Fue la creatividad por sus innovaciones para adaptarnos al medio la que nos ayudó a sobrevivir y, quizá, hasta a desarrollar una inteligencia superior al resto de mamíferos. La imaginación y no la repetición, la fantasía más allá del instinto, la curiosidad que conduce a mirarlo todo, a analizarlo todo, a cuestionarlo. Luego surgiría el hallazgo, el descubrimiento que satisfizo nuestro sistema de recompensa cerebral. Sin embargo, a veces seguimos teniendo miedo atávico a ese interesante impulso de búsqueda porque lo asociamos al desequilibrio emocional o a la pérdida de tiempo. Las cada vez más numerosas experiencias existentes sobre el beneficioso efecto de la potenciación de las facetas creativas sobre el crecimiento sano de la personalidad deberían permitirnos superar dicotomías entre razón y emoción, recurrentes a lo largo de la historia, pero claramente injustificadas. Hoy ya sabemos que el talento creativo puede estimularse, desarrollarse, encauzarse, engrandecerse. Hasta para entender un chiste o descifrar una ironía hay que ser capaz de comprender, de participar en el juego de deconstruir el camino inventivo que requiere reproducir a la inversa el mecanismo de la inspiración.
Las técnicas de estudio de la actividad cerebral (resonancia magnética funcional, tomografía por emisión de positrones o la más clásica electroencefalografía…) nos permiten comprobar qué zonas cerebrales intervienen en estos procesos de asociaciones múltiples con resultados diferentes, personales. Ahora tenemos claro que estos chispazos no se deben exclusivamente a la labor del hemisferio derecho, sino que la creatividad se logra mediante la colaboración de ambos a través del cuerpo calloso, siendo proporcional el número de conexiones interhemisféricas existentes a la capacidad creativa del sujeto. Esta no deviene, por tanto, de la producción de un solo centro neuronal, sino del trabajo cooperativo de múltiples enlaces entre millones de neuronas que se especializan y predisponen para responder a esta nueva exigencia, a este difícil desafío que las seduce. Aunque queda mucho por aprender sobre estos procesos, parece que la interacción entre zonas de los lóbulos frontales, temporales y el sistema límbico –conectadas y reguladas por la acción de la dopamina– constituiría el sustrato biológico del pensamiento divergente e innovador.
Los humanos mejoramos nuestra inteligencia y encauzamos nuestras emociones cuando debemos resolver problemas, cuando algo nos enfrenta a disyuntivas interesantes, urgentes, peligrosas, gozosas… Para elegir el sendero o resolver el reto, el cerebro se adapta y hasta cambia físicamente, genera nuevas conexiones, elabora las autopistas mentales necesarias para alumbrar la creatividad. Luego, cada individuo, fijará su modo de llegar al eureka: unos solazándose en tiempos contemplativos o estados de relajación para alcanzar los hallazgos; otros, escapando a terrenos opuestos a los de sus tareas domésticas o profesionales; varios, mezclando disyuntivas, respuestas contrapuestas o discordantes; muchos, paseando o corriendo de forma que se active su flujo sanguíneo; algunos, obligándose disciplinadamente a considerar alternativas absurdas, imposibles, descartadas con anterioridad, pero de las que en el presente sacarán valiosas conclusiones…, y esto vale tanto para el arte, la ciencia o la tecnología, como para optimizar los procesos de aprendizaje básicos. ¿Quién puede sostener que los científicos, los matemáticos, los ingenieros, los militares, los médicos, los abogados o los políticos no tienen que ser humanistas creativos?
De las diversas redes neuronales, dos parecen tener especial protagonismo para realizar este trabajo: la responsable del control y la que abre el grifo de la fantasía, que de alguna manera deja en suspenso la lógica dogmática, aunque también evite los dislates. Cuando el medio nos exige una conducta que va más allá de lo rutinario, el córtex prefrontal (máximo responsable ejecutivo) programa la tarea del cerebro; a continuación, se ponen en marcha los centros oportunos como los del habla, el oído, la vista…, cuyas aportaciones serán analizadas y puestas en común con las de otras zonas responsables de funciones como la memoria o el pensamiento abstracto. Luego, la corteza cerebral ejecutiva reordenará y dará sentido a lo hallado, hasta que, cuando se “apruebe” el resultado, surja, aparentemente de golpe –diríamos coloquialmente en un periquete– la idea, la solución, la alternativa.
En el proceso, podemos haber tardado años de búsqueda consciente u ocurrírsenos en un instante, algo que ni siquiera sabíamos con claridad que estábamos buscando; en cualquier caso, debemos tener en cuenta que la información circula por nuestro cerebro a velocidades que pueden superar los 400 km por hora, lo que explica la rápida agudeza de ciertas bromas o el prolongado ingenio constante que requiere una investigación.
Ser creativo para nuestra especie es básico, lo ha sido siempre. Pero, quizá ahora lo sea más y nos permita afrontar la vida con máquinas sabiendo que, en la actualidad, ya se habla de qué tipo de relaciones eróticas o sexuales tendremos con los robots o si será necesario que estos, en cuánto obreros, paguen impuestos como los trabajadores, puesto que realizarán nuestras tareas rutinarias, a partir de lo cual tendremos que encontrar nuevas maneras de ser y estar en el mundo con los otros y con nosotros mismos, interconectando no solo neuronas propias, sino también personas diferentes y máquinas avanzadas.
La educación del futuro, es un reto que debemos asumir de manera urgente, antes de que sea tarde, porque se avecinan cambios insospechados y el desarrollo de la creatividad, juega papel importante y decisivo para afrontar un futuro incierto.