“Enseñar no es transferir conocimiento, sino crear las posibilidades para su producción o su construcción”. Paulo Freire.
Da comienzo un nuevo curso escolar y la pregunta que se repite constantemente a cada niña y niño desde hace días no es otra que ¿tienes ganas de volver al cole? Desafortunadamente la respuesta más numerosa es que “no”.
Las niñas y los niños deberían “estar locos de contentos” por volver a la escuela. Entonces, ¿qué ocurre para que el alumnado no tenga ganas de volver al cole cuando llega septiembre?
Al preguntar al alumando a qué va a la escuela, en su mayoría responden a “hacer deberes”. Alguna o alguno responde “a aprender”. Si se les pregunta cómo se aprende responden “haciendo deberes” y “haciendo fichas”. Realmente, ¿es esto aprender?
No hay evidencias científicas que demuestren que se aprende más y mejor haciendo deberes y sí existen estudios que relacionan los deberes con la desmotivación y una actitud negativa hacia el aprendizaje (A. Kohn, 2006).
La neuroeducación, es decir, el estudio y conocimiento del cerebro y de los procesos que se producen cuando una persona está aprendiendo a diversas edades sí nos revela que hay que provocar emoción y curiosidad en el alumnado para que Este aprenda. O, en palabras de Francisco Mora (2013), “solo se puede aprender aquello que se ama”.
La escuela debería ser un lugar donde investigar, indagar, divertirse, jugar… un lugar donde aprender a pensar y a convivir a través de unas normas y valores y haciendo uso de diferentes lenguajes (López Melero, 2018). El profesorado ha de lograr “enganchar” al alumnado, “apasionarles”, “enamorarles” diría yo. Hay que conseguir que sientan amor hacia el aprendizaje.
Pero, ¿qué es aprender? ¿Qué se tiene que aprender? Y ¿para qué?, ¿cómo? La educación que se ofrezca al alumnado va a depender en gran medida de la concepción que se tenga del concepto de “aprender”.
El profesorado del Proyecto Roma considera el aprendizaje como lo que precede al desarrollo (Vygotsky, 1979). Como nos recuerda el profesor López Melero: “El desarrollo humano es educación y el aprendizaje cultural no solo es acumulación de conocimientos, sino que implica la propia construcción de las herramientas de la mente”. Más aún, “El aprendizaje ha de ser mediado y permitirá el desarrollo cognitivo, lingüístico, afectivo y motriz, transformando al sujeto que aprende y al adulto que enseña y el material de aprendizaje (López Melero, 2018, p. 24).
El conocimiento, por tanto, se va construyendo de forma cooperativa, no viene dado. No existe una persona que sabe y otra que absorve los conocimientos de esta como en la escuela tradicional. “La educación es una acción dialógica en donde docente y discente se educan juntos” (López Melero, 2018, p. 29).
Así, el primer día de colegio nuestras aulas están vacías permitiendo al alumnado, junto al profesorado, construir el espacio y el tiempo en cooperación. Pensando y dialogando juntos cómo ha de organizarse nuestro espacio y por qué ha de ser así, y no tenerlo muy bien organizado una semana antes por la docente o el docente. Creando esas herramientas mentales que permitirán al alumnado poder solucionar cualquier situación de la vida real, ya sea del presente o del futuro.
Es sorprendente observar a las niñas y a los niños cuando entran al aula por primera vez y no hay nada. Lo primero que se evidencia es la poca autonomía que tiene el alumnado, puesto que todo se les ha dado casi siempre hecho. Ahora han de pensar si necesitarán sillas o mesas, cómo han de disponerlas en el aula, qué valores y normas deben regir la vida del aula y por qué… Y todo ello han de hacerlo a través del lenguaje, del diálogo, de la confrontación de ideas, de la escucha activa y del respeto, es decir, de la comunicación. Es la comunicación la que va a permitir transformar la realidad del aula, de la escuela (Habermas, 2010).
Pero los seres humanos no solo nos comunicamos, también pensamos, sentimos y actuamos. Desde el Proyecto Roma se educa en la comprensión del proceso lógico de pensamiento según el cual pensamos, nos comunicamos, sentimos y actuamos. Los contextos educativos tienen que ofrecer la oportunidad al alumnado de aprender a pensar y aprender a convivir para producir el desarrollo de esos procesos cognitivos.
Solo así se podrá lograr el fin de la educación pública que no es otro que educar personas libre pensadoras, críticas, democráticas, solidarias y responsables consigo mismas, con la sociedad y el entorno. Personas que sean capaces de transformar su realidad y mejorarla.
Este aula vacía es una gran oportunidad para construir y para transformar, no solo el espacio educativo, sino las mentes de nuestro alumnado y las nuestras propias.
Bibliografía
Freire, P. (1993). La pedagogía de la esperanza. Madrid: Siglo XXI.
Habermas, J. (2003). Acción comunicativa y razón sin trascendencia. Barcelona: Paidós.
Kohn, A. (2006): The trutth about homework. Needless assignments persist because of widespread misconceptions about learning. Education Week, Septembre 6, 2006.
López Melero, M. (2018). Fundamentos y Prácticas Inclusivas en el Proyecto Roma. Madrid: Morata
Mora, F. (2013, 2017): Neuroeducación. Solo se puede aprender lo que se ama Madrid: Alianza Editorial.
Vygotsky, L. (1979). El desarrollo de los procesos psicológicos superiores. Barcelona: Crítica.
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