Marta Soler. Catedrática de Sociología de la Universidad de Barcelona
Mi primera conversación con Freire fue en 1994 cuando me dijo que le había encantado la inauguración del Congreso “Nuevas Perspectivas Críticas en Educación”. El neoliberalismo del postmodernismo había proclamado el fin de Freire y su pensamiento, tratando de arrinconarle como uno de esos autores pasados de moda que habían tenido cierta proyección en los años sesenta con sus utopías transformadoras. Cuando iniciamos la preparación de ese congreso se nos dijo repetidamente que sólo iban a acudir “cuatro” nostálgicos del 68. Se me eligió a mi para inaugurarlo y lo hice con las siguientes palabras: “más de la mitad de las casi mil personas que estamos aquí no habíamos nacido en mayo del 68”. A Paulo le encantó esa frase porque era un ejemplo muy real de que su pensamiento y el ejemplo de su vida consecuente tendrían cada vez más proyección y ningún posmoderno la conseguiría arrinconar.
Cuando en 1996 comencé el doctorado en Harvard, comprobé que en la considerada primera universidad del mundo se tenía mucho más en cuenta a Freire y a su obra que en las universidades de nuestro país. Comprobé en la práctica los errores de los prejuicios como que su obra sólo servía y se leía en los países del Sur o que era un ideólogo que no tenía propuestas científicas o incluso que rechazaba la ciencia. Freire ya había estado en Harvard en 1969 desde donde su proyección alcanzó una dimensión mundial. En 1998 pude escribir con una compañera la introducción a la reedición del monográfico Cultural Action for Freedom, con los dos artículos que años antes Freire había escrito para la revista Harvard Educational Review. En esa introducción incluimos las palabras que Jerome Bruner había enviado al CREA cuando Paulo murió: “Fue un hombre valiente y visionario. Nos hizo conscientes de nuestras absurdas crueldades, y ahora el reto que tenemos todos nosotros es hacer algo sobre esas crueldades”[1].
En la inauguración del mencionado congreso, yo tenía 24 años. Como a muchas otras personas de mi edad, las enormes ganas de contribuir a transformar este mundo para hacerlo mejor se habían ido desengañando al ver la gran inconsecuencia entre la vida y la obra de la denominada intelectualidad crítica. No teníamos ninguna nostalgia del mayo del 68, no sólo porque todavía no habíamos nacido, sino principalmente porque casi todos sus líderes eran hombres y algunos muy machistas. Rechazábamos una intelectualidad que tenía como uno de sus referentes a un Foucault que defendía la despenalización de la violación y la pederastia. En ese ambiente, la presencia de la consecuencia entre la obra y la vida de personas realmente transformadoras como Paulo Freire reencantó nuestra ilusión para trabajar de verdad por un mundo mejor. Ha habido autores que sin ninguna rigurosidad teórica han intentado vincular la obra de Freire a la de autores que defienden justo lo contrario como Foucault o incluso con el filósofo nazi Heidegger. Sólo quienes no hayan leído seriamente las principales obras de Freire pueden cometer ese elemental error teórico.
Un truco mediocre que se usaba para arrinconar a Freire era situarle como un simple ideólogo o como una persona con buena voluntad, mientras se presentaba a quienes negaban la posibilidad de la transformación, a quienes Paulo llamaba fatalistas, como intelectuales de gran nivel teórico. De esa manera, se podía atacar al profesorado freiriano que trabajaba por transformar la educación y la sociedad y situar como inteligentes a quienes no transformaban nada, e incluso se dedicaban a criticar a quienes sí lo hacían. Ese error no resiste el más mínimo análisis teórico. Althusser reconoció que escribía sobre libros que él no había leído, y resulta que los “inteligentes” le habían calificado de tener una gran rigurosidad teórica al “demostrar” que la escuela no podía transformar las desigualdades. Su seguidor Bourdieu reconoció que no había leído nada de Gramsci hasta mediados de los años 80, mucho después de haber publicado en 1970 La Reproducción. En 1968, Freire ya había publicado una teoría de la acción dialógica, siendo así un gran precursor de la perspectiva dialógica que hoy orienta las transformaciones científicas y sociales en todos los ámbitos y en todos los países.
Paulo hablaba con mucha tristeza de como parte de la intelectualidad autodenominada crítica era seguidora del reproduccionismo, y autores como Althusser, que había llegado a estrangular a su mujer, o como Poulantzas, cuya negación del sujeto había llevado a que cuando se tiró por la ventana lo hiciera también con sus libros. Paulo era todo lo contrario, le gustaba vivir, le motivaba dar vida a su alrededor, trabajaba para que todo el mundo pudiera vivir bien, y especialmente las personas que hasta ahora habían estado más oprimidas. Las personas “intelectuales” que hablan de transformación y no transforman nada, las que hacen lo que Freire denominaba “blablablarismo”, no tienen tampoco ningún nivel teórico. Las personas realmente intelectuales transforman la sociedad y tienen un gran nivel teórico, como lo tenía Freire.
[1] Texto original: “He was a brave man as well as a far-sighted one. He made us aware of our mindless cruelties, and now the challenge of all of us is to do something about those cruelties”.
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