Seducir a los mejores

María Antonia Casanova | Universidad Camilo José Cela (Madrid)

Como todos sabemos y, además, lo afirma cualquiera de los sectores que componen nuestro entorno social (políticos, sindicalistas, familias, profesionales de diversas especialidades, periodistas…), la educación constituye la base de la sociedad, es el quicio de lo que ocurrirá con cada persona y con el conjunto de grupos que deben relacionarse y conformar su porvenir; es decir, resulta fundamental para el futuro de nuestra Historia. Ni más ni menos.

Estamos de acuerdo, por tanto, en que los educadores somos imprescindibles e importantísimos y, además, responsables de todo lo que ocurre a nuestro alrededor; al menos, de lo malo. Cuando algo no funciona, es la educación la que ha fallado y, siempre, la que lo debe arreglar. Esto es así, por lo general, en las manifestaciones públicas que se hacen desde cualquier medio. Lo cual no implica que luego los hechos se correspondan con esa importancia vital que se adjudica a la educación, en el momento de preocuparse y ocuparse de dotarla de los recursos adecuados para que su puesta en práctica sea un éxito para todos. Me refiero, fundamentalmente, a la inversión imprescindible que garantice su calidad y al cuidado preferente que debe tener la formación de los profesionales que inciden directamente en su implementación. Es una evidencia, por ejemplo, que la última Ley de Educación, actualmente vigente, ni nombra ni se refiere en absoluto a la formación del profesorado, tanto inicial como permanente.

Pero parece que ahora estamos en otro momento y en otro debate. Dado que resulta esencial la calidad del profesorado para conseguir la calidad de la educación (nunca superior a la del primero), se replantea cómo debe ser esa formación, tanto inicial como en ejercicio o, en definitiva, a lo largo de su vida profesional. Y se propone, como posible camino para conseguirla, un sistema similar al MIR implantado en Medicina.

Puede ser un modelo adecuado, por supuesto, adaptándolo a las características y exigencias del sistema educativo y teniendo en cuenta la diferente formación inicial desde la que se incorporan los profesionales al desempeño de la docencia. Pero antes de definirme por el modelo concreto (para el que ya existen propuestas desde distintas instancias y diversos expertos, también desde la Administración educativa), prefiero hacer algunas reflexiones que me parecen importantes para decidir el mejor camino que se proponga.

Las situaciones son muy diferentes si nos referimos al profesorado de Educación Infantil o Primaria, o al de Educación Secundaria Obligatoria y Bachillerato.

Partimos de la base de que los estudiantes del Grado de Maestro de Educación Infantil o Primaria ya han elegido su carrera, ya saben que se van a dedicar a la enseñanza. Y se supone que quieren hacerlo. Primera premisa supuesta: les gusta la educación como profesión, puesto que así lo han decidido. Disponen de cuatro años de estudios específicos para formarse, en los cuales se dedica tiempo, también, a la práctica docente tutorizada. Si el profesorado de las Facultades de Educación y las tutorías en los centros docentes funcionan con calidad y ética profesional, es decir, con responsabilidad a la hora de tomar decisiones en relación con la capacidad y competencia de los estudiantes, parecería que en cuatro años hay horas suficientes como para seleccionar de modo apropiado a las personas realmente capacitadas. No es nada negativo decirle a una persona, cuanto antes, que debería dedicarse a otra profesión. Es más honesto que dejarla seguir adelante y que su desempeño profesional resulte negativo para ella, para los educandos y para el sistema en general. No todos valemos para todo: ahí reside la riqueza de la diferencia.

Ciertamente, si esto hubiera ocurrido así, ya se podría realizar una buena selección de profesorado desde el comienzo. Hay medios para ello. Pero para conseguirlo no solo hay que cambiar el modelo de formación o de acceso a la docencia, hay que responsabilizar a “la tribu completa”, como para la educación de la infancia. Cada profesional tiene que cumplir éticamente con sus obligaciones. De lo contrario, es igual la norma que se establezca. Leyes, ¿para qué? ¿Cuántos maestros, después de un año de prácticas tutorizadas, han salido del sistema? Me atrevería a asegurar que ninguno. ¿Cuántos profesores de Secundaria han suspendido el CAP, en su momento? La misma respuesta. Pero cuando llegan al aula no tienen los conocimientos necesarios para saber enseñar, por mucho que conozcan su especialidad y, en algunos casos, ni siquiera el interés para esforzarse y aprender.

Resumo: aspirantes con deseo de dedicarse comprometidamente a la enseñanza, buen profesorado en las Facultades de Educación, prácticas tutorizadas con evaluación rigurosa de capacidad y competencia…, para todo el profesorado de Primaria, independientemente de que luego ejerza en la enseñanza pública o privada.

Secundaria

Si nos referimos al profesorado de Secundaria (Obligatoria y Bachillerato), partiría de la misma base que en el caso anterior: seleccionar a los profesionales que deseen, de verdad, dedicarse a la educación, que no lo hagan por falta de otras salidas profesionales más específicas de la carrera que han cursado. Para ello, parece un buen sistema el requerir las mejores calificaciones obtenidas en la carrera inicial para poder dedicarse a la enseñanza, no que lleguen “de rebote” porque para enseñar sirve cualquiera. Ya está demostrado que no. Y, por supuesto, tras ese primer filtro, exigirles la formación específica docente, de manera que puedan asumir sus funciones con responsabilidad y compromiso. Todavía no hay datos fehacientes de los resultados “didácticos” del Máster que se exige en la actualidad y para acceder a la enseñanza, de modo que sea posible deducir su eficacia o promover los cambios que resulten apropiados para mejorar esa imprescindible formación. Esperemos.

Y en ambas situaciones, de distintas procedencias, me parece bien que exista un periodo de ejercicio profesional que ratifique esas capacidades y competencias que, teóricamente, poseen los futuros docentes tras sus años precedentes de formación. La experiencia didáctico-pedagógica, al fin, es el mejor aprendizaje que puede acumular el estudiante.  Aunque, francamente, si después de cuatro años de Grado más uno de Máster (en su caso), con prácticas incorporadas, hay que decirle a alguien que no tiene condiciones para ejercer esa profesión…, sería para pensar cómo le han evaluado todos los profesionales de la educación que han dejado que siguiera hasta este momento. O el diseño curricular previsto para la docencia no es el adecuado o no lo es el modelo de evaluación seguido.

En cualquier caso, bienvenidas sean todas las reflexiones en torno a la mejora de la calidad educativa y, sobre todo, de sus profesionales. Creo que disponemos de suficiente conocimiento psicopedagógico como para que, desde las distintas carreras universitarias, un graduado se pueda incorporar a la enseñanza con el bagaje suficiente como para ejercer su profesión con la calidad requerida. Ya no pedimos solamente “vocación”, como hace años, en los que el maestro era “bueno” casi intuitivamente, pues no se contaba con bases psicológicas, pedagógicas, neurocientíficas… que le ayudaran en sus opciones didácticas, sino que las circunstancias y los avances sociales exigen también profesionalidad y ética. Y creo que existen condiciones para que los verdaderamente interesados por la educación accedan a la formación necesaria y logren un buen y satisfactorio desempeño de la docencia, siempre que lo legislado se cumpla y no quede, por unos o por otros, en una nueva declaración de buenas intenciones.

La actualización permanente merece un comentario exclusivo, aunque debería ir incorporada a esta iniciativa de selección y formación para garantizar la calidad del docente a lo largo de su carrera profesional. ¿Y la evaluación del profesorado? ¿No es una garantía de perfeccionamiento y calidad?

Tendremos que seguir hablando, también, de la concreción de esta primera propuesta, que ya tiene comentaristas en distintos medios (Innovamos, 6 de febrero) con aportaciones de interés para su ajuste y mejora.

En conclusión, la educación debe resultar atractiva para captar a los mejores profesionales, tanto por su reconocimiento social como por sus condiciones de trabajo y gratificación personal. Así conseguiremos tener la educación que, sin duda, merece nuestro futuro.

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