Es evidente que el ser humano comenzó su gran avance con la fabricación y utilización de herramientas, desarrollo que se amplió a lo largo de los siglos dando paso a la revolución industrial, a partir del XVIII, con las máquinas de vapor, seguida del avance y expansión de la electricidad y del desarrollo de los motores de combustión interna; luego llegó la era aún no acabada de los electrodomésticos, que favorecieron principalmente a la mujer, dejándole algo de tiempo libre; ahora reina la electrónica, mañana serán los robots inteligentes, como los nanorrobots, las herramientas de luz, los brazos mecánicos, teléfonos con multitud de opciones, coches autónomos que recargan sus baterías con el propio movimiento, que acomodan su velocidad en los semáforos y con cámaras en lugar de retrovisores, drones teledirigidos, máquinas autosuficientes que limpien, camareros, mensajeros, ayudantes o asistentes sociales, incluso relojes que supervisen la salud de las personas mayores o con alguna discapacidad y hasta la posibilidad de acceder al historial médico en casos de accidentes, la utilización en medicina de los biomateriales, los implantes competenciales en el cerebro, la piel artificial, recopilaciones de inmensos volúmenes de datos (“big data”), carreteras inteligentes, trenes supersónicos como el Hyperloop (creado en España) que circularán a 1.300 km/hora, apps de todo tipo como las relacionadas con el entretenimiento, los videojuegos, el acceso a la realidad virtual o ampliada, la posibilidad de decorar espacios domésticos o laborales siguiendo pautas de la biofilia…
Las tareas colaborativas entre personas y robots ya son un hecho en muchos campos; cada vez más, esta alianza será la clave del desarrollo de los países avanzados, ya que cada uno –máquina y humano– deberá aportar sus habilidades y destrezas. La máquina, además de realizar tareas rutinarias o más pesadas, puede evaluar con rapidez múltiples opciones de entre las que tiene programadas y elegir cuál se adecúa mejor en cada momento, pero solo los humanos serán capaces de idear nuevas posibilidades poniendo en juego su creatividad e inventiva; además, el sujeto deberá ser el encargado de aportar el punto de vista ético. Obviamente, desaparecerán ciertos trabajos, pero aparecerán nuevos; por ejemplo, los robots mueven mercancías pesadas a lo largo de muchos metros, ahorrando tiempo y energías a los trabajadores para que estos se ocupen de otros asuntos y el sistema garantice un servicio eficiente. Las personas, así, pueden amenizar sus tareas compartiendo experiencias y avanzando en nuevas propuestas.
El futuro de la educación
Y, en el sector educativo, ¿qué apoyo necesitamos de estas herramientas además de los que prestan los ordenadores, pizarras electrónicas…? Quizá un robot como hablante de otra lengua o un árbitro objetivo de deporte; no obstante, de manera prioritaria habría que plantearse que la división tradicional por áreas del conocimiento quizá no sea la más funcional, lo mismo que el maestro como enseñante aislado en su aula. Será necesario establecer conexiones entre lo que antes aparecía diferenciado; por ejemplo: Tecnología, Matemáticas, Lengua y Música…; Ciencia y Educación Física…; Geografía, Historia, Dibujo, Literatura y Filosofía…, pues en un mundo globalizado como el nuestro, donde el mercado tradicional busca extender su territorio para resultar más poderoso, cada ámbito del saber requiere de una red interconectada de disciplinas, lo cual conlleva la necesidad de un sistema nuevo de enseñanza y de metodologías puestas al día para garantizar la eficiencia de los aprendizajes, lo que inevitablemente requerirá desaprender cosas periclitadas.
El docente tal vez tenga que desechar sus estrategias anteriores, al igual que deberá dejar de lado su individualidad. En una escuela digitalizada, será necesario adaptarse al hecho de que algunas máquinas lleguen a enseñar más rápido y, en algunas materias, mejor que nosotros, si bien las humanidades o lo relacionado con el ámbito afectivo –filosofía, ética, resiliencia, creatividad, educación emocional…– resultarán básicos para garantizar una convivencia positiva y, con seguridad, estos “saberes” seguirán precisando del profesorado. Este es un desafío complejo, pero también excitante, pues tendremos que preparar para una sociedad que aún no existe, aunque ya se vislumbra y, por supuesto, sin atiborrar a las y los estudiantes de los distintos niveles, como ya dije en el artículo “No por mucho correr amanece más temprano” (Revista Innovamos, mayo 2018).
Los estudios del pasado partían de las condiciones humanas de la época y de las exigencias que se suponían imprescindibles. No obstante, hoy vivimos en el remolino de la incertidumbre. Lo que ahora es tecnología punta pronto estará obsoleto, y no solo me refiero a las máquinas, sino también a conocimientos relacionados con la medicina, la astronomía, la física… Por eso también debemos ir cambiando nuestras destrezas que generarán nuevos valores. En nuestro desempeño tendrá que funcionar la pedagogía del continuo reciclaje, porque no haber aprendido a aprender condenará al individuo al fracaso. También los profesores tendrán que reaprender día a día junto con sus compañeros. Un estudio llevado a cabo por el Observatorio para el Empleo en la Era Digital afirma que el 80% de los jóvenes de menos de 30 años encontrará trabajo en puestos que aún no existen. De manera que el sistema educativo debe cambiar ya desde los primeros cursos hasta la Universidad.
Nada es suficiente
Hoy nada de lo aprendido es suficiente, de la mitología y la religión se ha pasado a la especulación filosófica y del uso de la lengua para entenderse entre pares o de la lectura de algún libro al universo digital, pero sin renunciar a lo anterior. El espectro debe ampliarse especialmente al campo de las Ciencias de la Comunicación, ya iniciado su estudio a partir de la ampliación de los medios de difusión de “masas”, como la radio, la televisión y el cine, más ahora Internet, lo que pronto requirió y facilitó estudiar la fuerza y condicionamiento propios de los mensajes persuasivos en general, y especialmente de la publicidad y la propaganda, ambos de gran influencia social, económica y política, a diferencia de los que transmitía, y aún transmite, la escuela y demás instituciones tradicionales ancladas en una evolución demasiado lenta y repetitiva. Sin embargo, la opinión pública promovida por los medios antes citados cambia y transforma sus mensajes de forma acelerada como ahora se consigue a través de la Red, el acceso a Internet, el abaratamiento de los dispositivos inteligentes, la acumulación y consulta de enorme cantidad de datos en soportes cada vez más eficientes: fotografías, cuestionarios, estadísticas, presentaciones, geolocalizaciones, videoconferencias, junto a las novedades en la producción y distribución de mensajes audiovisuales…, sin limitaciones espaciales ni temporales, incluso la deriva de campañas organizadas por países o instituciones que no muestran su cara ni revelan sus intereses.
Estos planteamientos demuestran que las disciplinas curriculares deberían abordarse como redes de conocimientos e, indudablemente, el área de Lengua tendría que incluir, entre otros saberes, todos o la mayoría de los relacionados con la Comunicación y siempre de manera integradora, algo que vengo sosteniendo desde hace varios años y que ya recogí planteando que: “todo acercamiento a esta problemática desde postulados inmovilistas conducirá al pasado; lo evidente es la necesidad de que el docente conozca, domine y enseñe el manejo de las nuevas tecnologías y la “lectura” de sus mensajes. Ya que los medios son propiedad de grupos de poder que dedican parte del tiempo o espacio de su programación a defender y difundir sus ideas e intereses, a desarrollar […] condicionamientos a través de un vocabulario, categorías conceptuales y actitudes…”[1]. Y es que: “La enseñanza y el aprendizaje de la codificación y descodificación de los mensajes persuasivos se relaciona íntimamente con el conocimiento acerca de los medios de comunicación masiva, dada la importancia de estos en la difusión de diversas consignas consumistas e ideológicas. (…) Hoy se entiende este aprendizaje como esencial para la integración satisfactoria de los estudiantes en la cultura que les rodea y que, queramos o no, configura sus valores y creencias e, incluso, la forma de pensar y de sentir”[2].
El alumnado que comience este año la Educación Infantil, cuando termine su escolaridad tendrá que vivir y trabajar en un mundo e, incluso, en unas ciudades con diferente tipo de movilidad, de gestión energética, de calidad del aire y reconsideración de nuevos tipos de bienestar, es decir, completamente distintos al actual y si no actuamos ahora modificando los planes de estudio y las metodologías, las y los estudiantes se sentirán desorientados, ultra-analfabetos funcionales, descolocados en su sentir emocional y sin criterios ni destrezas para realizarse personal, laboral, familiar, comunitariamente. Urge por tanto “futuralizar” el currículo en aprendizajes conceptuales y destrezas, asentar los valores éticos, tanto personales como sociales, sin excluir el respeto por la naturaleza, sin dejar de lado la competencia creativa, fuente personal y grupal de innovación que la tecnología puede apoyar, pero no generar, la educación emocional y la capacidad de resiliencia, así como el imprescindible fortalecimiento del pensamiento crítico.
No es cuestión de olvidar el presente ni de dejar de disfrutarlo, sino de preparar la mente y las aptitudes para no cerrar los ojos al porvenir que ya tenemos encima.
[1] Reyzábal, M.V. (1993). La comunicación oral y su didáctica. Madrid: La Muralla.
[2] Reyzábal, M.V. (2002). Didáctica de los discursos persuasivos: la publicidad y la propaganda. Madrid: La Muralla.
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