Innovar en igualdad es signo de la mejor educación. Y cada día que pasa crece la sensibilidad para que esa ecuación se generalice. En esa larga tarea, se han empeñado, desde antes de 1978, muchos profesores y profesoras. Entre ellas, Carmen Heredero de Pedro, quien acaba de sumar una nueva obra a su ya extenso trabajo: Género y Coeducación (Ediciones Morata).
¿Cómo ve la extensión de la innovación educativa?
En los últimos tres años, desde la comisión de los premios Magíster, concedidos por la FAD (Fundación de Ayuda contra la Drogadicción), he tenido la oportunidad de conocer importantes proyectos de innovación educativa. Mi experiencia no ha podido ser más interesante: hay una importante cantidad de profesoras y profesores que, lejos de situarse rutinariamente en su tarea docente, se preocupan, trabajan, se coordinan, dedican mucho de su tiempo a innovar en educación para intentar conseguir que su alumnado se forme activa y participativamente como mejores personas en una sociedad mejor.
¿Y en cuanto a igualdad de género?
Algunos de esos proyectos tienen como principal objetivo la igualdad entre los sexos. Conozco, por otra parte, algunos de los proyectos premiados por el Ministerio de Educación mediante los premios Irene. La paz empieza en casa, en relación con la prevención de la violencia contra las mujeres. Hay muchos proyectos innovadores, pero no dejan de ser una minoría. Y necesitamos que la innovación educativa se generalice porque hay que cambiar la escuela.
¿Hacia dónde deben orientarse irrenunciablemente las metodologías supuestamente innovadoras?
Preparar para una ciudadanía activa, respetuosa, con mirada crítica a las desigualdades e injusticias, que busque la transformación social, la equidad, la igualdad, la construcción de personas más felices en una sociedad más justa, sin descartar, por supuesto, la competencia profesional. Este debe ser, desde mi punto de vista, el verdadero sentido de la innovación educativa. Hoy, la escuela está siendo superada como único medio de acercarnos al saber, porque la información llega desde muchos otros ámbitos, cuando una buena parte de nuestro alumnado no está motivado para aprender la rigidez de estructuras y contenidos que, desgraciadamente, imponen los currículos oficiales, mientras las desigualdades sociales crecen y aparecen nuevas discriminaciones. Por otra parte, las identidades de género y las relaciones entre los géneros están cambiando: los conceptos de feminidad y masculinidad se modifican, y muchos jóvenes no encuentran mecanismos para enfrentarse a esas nuevas maneras de vivir y relacionarse.
Entre la legislación existente y el trabajo en el aula, ¿qué dificultades existen para que las formas de enseñanza-aprendizaje se mantengan, con demasiada frecuencia, alejadas de la innovación, con estereotipos caducos?
En demasiadas ocasiones observamos una contradicción flagrante entre determinadas declaraciones de principios y la presión –real, en la práctica escolar cotidiana– por unos currículos memorísticos y alejados de los intereses del alumnado, que dejan sin efecto lo que la propia ley dice pretender. ¿De qué sirve ese magnífico principio de la LOE sobre la necesidad de favorecer la libertad personal, la responsabilidad, la ciudadanía democrática, la solidaridad, la tolerancia, la igualdad, el respeto y la justicia… que ayuden a superar cualquier tipo de discriminación, si te imponen unos contenidos que lo contradicen o que lo impiden y de cuyo aprendizaje te van a evaluar, mediante unas pruebas externas que no entienden de libertad personal, solidaridad o tolerancia?
Igual sucede con la Ley Integral: aprobada en diciembre de 2004 y trasladada a la propia legislación educativa con la LOE (2006). Aún está por aplicar en toda su amplitud educativa. Ahí siguen los materiales educativos llenos de estereotipos sexistas, por ejemplo. La realidad no se cambia a golpe de decreto, si no va acompañado de los mecanismos necesarios para ponerlo en práctica. Tenemos una abundante normativa que no se lleva a cabo porque no se han puesto los medios para ello.
Entre los aspectos imprescindibles para innovar en igualdad, ¿qué debe cambiar en la formación del profesorado?
Debería empezar, evidentemente, por sensibilizar frente a todas las discriminaciones que sufren las personas y, también, las mujeres y quienes se salen del patrón establecido desde el punto de vista de los géneros y de las relaciones entre ellos, pero aportándole mecanismos para combatirlas en el aula y en el centro. La Ley Integral reclama en todas las etapas educativas la educación en la prevención de conflictos y su resolución pacífica y, sin embargo, el profesorado no ha sido previamente formado para ello.
Los currículos y materiales escolares son cuestionados con frecuencia. ¿Qué deberían incluir y excluir?
Es necesario cambiar los currículos y los libros de texto y demás materiales educativos. Más allá del cuestionamiento del libro de texto, como “sagrada institución”, los libros de texto no ayudan, sino que obstaculizan una práctica coeducativa. Unos y otros están establecidos desde una visión androcéntrica del mundo, que invisibiliza a las mujeres y sigue presentándolas ejerciendo papeles estereotipados y obsoletos. ¿Cómo podemos trasladar así la idea de igualdad? ¿Qué modelos de género estamos ofreciendo a chicos y chicas, sino los de siempre? ¿No estaremos dificultando, precisamente, el principio antes enunciado?
El énfasis que se está poniendo en la organización de los espacios, aulas, agrupaciones del alumnado y otros ingredientes del trabajo escolar, ¿merece la pena?
Los centros educativos no pueden seguir asentados sobre patrones jerárquicos, con una rígida organización escolar que asigna tiempos fijos para asignaturas establecidas, inamovibles, que imposibilitan el tratamiento de los temas desde el trabajo conjunto cooperativo y estimulante para la relación entre iguales y para el aprendizaje de la colaboración entre personas diversas, aprendiendo con ello el valor de la diversidad. Esa rigidez tampoco permite la disponibilidad de tiempo para la atención a la educación en valores y competencias, que quedan sacrificados por el peso de los contenidos que se van a evaluar. Por supuesto, ni hablamos de la necesidad de la mezcla de chicos y chicas en las aulas y en los centros: si no aprenden a convivir juntos en el ámbito escolar, a conocerse, entenderse y respetarse, a verse como iguales… les negamos los recursos para enfrentarse mejor a una convivencia posterior.
En todo caso, la clave de un planteamiento innovador es la interacción del profesorado en un quehacer compartido en el aula, ¿no?
La planificación educativa y la coordinación del equipo de profesorado para una educación en igualdad es clave. La idea de transversalidad de la educación en valores no puede convertirse en el tratamiento aleatorio y ocasional de estas cuestiones, como desgraciadamente viene ocurriendo –y eso, en el mejor de los casos– sino que necesita de una planificación coordinada de los equipos docentes que, por el contrario, proponga los contenidos a partir de los valores democráticos e igualitarios que establecen nuestros principios y fines educativos.
¿Cómo deberían atender las administraciones educativas estas dinámicas innovadoras?
La responsabilidad no está solo, ni siquiera principalmente, en el profesorado y en su actuación pedagógica. Las políticas educativas sobre igualdad, compensación de las desigualdades sociales, fortalecimiento de la enseñanza pública frente a los intereses lucrativos y adoctrinadores de entidades privadas, son aspectos fundamentales para la transformación de la escuela hoy. Son las instituciones las que tienen que propiciar, fomentar y posibilitar, mediante normativas y recursos materiales y humanos, la innovación educativa que pretenda avanzar en igualdad. Posibilitando y alentando la generalización de esas actuaciones innovadoras en los centros, en el nivel micro, estaremos contribuyendo a la transformación que nuestro sistema educativo necesita para contribuir a una mayor igualdad social y entre los sexos.
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