Entrar a un centro: ¿penetrar en el pasado?

El acelerado avance de las tecnologías digitales y su generalización requiere de un nuevo enfoque en la enseñanza de la lengua y la literatura, extensible a la comunicación en general –verbal y no verbal–, partiendo del análisis y evaluación de los beneficios o inconvenientes que su uso aporta al desarrollo de las competencias correspondientes, tanto en el terreno de lo estrictamente lingüístico –oral y escrito– como de lo no lingüístico y de lo literario.

Que el aprendizaje de las competencias verbales constituye la base de la comunicación humana es algo que no está en duda, pero que pueda –y deba– completarse con la imagen, los gestos, la música, etc., en estos momentos parece esencial. Poder expresarse completando o confrontando estos códigos y ser capaz de interpretarlos adecuadamente, permitirá que nuestro alumnado se integre mejor a la realidad que le rodea de manera no solo receptora, sino también crítica y creativa; para ello, resulta conveniente la incorporación al aula de las tecnologías de la información y la comunicación –algo que el 80% del profesorado asegura usar de una u otra manera– como un campo más de conocimiento, fundamentalmente en el ámbito de las destrezas.

En este sentido, cabe tener en cuenta que la formación de las y los docentes debe ser acorde con estos planteamientos, pues resulta absurdo que, en muchos casos, el alumnado domine mejor el uso de las “nuevas” tecnologías que su profesorado. Los contenidos, tanto conceptuales como procedimentales o actitudinales, referidos a este campo, pueden tratarse con la profundidad y especificidad que determine el currículo y la programación didáctica del área, pero no estar librados al azar de que el docente los domine o no, y ello no excluye, sino que incluye, que algunos puedan trabajarse de manera interdisciplinar conjuntamente con profesorado de otras especialidades, sobre todo en la Secundaria Obligatoria y el Bachillerato. El aprovechamiento y uso de los medios tecnológicos resulta hoy imprescindible, así como lograr el equilibrio en cuanto a un empleo personal que no deteriore las relaciones cara a cara ni termine alejando al sujeto de su mundo real. Es indudable que la frecuentación de medios tecnológicos ha modificado, y lo seguirá haciendo, los usos lingüísticos y las modalidades de pensamiento; lo hace, incluso, el paso del libro en papel al digital, lo que no implica suplantación sino compatibilidad y exige, por supuesto, la bialfabetización. Los formatos tradicionales parecen más aptos para la reflexión y la valoración, mientras que los tecnológicos favorecen la rapidez y hasta la fragmentación. Nuestra sociedad requiere ambas posibilidades: la hondura crítica y la rápida captación informativa, sin excluir paradigmas intermedios ni transversales.

Es previsible que en unos años los libros de texto tradicionales desaparezcan suplantados por aplicaciones de distinto tipo sin reducir contenidos, aunque deba tenerse cuidado en que no propicien la pérdida de las destrezas básicas por adquirir otras sin lograr compatibilizarlas, aun asumiendo que la nueva propuesta resulte más motivadora. Esta será una forma de que las y los estudiantes no sientan al entrar a clase que dejan fueran el mundo contemporáneo y penetran en el pasado. El alumnado ha cambiado mucho, el profesorado un poco y el sistema casi nada y, en este sentido, es obvio que la modificación de las herramientas conlleva una transformación metodológica, entre otras razones, porque los entornos virtuales pueden proyectar el aula fuera del centro y del horario escolar, facilitando el acceso en cualquier momento y lugar, situación que exige las correspondientes competencias y disponibilidades. Cada docente y grupo de estudiantes pueden agregar material propio, trabajando en equipo o individualmente, diseñar proyectos incorporando imágenes, sonido, vídeos…, o elaborar otras modalidades de aportaciones personales…, todo lo cual facilita la atención a la diversidad y la inclusión en un clima de aprendizaje más cordial y atractivo, sin olvidar que el uso de Internet requiere el refuerzo de la parte crítica y creativa docente (ante, por ejemplo, la robótica, las webs dinámicas, los blogs, Instagram, Twitter, WhatsApp, YouTube, el uso de los libros digitales, los diversos tipos de pantallas…).

Habrá que analizar el constante consumo mediático y la recepción de mensajes estereotipados que reciben las y los estudiantes por distintos medios, trabajar la forma de recepcionarlos, valorarlos, cambiarlos mediante la creación de sus propias producciones, debatirlas y difundirlas, dada la nueva facilidad que existe para crear, recrear y co-crear. Para ello, no solo importa que como docentes actualicemos el componente epistemológico de su quehacer, sino también y, esencialmente, la práctica didáctica tan diferente a la requerida para centrarnos en exposiciones unidireccionales, acumulación de datos y control de aprendizajes conceptuales, preocupándonos de que las y los estudiantes desarrollen las habilidades, destrezas y competencias imprescindibles –sin olvidar las ciudadanas– para el mundo actual, ampliando el campo científico (lingüístico-literario) junto a la adquisición de aquellos valores propios de nuestra sociedad (solidaridad, sinceridad, honestidad…) y el dominio equilibrado de la propia emotividad. Cuestiones todas, como resulta evidente, que requieren de las y los profesionales un tipo diferente de estrategias, de tiempos, de espacios, de evaluación. En la actualidad, en muchos aspectos el alumnado aprende por sí mismo y ello debe tenerse en cuenta para enriquecer esos contenidos o encauzarlos hacia las metas deseadas, por ejemplo, mediante la tutorización entre iguales, siempre con la guía docente, haciendo que la enseñanza-aprendizaje funcione de manera eficaz.

Lo esencial es determinar qué debería enseñarse y qué no podrían en ningún caso dejar de aprender, cómo motivarlos, qué metodología es la más eficaz, cómo evaluarlos para detectar que lo han conseguido, cómo reforzar las adquisiciones básicas, qué consecuencias tendría no haber alcanzado algunas metas… La adquisición de competencias necesita de la realización de ciertas prácticas para que las destrezas se reafirmen, para fortalecer el desarrollo emocional mediante el trabajo en equipo, entre otras cuestiones, el diálogo, la controversia respetuosa, el compromiso con la sociedad en que vivimos, el respeto a las diferencias, clave en un sistema que atiende a la diversidad de forma inclusiva. Por otra parte, que el centro escolar y los equipos docentes demuestren tener altas expectativas sobre la formación y posterior desempeño profesional de sus pupilos, les da confianza a ellos y a sus familias para conseguir sus objetivos personales y laborales.

Ni lo que se enseña es irrelevante ni lo que no se aprende resulta fácil de compensar; por eso, para que el proceso funcione adecuadamente ninguna actividad debe ser trivial o poco significativa. La enseñanza y el aprendizaje no deben deteriorarse por falta de empatía, profesionalidad o dedicación; emplear las estrategias más adecuadas para cada contenido y circunstancia resulta esencial, así como garantizar la obtención de claros resultados evaluables, alejándose de recepciones pasivas, abúlicas o forzadas, donde, por ejemplo, la resolución de problemas, las tareas creativas y colaborativas siempre son más fructíferas que la simple memorización teórica. Debemos alentar el placer por aprender, al igual que por la lectura, ofreciendo un tiempo específico para ella, marcando las diferencias del libro con respecto a otros soportes, implicando a madres y padres y, si es posible, a los medios de comunicación e, incluso y principalmente, al profesorado de todas las áreas y materias.

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