Dar respiro a nuestro vértigo diario ayuda a que el cerebro actúe por su cuenta (favoreciendo un estado de relajación que se traduce eléctricamente en las llamadas ondas alfa), se evada de los requerimientos cotidianos que suelen manejarse mediante pensamientos concretos, mientras que la creatividad recurre, por lo general –como ya he comentado en mi artículo anterior–, a los abstractos, y nos permite contemplarnos y contemplar el mundo como si fuéramos otro, vivenciarnos desde distintos paradigmas o con lentes poliédricas, dando espacio a opciones que rompan el conformismo y la comodidad de lo habitual, ya desgastada por el uso.
Para ello son fundamentales en la escuela los talleres de escritura, de plástica, de música, de diseño, de matemáticas, de urbanismo, de resiliencia…, aunque, claro está, no para repetir o copiar modelos, sino para superar desafíos mediante un empeño de búsqueda. Algo que recojo para el campo literario en mi propuesta sobre técnicas de comprensión y expresión poética[1].
Así también, en el aula, por ejemplo, se pueden repartir lápices de distintos colores, los cuales cada cierto tiempo cambiarán de mano, determinando que cada uno exige propuestas diferentes con respecto a la tarea o proyecto propuesto (adaptación de los sombreros de colores de De Bono[2]): por ejemplo, los rojos hablarán de su importancia, los verdes de su inutilidad, los azules de las dificultades de ponerlo en práctica, los amarillos de lo absurdo del asunto, los negros de los peligros, los naranjas del coste, etc.
Esta experiencia favorece el debate, mejora la capacidad argumentativa, requiere equilibrio emocional, desbloquea la imaginación, propicia el trabajo en equipo, altera la rutina y no aburre nunca si no se abusa, además de igualar oportunidades; pero, especialmente, permite escapar de las tareas repetitivas y reproductoras para gratificarse con la reflexión sobre las propias ideas y las de los demás.
No domestiquemos a los estudiantes con la servidumbre de la simple memorización, dejemos que ellos creen sus opciones y alcancen competencias creativas y para la crítica constructiva, cooperativa. Otras estrategias, como la meditación, la relajación o la potenciación de climas emocionales positivos ayudarán a promover la capacidad de innovar que todos tenemos y que, a veces, disipamos o acallamos por un excesivo autocontrol o la feroz descalificación, olvidando que únicamente de la experimentación y el error, adecuadamente conducidos, surge el aprendizaje.
La creatividad apoyará a los estudiantes para crecer, lo contrario solo anticipa el envejecimiento prematuro, encerrándolos dentro de la supuesta zona de confort, sin haber probado la conmoción de perderse por grutas misteriosas, laberintos ensoñadores, muros de flores trepadoras, sombras e iluminaciones, de haber recorrido paisajes oníricos, magnéticos, subterráneos, solares, marinos, cósmicos…
La persona creativa reside en distintas dimensiones, en diferentes mundos, disfruta estados de conciencia especiales, menos encorsetados que los del día a día, sabe sorprenderse, cuestionar y comprometerse, sintetizar los contrarios y, en definitiva, constatar que lo supuestamente inútil resulta imprescindible. Mas trabajar la creatividad en la escuela precisa de docentes creativos, apoyados por un sistema que la promueva, estimule y asuma que las máquinas, incluso las inteligentes, se construyen con un fin concreto, pues son herramientas, pero los seres humanos deben crecer libres para elegir su presente, su futuro o ¿qué otra cosa entendemos por democracia?
No se debe pervertir la creatividad considerándola algo superfluo ni tampoco minusvalorar la pasión por la belleza, pues en esos sutiles recintos residen todas aquellas cosas aparentemente inútiles que nos emocionan y conmueven, y que son también las que nos identifican, las que nos ayudan a recordar que somos humanos y no simples adoradores de becerros, aplicados exclusivamente a ganar dinero, la mayor parte de las veces para otros. Disfrutemos, por tanto, de ser plásticos, abiertos y originales para saber encarar el incierto porvenir. La fascinación que nos provoca el hecho creativo –ya sea como productores, contempladores o degustadores– nos eleva por encima de mediocridades, abulias y conformismos. El necio quiere destruirlo todo; el sabio, transformarlo y disfrutarlo.
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