Hace no demasiados años, las parejas separadas eran una rareza en nuestro medio, algo que chocaba con lo que contemplábamos en las series o películas americanas. Nos hemos modernizado y hemos “conseguido” parecernos en este aspecto a cualquier país occidental. Desde que comenzó el siglo XXI, en España se han triplicado –salvo en los años más duros de la crisis– los divorcios y separaciones, por lo que resulta cada vez más frecuente que un docente tenga en su aula a varios estudiantes procedentes de familias rotas, circunstancia que conviene conozca tanto por las repercusiones directas de este terremoto vital sobre los menores como por la incidencia del mismo en la relación con los padres, ahora con vidas y, posiblemente, intereses y jerarquías diferentes e incluso, irreconciliables.
La participación familiar en la comunidad educativa resulta clave en múltiples aspectos y son diversos los momentos en los que será necesario conversar, intercambiar puntos de vista, incluso discutir… con los progenitores u otros familiares del menor. ¿Cómo enfocar esta situación cuando la relación conyugal se ha extinguido, sobre todo si se ha quebrado de forma turbulenta? La lógica parecería indicar que, en lo referente a las decisiones sobre la prole, nada importante debería modificarse, ya que el divorcio no rompe la vinculación paternofilial. Pero la realidad demuestra que eso no es así. Al tener que comunicar la evolución académica de un estudiante, posibles conflictos en su inclusión o aspectos tan banales como si se integra o no en una actividad extraescolar… ¿con quién hay que hablar? Se trata de un terreno escurridizo, porque muchas veces las relaciones de los excónyuges se encuentran llenas de heridas y conflictos que estallan en el momento menos esperado y ante la excusa más trivial.
Por ello, tomar la decisión sobre a quién solicitar un determinado permiso o a quién trasladar una información académica o personal desata una riada de dudas que implican conceptos nada fáciles de deslindar: ¿quién tiene la patria potestad, a quién corresponde la custodia, existe alguna restricción legal para relacionarse con uno u otro progenitor o familiar (la tendencia más reciente que he detectado afecta a las limitaciones/prohibiciones para que los abuelos de una u otra rama puedan ver con libertad a los nietos cuando hay un conflicto legal en curso)…? En fin, una acumulación de dudas y de cuestiones legalmente y hasta emocionalmente escurridizas que, en no pocas ocasiones, se resuelven salomónicamente con la inacción, algo que, por supuesto, siempre perjudica al vértice más débil: el menor.
Pero, ¿y qué decir de las situaciones en que el docente detecta una situación de sufrimiento psíquico del menor que posiblemente se relacione con la mala canalización de los enfrentamientos entre los padres? ¿A quién se debe recurrir? Lo “civilizado” sería reunir a los progenitores y plantearles con suavidad, pero con firmeza, lo que está sucediendo, pero la complejidad (y a veces el carácter francamente patológico) de los procesos de ruptura matrimonial llega a tales extremos (conviene no olvidar el muy discutido –pero no por ello irrelevante– síndrome de alienación parental) que, sin quererlo, el profesor o el directivo puede estar introduciéndose en un terreno tan espinoso que los efectos sean contraproducentes e incluso legalmente inconvenientes.
En conclusión, dado que el centro no cuenta con un gabinete legal especializado, al menos sería recomendable el intercambio de información entre todos los profesionales involucrados con un estudiante con potenciales dilemas de esta índole, así como la actuación consensuada con el equipo directivo y el equipo de orientación sobre aspectos como quién recoge a ese menor, qué personas lo pueden hacer, qué conflictos familiares le afectan en su desempeño cotidiano…
En medio de este torbellino de precauciones y de lógicas dudas, los educadores no deberían olvidarse de su principal responsabilidad: el bienestar global del estudiante. Un involuntario protagonista de un drama del que muchas veces se siente responsable e incluso culpable y que implica un vuelco radical en sus vínculos más significativos y en sus rutinas. En ocasiones, la relación cálida con uno o varios miembros del equipo docente será la única oportunidad de:
- Poner orden en ese momento vital caótico (traslados frecuentes de casa, desvinculación de ciertos familiares, pérdida de la continuidad en la relación con uno de los padres…).
- Aportar comprensión en las dificultades que implica adaptarse a tantos cambios no deseados y a duelos que aparentemente afectan solo a los mayores.
- Dotar de equilibrio en la percepción distorsionada de uno (o de ambos) progenitores.
- Fomentar el criterio propio ante las posibles manipulaciones de estos.
- Estimular una actitud de comprensión ante los errores de sus progenitores.
- Ayudar a reconocer y reconciliarse con el afecto que ellos mantienen, a pesar de las distancias y los conflictos.
- Favorecer que en el colegio se sientan comprendidos, integrados y respetados.
Deja un comentario