona que tienen al lado. Les suelo decir: “Si os aburro o lo tenéis claro, puedo ir más deprisa”. No, no es eso… es que no lo pueden evitar.

Las cosas bien hechas necesitan tiempo de calidad, atención, mimo, paciencia… A lo mejor me equivoco y es posible hacerlas de otra manera. ¿Adquieren esta capacidad de atención más adelante? Quizá es solo un problema generacional y por eso no soy capaz de entender esta manera de trabajar… Pero, en mi opinión, ¡se pierden tantas cosas nuestras alumnas y alumnos con esa mirada tan desganada!

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