Mujeres y ciencia: ¿la ecuación funciona?

Marta Macho Stadler | Matemática y divulgadora científica

Hace unos días tuve el placer de visitar las Facultades de Ciencias Humanas y de la Educación (Campus de Huesca) y de Educación (Campus de Zaragoza) de la Universidad de Zaragoza. Mi amigo Víctor Manero, profesor de didáctica de las matemáticas de esa universidad, me había escrito unas semanas antes. Me comentó que estaba preocupado –en realidad no recuerdo si fueron esas sus palabras, pero sí su mensaje– porque su alumnado, que pasaría en pocos años a ser personal docente, no era consciente de la brecha de género existente en los estudios de ciencia y tecnología. Aunque la principal transmisora de los estereotipos en niñas y niños es la familia, la escuela los refuerza y, en muchos casos, los agrava. Por ello, educadoras y educadores deben conocer la situación para intentar no contribuir a consolidar estos sesgos.

Así que con el provocador título de Mujeres y ciencia: ¿la ecuación funciona? preparé una charla que repetí en los dos campus. Mi objetivo era intentar mostrar al alumnado, profesorado y público que se acercó que, aunque la situación ha mejorado notablemente, las jóvenes siguen siendo reticentes a cursar cierto tipo de estudios.

Comenté diferentes estudios que prueban que el estereotipo ciencia-hombre persiste, al menos en algunas disciplinas STEM. La ausencia de referentes profesionales femeninos y los estereotipos centraron mi discurso a través –entre otros– del famoso test Dibuja a un científico, de lo que se nos transmite a través de la publicidad, el cine, los juegos, etc.

También hablé los peligros de los llamados estereotipos implícitos que, al contrario que los explícitos, son aquellos que no percibimos, que tenemos interiorizados y se manifiestan en múltiples situaciones sin que seamos conscientes. Comenté, por ejemplo, que me costó tiempo entender que, en el aula, trato de diferente manera a chicos y chicas… Cuando hago una pregunta, ellos –algunos de ellos– contestan deprisa. Me gusta esa interacción rápida que me permite matizar o corregir conceptos. Y mi clase continúa con una participación baja por parte de mis alumnas, que no son propensas a hablar en público. Al ser ahora consciente de ello, me esfuerzo en frenar a los alumnos que participan siempre, a mirar más a las chicas y ver si susurran alguna respuesta que, en caso de ser correcta, les pido que repitan a viva voz. Quiero que se sientan bien al contestar y celebro su respuesta. Creo que este pequeño cambio en mi actitud puede ayudar a que más alumnas se animen a participar de manera activa. Como siempre, la importancia de los pequeños detalles es esencial.

Y me referí a algunos de los resultados del proyecto ESTEREO, un estudio que se llevó a cabo por medio de talleres realizados con casi un centenar de estudiantes de 2º y 3º de la ESO. El informe final concluía que “las alumnas se consideran sistemáticamente menos competentes que sus compañeros en asignaturas tradicionalmente vinculadas a los ámbitos científicos y tecnológicos, a pesar de tener notas comparables e incluso superiores a las de los chicos”.

Al finalizar la conferencia en la Facultad de Educación en la Universidad de Zaragoza, en el turno de preguntas, una joven levantó la mano. Comentó que era alumna de la ESO y que había vivido una de esas situaciones. En la asignatura de matemáticas de su centro estaban matriculadas tres chicas y quince chicos. Antes de realizar el primer examen, toda la clase pensaba que los mejores en la materia eran los chicos… Pero al recibir los resultados de su primera prueba, las tres mejores notas fueron las de ellas. ¿Por qué ellas no se sentían buenas? ¿Por qué ellos se creían mejores? Considerar que el mejor es el otro puede mermar tu confianza y hacerte pensar que nunca vas a llegar a brillar. Esta joven comentó también que la miraban con cara rara cuando decía que quería estudiar matemáticas o física. Por supuesto, la animamos a seguir trabajando, superándose y a no hacer caso a las reacciones y consejos desalentadores. Fue una intervención emotiva, que corroboraba mucho de lo que se había comentado en la charla.

No pude verla al salir, pero desde aquí le mando un agradecimiento muy especial por atreverse a intervenir y contarnos su experiencia. ¡Qué nadie reprima tus sueños!

Por cierto… la ecuación funciona.

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