Mi aventura comenzó en septiembre de 2016, cuando, debido a la nueva normativa autonómica, se puso en marcha el Programa de Transición a la Vida Adulta (TVA) de Capacitación en Agrojardinería en el Centro de Educación Especial de Asprona en Almansa (Albacete).
El colegio es un centro concertado con la Consejería de Educación y pertenece a la Asociación ASPRONA, que trabaja para la atención de personas con discapacidad intelectual o del desarrollo y sus familias en la provincia de Albacete, y esta a su vez es miembro de la entidad Plena Inclusión. La misión de la Asociación es: “Contribuir, desde su compromiso ético, con apoyos y oportunidades, a que cada persona con discapacidad intelectual o del desarrollo y su familia puedan desarrollar su proyecto de vida, así como a promover su inclusión como ciudadana de pleno derecho en una sociedad justa y solidaria”.
Como profesor, recién llegado al mundo de la discapacidad y la educación especial, uno de mis objetivos fundamentales, acorde con los de la Asociación, fue el de conseguir la plena inclusión sociolaboral de mi alumnado. Para mí, los dos principales retos consistían en que, por un lado, tanto estudiantes como sus familias ganaran confianza en sus capacidades y, por otro, en que el resto de la sociedad les diera la oportunidad de convertirse en miembros activos capaces de aportar.
Para ello, unimos nuestra labor docente con la labor de voluntariado que venían desarrollando los hortelanos aficionados de una asociación local, colaborando en la implantación de huertos escolares de la localidad. Por aquel entonces, todavía no sabía que eso se llamaba Aprendizaje-Servicio.
Llevarlo a cabo fue fácil, ya que las características de nuestro centro –de pequeño tamaño, con un personal implicado, con grandes habilidades sociales y volcado en la consecución de los objetivos de calidad de vida de sus alumnos–, unidas a la predisposición de los hortelanos voluntarios y los otros centros educativos, hicieron posible que pronto comenzase a realizar sus servicios el Equipo Verde.
Dicho equipo está formado por nuestro alumnado y por hortelanos voluntarios, colabora en huertos escolares de centros de Educación Infantil, Primaria y Secundaria, preparando el terreno, asesorando y aportando material vegetal y haciendo una labor de enseñanza con los más pequeños.
No obstante, nuestros servicios no se limitan a los huertos escolares. Dentro de nuestra asignatura de Agrojardinería también colaboramos con los jardineros municipales, realizamos actividades con usuarios del Centro Ocupacional y Centro de Día, o actividades en la naturaleza con escolares.
Pero nuestro trabajo no se regala. El material vegetal y nuestros servicios son intercambiados por alimentos no perecederos aportados por la comunidad educativa receptora de nuestros servicios y que son destinados a entidades solidarias.
De esta forma, hemos observado cómo ha mejorado la atención e interés de nuestro alumnado en el aula, pero, sobre todo, han mejorado sus relaciones sociales y se han sentido parte activa de la sociedad, pasando de ser receptores de servicios a individuos que proporcionan servicios a terceros.
En mi opinión, con este sistema de trabajo en el aula se produce una paradoja: el planteamiento de un objetivo concreto (por ejemplo: cómo plantar una lechuga), exige un camino que precisa soluciones a problemas mucho más generales (cómo conseguir el material, concertar fecha y lugar donde ofrecer el servicio, cómo llegar hasta allí, cómo tratar a las personas con las que vamos a interactuar, qué consejos ofrecer, etc.). Esto ofrece al alumnado no solo la oportunidad de desarrollar unos conocimientos técnicos, sino también unas capacidades mucho más generales que podrán aplicar a lo largo de su vida.
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