La ciencia… ¡con letras entra!

Marta Macho Stadler | Matemática y divulgadora científica

Hace unas semanas participé en las XIX Jornadas educativas abiertas de Aresketa Ikastola sobre competencias educativas. Este año, las cinco ponencias presentadas pretendían “reflexionar sobre la necesidad de afianzar la lectura como competencia central, tanto para la elaboración de saberes que conducen al éxito escolar como para el desarrollo humano de nuestros hijos”.

El título que abre esta entrada es precisamente el que puse a mi charla, en la que insistí fundamentalmente en dos ideas. Por un lado, comenté la importancia de no separar las ‘ciencias’ de las ‘letras; de este tema ya escribí unas líneas en este blog. Y por otro lado mencioné que, en muchas ocasiones, los problemas de nuestro alumnado están muy ligados a la falta de comprensión lectora. Recuerdo que imparto docencia en el grado de matemáticas de la UPV/EHU, es decir, me refiero a alumnado universitario. Observo que, en algunas ocasiones, mis estudiantes no leen los enunciados completos; son enunciados cortos, claros, concisos. Y no lo hacen porque no están acostumbrados a leer. Insistí en que, en cualquier carrera de ciencias, una lectura atenta y precisa es fundamental. Debe entenderse claramente todo lo que se dice. Los matices son importantes y pueden hacer cambiar radicalmente un enunciado.

No leen y redactan bastante mal. Y a leer se aprende leyendo. A transmitir el conocimiento de manera escrita se aprende escribiendo. La lectura y la escritura ayudan a madurar conceptos, a recapacitar, a comprender matices, a consolidar conocimientos en cualquier disciplina, en cualquiera. La lectura organiza los pensamientos, proporciona habilidades diferentes a las de otros medios…

Entre otros muchos ejemplos a los que acudí, me referí al siguiente sobre la importancia de los signos de puntuación. Está extraído de La ortografía… ¡con humor!, de Fernando Carratalá, que recoge la historia que en su día propuso Manuel Toledo y Bendito.

Lo reproduzco porque, al salir, una profesora me pidió que se lo pasara para convencer a su alumnado de la importancia de la ortografía, incluso en estos detalles aparentemente poco importantes. Y, efectivamente, en clave de humor, este ejemplo es tan claro que sustituye a prácticamente cualquier otro argumento que se nos pueda ocurrir:

Se cuenta que un señor, por ignorancia o malicia, dejó al morir el siguiente escrito, falto de todo signo de puntuación:

Dejo mis bienes a mi sobrino Juan no a mi hermano Luis tampoco jamás se pagará la cuenta al sastre nunca de ningún modo para los jesuitas todo lo dicho es mi deseo.

Se dio lectura del documento a las personas aludidas en él, y cada cual se atribuía la preferencia. Mas a fin de resolver estas dudas, acordaron que cada una presentara el escrito corriente con los signos de puntuación cuya falta motivaba la discordia.

Y, en efecto, el sobrino Juan lo presentó de esta forma:

Dejo mis bienes a mi sobrino Juan, no a mi hermano Luis. Tampoco, jamás, se pagará la cuenta al sastre. Nunca, de ningún modo, para los jesuitas. Todo lo dicho es mi deseo.

Como puede verse, el favorecido resultaba ser Juan; más no conformándose el hermano Luis, este lo arregló así:

¿Dejo mis bienes a mi sobrino Juan? No: a mi hermano Luis. Tampoco, jamás, se pagará la cuenta al sastre. Nunca, de ningún modo, para los jesuitas. Todo lo dicho es mi deseo.

El sastre, a su vez, justificó su reclamación como sigue:

¿Dejo mis bienes a mi sobrino Juan? No. ¿A mi hermano Luis? Tampoco, jamás. Se pagará la cuenta al sastre. Nunca, de ningún modo, para los jesuitas. Todo lo dicho es mi deseo.

De este modo, el sastre intentó cobrar su cuenta; pero se interpusieron los jesuitas, reclamando toda la herencia, y sosteniendo que la verdadera interpretación del escrito era esta:

¿Dejo mis bienes a mi sobrino Juan? No. ¿A mi hermano Luis? Tampoco, jamás. ¿Se pagará la cuenta al sastre? Nunca, de ningún modo. Para los jesuitas todo. Lo dicho es mi deseo.

Esta lectura motivó gran escándalo entre los concurrentes y, para poner orden, acudió la autoridad. Esta consiguió restablecer la calma, y después de examinar el escrito, objeto de la cuestión, exclamó en tono severo.

-Señores: aquí se ha tratado de cometer un fraude. El finado no ha testado y, por tanto, la herencia pertenece al Estado, según las leyes en vigor. Así lo prueba esta verdadera interpretación:

¿Dejo mis bienes a mi sobrino Juan? No. ¿A mi hermano Luis? Tampoco. Jamás se pagará la cuenta al sastre. Nunca, de ningún modo para los jesuitas. Todo lo dicho es mi deseo.

En su virtud, y no resultando herederos para esta herencia, yo, el Juez […] me incauto de ella en nombre del Estado. Queda terminado este asunto.

Desconozco si esta profesora consiguió convencer a sus alumnas y alumnos para que fueran más cuidadosos con su escritura. Espero que sí…

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